Lo único que separa a Álvarez-Cascos del ciudadano honrado es que el primero tuvo los arrestos para hacer lo que ambos desean
Estos días, la prensa rescata antiguas fotos de Francisco Álvarez-Cascos para ilustrar la noticia de que el exministro del PP se embolsó 4,7 millones de euros provenientes de instituciones y empresas a las que benefició en el ejercicio de su cargo público a través de contratos. Según publica ABC, Álvarez-Cascos adjudicó obras a compañías de las que ha estado recibiendo pagos al menos hasta 2018, incluyendo su etapa como presidente del Principado de Asturias.
La noticia hace que muchos piensen que la política es un negocio rentable y un instrumento útil para el enriquecimiento personal. Uno se mete en política por los mismos motivos por los que entra en la mafia, para expoliar, como así nos lo confiesa Ray Liotta en Uno de los nuestros. Lo malo no es robar, lo malo es que te pillen. El hombre justo lo es no por convicción sino por cobardía. Pero, si tuviésemos la certeza de la impunidad de nuestras acciones, todos seríamos Álvarez-Cascos. No solo es que lo políticos sean todos iguales: es que en nada se diferencian de nosotros; lo único que separa a Álvarez-Cascos del ciudadano honrado es que el primero tuvo los arrestos para hacer lo que ambos desean.
Esta cínica visión de la naturaleza humana y de la política es la que expone Glaucón en La República cuando narra la famosa historia del anillo de Giges, un pastor que servía al rey de Lidia y que se encontró un anillo mágico con el poder de hacer invisible a la persona que lo llevaba con solo girarlo. La persona que posee el anillo podría cometer cualquier injusticia con toda impunidad porque nadie la ve. Glaucón nos pide que supongamos que existen dos anillos como el de Giges y que se le da uno a un hombre justo y otro a uno injusto. ¿Qué ocurría? ¿Seguirían actuando de manera diferente o el justo tomaría el camino del injusto? Resolvamos el dilema: si le diésemos el anillo de Giges a Miguel Ángel Fernández, el actual alcalde de Caso, nunca lo usaría para ser Álvarez Cascos, sino para ser Miguel Ángel Fernández y hacer de la política la más noble de las acciones humanas.
Miguel, como lo conocen sus vecinos, no es que no gane un duro con la política, sino que el ejercicio de su servicio público le cuesta dinero. Al preguntarle por qué se metió en política, guarda un silencio meditativo para mirar hacia lo hondo y responde que, cuando era minero, sufrió un accidente terrible del que se salvó por el altruismo de los compañeros, literalmente «los que comen un mismo pan». Aquel suceso le marcó la espalda y el corazón: la primera, cosida con hierros; el segundo, con lazos de reciprocidad. Las entrañas del Pozo de San Mamés enseñaron a Miguel que nos salvamos juntos y que toda historia personal está hilvanada a una urdimbre de historias de las que formamos parte. La vida de Miguel está zurcida a la de sus vecinos de Caso, un concejo de la España rural que debe afrontar enormes retos si quiere sobrevivir. Para Miguel, hacer política es tejer comunidad, urdir los intereses particulares para formar una misma trama que dé vida y belleza al municipio. Por eso, me dice, en política no sobra nadie. El bien para el concejo solo puede identificarse y construirse con la participación de todos los ciudadanos.
Miguel está enamorado de su pueblo y no entiende algunos de los valores hegemónicos de las sociedades modernas. Me pregunta qué esperar de una sociedad que mete a sus mayores en geriátricos y a los perros en pisos. Recuerda con alegre nostalgia el día en que su familia se trasladó desde Oviedo en busca de la salud del aire de los hayedos del Parque de Redes para un hermano enfermo de asma. Me habla con pasión del presente y el futuro de los ganaderos, de las queserías, del turismo rural y de que tienen que luchar todos unidos para mantener el municipio vivo. Durante la pandemia lo pasaron mal, pero lo pasaron juntos y eso los hizo fuertes. Hay vecinos que viven a veinte kilómetros de la farmacia o del comercio más cercano. En confinamiento, era el propio Miguel el que, con su coche particular y con la gasolina pagada de su bolsillo, les llevaba los pedidos. El alcalde de Caso no considera que hiciese nada extraordinario, tan solo cumplir con su deber como hubiera hecho cualquier otro en su luga. Etimológicamente, tiene razón, puesto que “municipio” proviene de munus, servicio público, y capere, hacerse cargo.
Cuando le pregunto qué siente ante la noticia de Álvarez-Cascos, me responde que pena. La palabra «pena» sale de su boca con un timbre de indignación y cabreo, como hubiesen profanado algo bello, bueno y justo. A Miguel le da asco ver a alguien ganar dinero de la peor manera posible: corrompiendo lo que hace posible que todos vivamos mejor. Servirse de la política para ganarse la vida es una las formas más rápidas de perderla porque, como advierte mi amigo Javier Gomá, en su libro Ejemplaridad pública, toda vida humana es ejemplo y sobre ella recae este imperativo: «obra de tal manera que tu comportamiento sea imitable y generalizable en tu ámbito de influencia, generando un impacto civilizatorio». El imperativo de la ejemplaridad es muy importante en la actividad política, ya que el ejemplo de sus dirigentes sirve, si es positivo, para cohesionar la sociedad; y si es negativo, para fragmentarla y atomizarla. Nuestro espacio público está cimentado en la ejemplaridad. Podría decirse que la política es el arte de ejemplificar. Bien es cierto que el ejemplo de Álvarez-Cascos socaba nuestro espacio público y nos disgrega, pero igualmente cierto es que el de Miguel lo reconstruye y nos une.
Tengamos extremo cuidado de no quedarnos solo en el ejemplo de Álvarez-Cascos porque en el menosprecio de la política se nos olvida con facilidad preguntarnos cuál es su alternativa. El poderoso no necesita la política, tiene la fuerza; por eso somos tanto más libres cuanto más politizados estamos. Y, ante el cansino mantra «yo paso de la política» habría que responder que equivale a afirmar «yo quiero ser un siervo» o «yo quiero vivir en la más absoluta soledad». Abandonar la política no es solo dejar que otros la hagan sin nosotros sino, sobre todo, contra nosotros. Aquellos son los más interesados en que nos olvidemos el ejemplo de Miguel y nos creamos la falacia fascista de que todos los políticos son iguales.
Mezclar a Miguel con Cascos es como mezclar el Merengue con la Caca, menos mal que es con un buen fin.
Gracies Miguel por ser como yes, un paisano de lis pies a la cabeza.
Cascos es el fundador de Foro!!!!
Y se fue él!!!
Ahí lo dejo!!!
El mismo Eduardo Infante se define: basura y más basura. Calumnia, que algo queda. Cascos le queda muy grande. A él y a sus amigos . Mi Gijón? Será el tuyo, desde luego
A algunos frenar la corrupción, nos está costando hasta la salud.