Benjamin Netanyahu tiene a la infancia entre el visor de un fusil de asalto, la diana de misiles lanzados por drones y la mente de un desalmado sanguinario que no mira más allá de su ambición
El próximo 20 de noviembre se celebra el Día de la Infancia y se conmemoran los aniversarios de las Declaración Universal de los Derechos del Niño y la aprobación de la Convención de los Derechos del Niño, y lo hacemos debiendo darnos vergüenza como humanidad. Siento ser tan contundente, pero me parece tan dolorosa la llegada de esta fecha entre cadáveres de la infancia que no creo que sea momento de celebrar nada, pues le hemos dado la espalda a un sector poblacional vulnerable y los Estados no han sabido protegerlo.
La página de la UNESCO establece el por qué se fundó la organización, organismo especial de las Naciones Unidas: “lograr una paz duradera, habida cuenta de que los acuerdos económicos y político entre los Estados eran insuficientes para conseguirla. Era menester unir a los pueblos del mundo y fortalecer la solidaridad intelectual y moral de la humanidad mediante la mutua comprensión y el diálogo entre las distintas culturas”. Educación, solidaridad, moralidad, diálogo. EEUU abandonó la UNESCO cuando Trump era presidente, también lo hizo, poco más tarde, el Israel de Benjamin Netanyahu. Quizás es un reflejo de dos personalidades en donde precisamente las palabras que decía anteriormente: educación, solidaridad, moralidad y diálogo, no las tienen en absoluto presente. Trump, recordemos, separaba en 2018 menores de sus familias y los metía en una especia de jaulas en su política migratoria. Unas acciones inadmisibles que pueden considerarse como tortura o al menos un trato hacia las personas con desprecio y crueldad. Trump cruzaba los límites de lo moral y lo humano deportando incluso a menores inmigrantes solos o bien retenía cientos de niños y niñas en refugios tras ser separados de sus familias. Algunos de ellos no encontraron jamás a sus progenitores. Una política de cero humanidad que puede volver a los EEUU con los nombrados Stephen Miller, Tom Homan y Kristi Noem. Miller fue el rostro visible de esos actos deplorables en donde se separaban miles de familias en la frontera de 2018. Homan es artífice de Proyecto 2025, un documento que detalla que las deportaciones masivas deben incluir redadas en colegios y hospitales. Noem se ofreció a llevar personalmente más alambre de púas a Texas para frenar lo que ella llamaba “una invasión” y a los musulmanes les llamaba gratuitamente terroristas.
Benjamin Netanyahu tiene a la infancia entre el visor de un fusil de asalto, la diana de misiles lanzados por drones y la mente de un desalmado sanguinario que no mira más allá de su ambición. Desde el 7 de octubre de 2023 a septiembre de este año, 16.756 niños y niñas fueron asesinadas por ataques contra objetivos civiles en la Franja de Gaza. Más personas menores que hombres y mujeres han muerto en una guerra de la que nos tendremos que avergonzar como humanidad dentro de pocos años. Ataques indiscriminados y desproporcionados han hecho que más de un millón de personas menores hayan sido desplazadas, 21.000 estén desaparecidos, 20.000 hayan perdido a uno o ambos progenitores, 17.000 se encuentren solos o separados de sus familias, cientos de muertos por desnutrición y 3.500 en riesgo por falta de alimentos. Estas son las violaciones que está llevando a cabo un Estado con la mirada hacia otro lado de la práctica totalidad del resto del mundo. Matar con conocimiento a niños y niñas, atacar con precisión hospitales y escuelas, denegar el acceso humanitario, son violaciones claras de aquello que el miércoles deberíamos celebrar. Israel no está en la UNESCO, al contrario que EEUU que volvió en la época de Biden, pero la UNESCO si debe estar interviniendo con toda su maquinaria jurídica, política y humanitaria para parar y condenar una guerra que está haciendo que se vean las costuras a todas las instituciones mundiales. Su silencio durante los primeros meses del conflicto fue atronador, sus equilibrios actuales nos ponen cerca de una red inservible, porque ¿de qué sirve una red dentro de una pecera?
