«¡Qué este jodido bisiesto se vaya con su despiadada historia y que el año que viene ni siquiera le salude para evitar cualquier tipo de contagio!«
«No esperemos a 2021 abrazados y sin mascarilla; no recibamos el nuevo año como la panacea que tiene que llegar»
Por fin llegamos al final de este funesto año bisiesto. 2020 se acaba y no temo equivocarme si generalizo en este paseo semanal lo que la inmensa mayoría hemos repetido y que la campaña navideña de sidra El Gaitero ha resumido de manera muy acertada: “2020, que le den”. Tampoco está mal el ingenio de José Mota para titular este año su habitual programa de Nochevieja: “Adiós dosmilvete”. Y es que, como dice la canción de Sabina para decir adiós a los dos sobran los motivos.
En uno de mis paseos diarios, una amiga me enviaba una viñeta en la que la eterna Mafalda se pregunta que a ver cómo se apañan los de la tele para poner los mejores momentos de 2020 en el especial de fin de año. Y no le sobra razón. Más de 1,7 millones de familias en el mundo –50.000 en España y más de 1.200 en Asturias– no podrán encontrar más que pena y dolor en este año que acaba tras haber visto como un enano pero fatídico bicho se llevaba por delante a sus personas más queridas. En muchos casos, muertes en soledad en asépticas habitaciones de hospitales saturados por la COVID. Esas familias ni siquiera podrán recordar en 2020 pudieron dar un ultimo beso a su padre, a su abuela, a su hermano…
Otros miles de familias esperan el final del año con un mano delante y otra detrás. Sus negocios, su forma de vida, su sustento se los ha llevado por delante una pandemia que ha deja un reguero de nueva pobreza de la que se tardará en salir.
Muchos y muchas esperamos el final de 2020 con la esperanza de volver a abrazar a nuestros mayores, aquellos que el 14 de marzo vieron como las puertas y ventanas de sus respectivas residencias se cerraban pata intentar protegerles de un despiadado asesino que todavía hoy sigue esperando a la puerta.
«¡Que 2020 cierre ya!»
También hay madres y padres que quieren que este año furibundo cierre sus puertas con la esperanza de que sus hijas e hijos nacidos en plena pandemia conozcan por fin un mundo en el que la sonrisa sea algo más que un gesto intuido o un rasgo de los ojos.
Y así podríamos añadir miles, millones de motivos para decir adiós al que incluso los más mayores califican con toda rotundidad como el peor año de nuestras vidas.
¡Que 2020 cierre ya! ¡Qué este jodido bisiesto se vaya con su despiadada historia y que el año que viene ni siquiera le salude para evitar cualquier tipo de contagio! Estos son mis deseos con la esperanza de que 2021 entre con las ventanas abiertas y renueve un aire viciado e irrespirable. Pero para que esto suceda, además del éxito de la vacunación que ya está en marcha, necesitaremos que al nuevo año lo recibamos con el mayor de los respetos. No esperemos a 2021 abrazados y sin mascarilla; no recibamos el nuevo año como la panacea que tiene que llegar; no confiemos en los próximos meses como una especie de bálsamo de fierabrás…
Recibamos el nuevo año con la prudencia suficiente para que cuando llegue la próxima primavera podamos celebrarla con quienes queremos y sin necesidad de que el fomento de la amistad se tenga que realizar a través de los balcones. En nuestras manos y la de las vacunas está el remedio para que realmente dentro de un tiempo podamos recordar 2020 como una mala pasada del destino.
Hasta que eso suceda, les dejo como deseos para 2021 los que mi madre Aurora, arrasada a los 88 años como otras miles por los efectos de la pandemia, tuvo la fuerza de escribir hace unos días: “Feliz año que traiga paz, amor y libertad”.
Nacho Poncela es periodista y colaborador de miGijón