«Nadie está libre. El porcentaje de personas en riesgo de vulnerabilidad es altísimo»
«Todo esto pone ante el espejo a la sociedad. Y nos hace descubrir (…) un Gijón desconocido, pero que estaba ahí»
por david péreZ
En Asturias, se ha abierto en los últimos años una profunda falla sísmica que amenaza con quebrar la región. Si hubiera que bautizarla, sería fácil: desigualdad social. Un origen, por otra parte, frecuente en esta época, compartido con numerosos escenarios del mundo occidental. Los datos del Principado se pueden esquivar a corto plazo, pero no podrán contenerse durante mucho tiempo, especialmente después de la pandemia: las costuras de Asturias están expuestas.
Actualmente, la tasa de riesgo de pobreza y exclusión en Asturias (24,6%) es la más alta registrada en la década. Se trata del índice Arope, por sus siglas en inglés, que mide el nivel de renta, el acceso a bienes y la intensidad laboral en los hogares. Solo desde 2018 a 2019, este índice se elevó 3,7 puntos en la región, con un aumento del 18 por ciento (36.000 personas) en cuanto al número de ciudadanos en riesgo: un total de 251.863 personas. Es decir: casi un cuarto de la población de Asturias vive, técnicamente, en la frontera de la pobreza.
En términos de riesgo de exclusión, según el Informe anual sobre el estado de la pobreza y la exclusión social en España Asturias ocupa hoy el noveno puesto del país, por detrás de Ceuta, Melilla, Andalucía, Extremadura, Canarias, Murcia, Castilla La Mancha y Comunidad Valenciana. La media nacional se sitúa en el 25,3%, un punto por encima del Principado.
Datos previos a la crisis sanitaria
Sin embargo, lo más grave de este escenario estadístico es que aún no recoge los efectos económicos de la pandemia, que desde marzo de 2020 viene evidenciando las debilidades del sistema, poniendo a prueba la capacidad de asistencia de las administraciones públicas.
Si en la recesión de 2008 las redes familiares fueron esenciales para mantener el equilibrio, ya no parece suficiente. En un contexto donde miles de personas pueden quedar desprotegidas frente a las medidas más extremas de la crisis sanitaria, como los procesos de confinamiento, las redes de solidaridad y las organizaciones sociales se han convertido en esenciales para ejercer de contrapeso.
Según un estudio de Intermón Oxfan, la actual crisis podría aumentar la pobreza en Asturias en 14.000 personas, un incremento del 9,4 por ciento, el quinto mayor en términos relativos entre las comunidades autónomas.
Gijón, la ciudad más débil socialmente
En Asturias, Gijón es uno de los concejos socialmente más débiles. Tras un confinamiento duro, donde se detectaron factores de riesgo que habían pasado inadvertidos, hoy la ciudad se prepara para una segunda ola de emergencias. Mientras la incidencia de la pandemia se agrava, las entidades sociales ya están preparadas para hacer frente a la incertidumbre.
«Actualmente, el problema es que no sabemos con qué nos vamos a encontrar, pero creo que va a ser peor. No sé cuándo va a llegar, si será en quince días o en un mes. Son mis sensaciones. Reconozco que esto no es técnico, pero es lo que creo», confiesa a miGijón María Velasco, trabajadora social y directora del Banco de Alimentos de Asturias, una de las principales entidades de apoyo en la región, cuya labor fue primordial en el primer estado de alarma.
Durante el confinamiento, la fundación registró un aumento del 15% en el número de usuarios que solicitan ayuda, con un incremento del 55% en el volumen de alimentos distribuidos respecto a años anteriores en la misma época.
«Nosotros trabajamos con todos los concejos, pero Gijón fue uno de los municipios donde registramos una mayor demanda. Los alimentos que repartimos durante el confinamiento fueron destinados mayoritariamente a Gijón. Fue un concejo donde salió a la luz toda esa economía sumergida que mueve a la sociedad. En servicios sociales no daban abasto en atender llamadas, por eso hubo momentos en que las entidades sociales fuimos convocadas para coordinarnos», apunta María Velasco. «Ha sido muy distinto a todo lo que habíamos vivido. Hasta el momento contábamos con la experiencia de la crisis de 2008, pero no es comparable. De la noche a la mañana, nos encontramos con una situación muy grave».