Pero no solo debemos pararnos en dos aspectos que son flagrantes actos en contra de la infancia. Ucrania también está viviendo una guerra. La infancia también está viviendo una guerra. Una población vulnerable se ha olvidado de jugar para aprender a sobrevivir. Sobrevivir, pasar un día para que vuelva otro, entre la desolación, entre la angustia. Eso que no nos lo podemos ni imaginar conlleva una afectación de la persona para toda su vida. El impacto devastador sobre la salud mental y el bienestar de la infancia en lugares de conflicto durante tanto tiempo, como el que está ocurriendo con la invasión Rusa, es tan enorme que los problemas de depresión, ansiedad, trastornos postraumáticos, junto con otros problemas mentales, estarán presentes a medio y largo plazo. Condicionarán por siempre la vida de una persona cuya infancia fue robada por las bombas y los disparos. No solo Ucrania, podemos volver la vista a Siria con 150.000 niños y niñas en campos de refugiados o en otros conflictos en donde las personas menores de edad se visten de soldado o sufren la violencia sexual. La infancia pierde su hoy, además de perder su mañana por robarle el derecho a la educación, clave en formar ciudadanos y ciudadanas. Sin la escuela han perdido la seguridad, normalidad, protección y esperanza que dan cuatro paredes sujetadas por una tiza y una voz. Educación, salud, formación, equilibrio.
Pero no solo la guerra deja cicatrices, no solo la metralla rompe la piel inocente de la infancia. La explotación sexual y el tráfico de personas, también menores, es un negocio. Sí, sí, tan duro como eso: negocio, que afecta cada año a miles de vidas en nuestro planeta, mayoritariamente mujeres y niñas. Un número, una vergüenza, un dolor que jamás debería ser leído como frías cifras colgadas por grafías: 400.000 niños y niñas en la India sufren explotación sexual. Otro número: según estimaciones de la UNICEF, 370 millones de niñas y mujeres vivas en la actualidad han sufrido violaciones o abusos sexuales antes de los 18 años. Torturas, mancha de nuestra conciencia moral como humanidad que quedará para siempre en la piel otrora inocente que crecerá con traumas profundos y duraderos.
Pero además de la explotación sexual, lo conflictos armados y un presidente atroz, debemos acercar nuestra visión para avergonzarnos también de lo que pasa en España y en Europa. En nuestro país, según el indicador AROPE, un millón de niños, niñas y adolescentes se encuentran en pobreza severa, un 13,5%. Cerca del 28,9% de menores viven con recursos económicos por debajo del umbral de la pobreza. El 10,8% experimenta privaciones materiales severas. Además, el mantenimiento de estas situaciones y cifras en el tiempo nos debe hacer reflexionar como país. En los últimos 15 años, la pobreza infantil se ha incrementado en 49.000 personas, existiendo pocas variaciones porcentuales, con una gráfica prácticamente horizontal, oscilando los datos entre el 26,8% y el 30,5%. Son porcentajes atronadores que nos deben hacer darnos cuenta de la realidad y la importancia que tienen las condiciones de vida de la infancia y adolescencia para garantizar su propia vida y su progreso como personas. No blindar, ayudar a mejorar, conseguir bajar los porcentajes que nos deben avergonzar es fundamental para el desarrollo futuro de las personas durante todo su caminar. Además de eliminar la pobreza económica, se debe reforzar más si cabe las redes de apoyo y potenciar los vínculos sociales para proteger a la infancia de la vulnerabilidad. Es clave la cobertura de necesidades sociales, unas coberturas que deben ser abarcadas por todas las Administraciones, siendo muy importante la local, pues es la más cercana, la que tiene una mayor capacidad de intervención por el conocimiento del menor y de su entorno. Lo primero, se debe prevenir, clave para la no intervención. Lo segundo una correcta coordinación de todos los servicios vinculados a la infancia: políticas integrales e intersectoriales que promuevan, impulsen, dirijan y coordinen las acciones desde los distintos ámbitos y por parte de diversas instituciones, tanto públicas como privadas. Lo tercero una protección por parte de la colectividad como elemento clave para cuidar de las personas más vulnerables. Y por último creer en los menores, en las menores como personas, como sujetos activos de la ciudad, como agentes participativos y creativos, que pueden y deben cambiar su propio medio personal y social para formar parte de la búsqueda y satisfacción de sus necesidades y la de los demás.
Mucho que trabajar para que el día 20, además de celebrar el Día Internacional de la Infancia, tengamos un mundo con sonrisas, sonrisas repletas de inocencia, sin hambre, sin pobreza, sin miedos, sin angustias. Porque la infancia es nuestro hoy y nosotros la sombra silenciosa del niño que fuimos.