«Convertir Gijón en un centro de escapadas de tres días donde darse un paseo y comer y beber como elemento esencial es reducir la ciudad a su mínima expresión»
La semana pasada llegaron a Gijón treinta y cuatro influencers, o ‘creadores de contenido’, especializados en viajes. Llegaron a nuestra ciudad desde Madrid, en un proyecto desarrollado por la Concejalía de Turismo en colaboración con RENFE. La oportunidad, o la excusa, fue la promoción conjunta de nuestra ciudad, junto con la reciente llegada del AVE a Asturias. Más allá de los matices de que el AVE no llega hasta Gijón, y de que el AVE propiamente dicho no llega a Asturias, el asunto del que me gustaría escribir esta semana es el futuro de nuestra ciudad a corto plazo.
Bueno, sin ponerme tampoco muy trascendental, con el ‘futuro’ me refiero al futuro del sector turístico, y todo lo que ello conlleva y afecta en el desarrollo de Gijón.
Empecemos por señalar que eso de que vengan treinta y cuatro personas que se dedican a subir contenido a las distintas redes sociales es una cuestión lógica; es decir, es la realidad en la que vivimos desde hace ya tiempo. Ustedes mismos estarán leyendo este artículo a través de alguna red social, o utilizando algún medio del tipo tablet, portátil, móvil… En fin, ya me entienden. Tampoco es cuestión de analizar en profundidad la repercusión en sí misma de la campaña. Basta una búsqueda rápida con el hashtag creado para la ocasión (la etiqueta digital que marca un hecho o acontecimiento) #GijónMásCercaQueNunca para apreciar que muy allá no llegó el mensaje, pero, insisto, esta es una cuestión menor, y para estudio por parte de los profesionales de marketing y promoción que se dedican a ello.
El asunto gordo, a mi entender, es el concepto de turismo a promocionar que se tiene en el Ayuntamiento o, al menos el que se percibe viendo la ejecución de esta campaña. Desde las actuaciones ‘costumbristas’ realizadas en el tren, hasta la agenda para conocer la ciudad; la imagen que parece que se quiere mostrar es, poco más o menos, la de un turismo de los años 60 en la Costa del Sol. Con contadas excepciones y visitas, el eje argumental de «ver la ciudad» consiste en sacar cuatro fotos a Cimavilla y a La Laboral, y comer. Y beber. Y las ‘letronas’. Y ya estaría. Sé que es un trazo a brocha gorda, pero es la realidad que trasluce después de echar un vistazo con detenimiento a lo que se promociona. Y esto también puede estar bien, es una parte de la ciudad. El problema está en que se está convirtiendo en lo único que se promociona de la ciudad.
Y convertir Gijón en un centro de escapadas de tres días donde darse un paseo, y comer y beber como elemento esencial, y darse una vuelta por Cimavilla, es reducir la ciudad a su mínima expresión. Ya no es sólo que el turismo que se pretende captar con este tipo de campañas (no con las formas, sino con el mensaje que trasciende de fondo) haga que la ciudad se vaya convirtiendo poco a poco en una especie de lugar de residencia vacacional gigante, sino en todo lo que ello implica. Y, aunque nos cansemos de decirlo, hay que insistir. Una promoción turística de estos valores turísticos genera no sólo un tipo de turismo, sino un tipo de masificación que en otros lugares de España se está pagando muy caro. Más allá de perder la identidad propia, los efectos son muy tangibles. El primero siempre es el que afecta a quien vive habitualmente en la ciudad, puesto que, debido a la demanda vacacional, las residencias habituales, los alquileres anuales y el desarrollo habitacional en muchos barrios de la ciudad se encarecen que es una locura. Hoy en día adquirir un piso medio en Gijón es entre 30.000 y 50.000 euros más caro que en cualquier otra ciudad de Asturias. No digamos ya el acceso a un alquiler. Pero no es sólo esto lo que cambia.
El pequeño comercio y la hostelería van adaptando su oferta a los picos de consumo generados por el turismo, y acaban chocando con el consumidor habitual. Y este es un debate complejo, puesto que ya hay locales a los que les merece más la pena abrir cuatro meses al año que doce. Y esto, que es muy entendible, desdibuja la ciudad hasta convertirla en una especie de ‘ciudad dormitorio gigante’. Soy consciente de que estamos aún lejos de que esto suceda durante los doce meses de un año, pero no lo estamos tanto si observamos sólo los meses de verano, en los que resultan intransitables muchas partes de la ciudad. Y no por el turismo, no, sino por la masificación. Por llevar al exceso un sector económico volátil y precarizado en su mayoría. Lo peor de todo ello, a la vista de las decisiones políticas municipales y regionales, es que se están poniendo tantos huevos en este cesto que, cuando los otros cestos económicos que aún persisten o que luchan por aumentar no lo hagan, desde la política se abrazará al turismo como único medio de sacar a flote una ciudad como Gijón, cada día más envejecida en edad y en aspiraciones. Los treinta y cuatro influencers son como esos spaguetti westerns descarnados que, como género cinematográfico, no pasa del entretenimiento, anclado en una época que siempre parece que ha quedado atrás. Como nuestra ciudad.