Actualmente, tras el paréntesis de la Nueva Normalidad, donde la curva de peticiones también se aplanó, la incidencia progresiva de la pandemia ha puesto en alerta de nuevo al Banco de Alimentos. «El concepto de normalidad nos lo habíamos creído, pero cuando ves al presidente alertando de que podemos volver al confinamiento, es cuando dices: cuidado. En la organización nos hemos puesto las pilas otra vez, porque esto vuelve», señala la trabajadora social.
Un otoño sin operaciones kilo
Las llamadas operaciones kilo son, desde hace años, una de las principales fuentes de recursos de la entidad. Es en noviembre, precisamente, cuando el Banco de Alimentos organiza «La Gran Recogida», una de sus acciones de mayor envergadura, desplegando más de 1.200 voluntarios en Asturias en un fin de semana. Este año no podrá celebrarse debido a las medidas sanitarias, como tampoco podrán organizarse las habituales en colegios y centros comerciales.
Ante esta contingencia, la entidad está ultimando la puesta en marcha de un sistema de donaciones económicas directas, a través de dos vías: bien mediante una web o bien en los propios supermercados y establecimientos, de tal forma que se pueda añadir una donación de cinco euros en el ticket de la compra.
Más de 4.000 intervenciones por la pandemia
Durante el primer estado de alarma, las entidades sociales de Gijón realizaron más de 4.000 intervenciones de apoyo, de las cuales el 50 por ciento tuvieron como objeto personas que nunca había necesitado ayuda. La Fundación Mar de Niebla, con base en La Calzada, es una de las organizaciones que coordinaron la asistencia. Su director, Héctor Colunga, también presidente de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza en Asturias, subraya la gravedad de estos datos. «Quiere decir que existían muchas personas que antes de la pandemia estaban en una situación de mucha vulnerabilidad, pero sobreviviendo por sí mismas. Esto pone en evidencia que las organizaciones sociales y los servicios públicos estamos llegando a un 50 por ciento de lo que deberíamos», advierte.
No obstante, el problema no es nuevo. «El coronavirus no ha provocado un cambio radical desde la perspectiva social, sino que ha puesto en evidencia una realidad que existía antes, porque nuestra sociedad ha admitido contextos de desigualdad intolerables. Hemos llegado a aceptar, por omisión de respuesta, que existe en torno a un 14% de personas en riesgo de pobreza y exclusión en nuestras comunidades», lamenta el director de Mar de Niebla.
«Ahora, en una situación como esta, aumentan los factores de riesgo de personas que, primero, ya estaban en una situación de exclusión; y segundo, que estaban en una situación muy límite, porque quizás antes no entraban en las estadísticas de riesgo, pero ya estaban sobreviviendo, acumulando trabajos precarios o viviendo situaciones de agrupaciones familiares porque habían perdido el empleo y habían vuelto con sus familiares», añade Colunga. «Todo esto pone ante el espejo a la sociedad. Y nos hace descubrir una realidad que muchos desconocían, un Gijón desconocido, pero que estaba ahí».
Incremento de las personas sin hogar
Lo que se ve en ese espejo no es agradable. En un estudio realizado en noviembre de 2019, en Gijón se registraron al menos 439 personas sin hogar, de las cuales 142 (32%) dormían en la calle.
Durante el confinamiento, en la ciudad se habilitó un albergue provisional en el polideportivo de La Tejerona donde se alojaron un centenar de personas a lo largo de dos meses y medio, hasta su cierre en junio. Actualmente, el albergue de Covadonga, el mayor centro de la ciudad para proporcionar refugio a las personas sin hogar, ha reducido su aforo al 65% en cumplimento de las medidas de prevención, contando con hoy con espacio para 55 adultos y tres familias. Según la entidad, la franja de edad de las peticiones de alojamiento ha descendido, siendo cada vez más frecuentes los perfiles de personas menores de 40 años.
En el proyecto Eslabón, uno de los programas de Mar de Niebla, la fundación tiene en la actualidad contacto con 255 personas sin hogar, en una situación de alta exclusión. Dentro de ese grupo, 70 practican la mendicidad, representando para el 90 por ciento su único medio de ingresos. «A mí me pone los pelos de punta este dato. Gijón no es una excepcionalidad en el mapa global, es un polo más, pero más de doscientas personas en una ciudad de 270.000 habitantes es un índice altísimo», señala el director de la entidad. «Gijón tiene una red de atención a personas sin hogar bastante potente, pero las medidas sanitarias obligan a reducir los ratios, entonces hay más personas que no pueden acceder a estos recursos».
Familias sin ingresos
En el actual contexto, a Héctor Colunga le inquietan dos problemas. En primer lugar, el acceso a la vivienda. «Me preocupa la situación de muchas personas y familias que no tienen las necesidades básicas cubiertas, como el acceso a la vivienda. No se está cubriendo porque el poder adquisitivo de las personas que menos tienen es muy bajo y el mercado no es susceptible a esa realidad, por lo que muchas viven en condiciones indeseables, desde las que duermen al raso hasta las que viven en infraviviendas o en espacios abandonados».
En segundo lugar, la ausencia de ingresos. «Hay personas en una situación compleja por falta de renta porque no tienen recursos económicos para acceder a la alimentación o pagar las facturas. Esta dificultad solo se puede resolver de dos formas: con empleo o con renta, y el empleo ahora es muy complejo. A corto plazo esto es muy preocupante, porque si se encrudecen las medidas sanitarias estas van a ser las realidades más desprotegidas».
«Fue lo que paso en marzo», señala. «La gran crisis social fue que presupusimos que todo el mundo tenía una casa y que todo el mundo tenía dinero para comprar alimentos. Y se vio que no. Muchas más personas de las que nos imaginábamos no estaban en esa tesitura».
La Cocina Económica, desbordada
La Cocina Económica, situada en la calle Mieres, gestionada por la Asociación Gijonesa de Caridad, es una de las principales entidades sociales de la ciudad. Actualmente, con el comedor cerrado a causa de las medidas sanitarias, proporciona comida a una media de 350 personas al día, ofreciendo alrededor de 666 servicios diarios (entre desayunos, comidas y cenas) entregados en tápers.
A 31 de octubre, la Cocina Económica había contabilizado 183.722 servicios en 2020, lo que supone un incremento del 20% respecto a años anteriores, a falta de dos meses para que finalice el año. «No es que lo diga la Cocina Económica, es que todas las organizaciones que están de verdad preocupadas por ayudar están desbordadas. Lo mismo está pasando en Oviedo y en todos los sitios», explica a miGijón Luis Torres, presidente de la Cocina Económica.
Sobre el perfil de los nuevos usuarios, la entidad carece de datos comprobables, pero la realidad ha cambiado a raíz de la pandemia. «Nosotros primero damos de comer y después preguntamos. Hay gente que se ha quedado sin trabajo, personas que no esperaban ni mucho menos estar en esta situación, gente que se ha quedado directamente fuera de juego… No puedes tener la seguridad de que lo que cuentan es verdad, pero a nadie le gusta ponerse a la cola para que le den un plato de comida. Pero es cierto es que hay personas que antes no habíamos visto».
Mientras el otoño avanza, a Luis Torres le preocupa no poder ofrecer comida caliente en los próximos meses. «El problema del invierno es que hay gente que, si no tiene casa, ¿dónde calienta la comida? El invierno nos va a traer la preocupación de no poder atender a la gente como debemos, porque no creo que a nadie le guste comer frío, y si no tienen un sitio donde poder calentar lo que se llevan, ya me dirá usted lo que pasa. No estábamos preparados para lo que ha venido. Y la preocupación es no poder hacer más», lamenta el presidente de la Cocina Económica.
El concepto de las «colas del hambre»
En los últimos meses, el término «colas del hambre», cuyo origen se encuentra en la Guerra Civil y en los duros años de la posguerra, se ha abierto paso en los titulares periodísticos para describir la situación en muchas ciudades de España. A Luis Torres, no le gusta el término. «A mí me da verdadera pena porque estamos hablando de personas y todos tenemos una dignidad. Tenemos que tener respeto por ellos. No creo que a nadie le guste que le pongan esa etiqueta. Son personas a las que la vida ha llevado a esta situación y lo menos que podemos hacer es compadecernos».
Para Héctor Colunga, es un tema complejo. «Por una parte, ese concepto nos retrotrae a realidades que vemos superadas. Sin embargo, cuando a alguien le incomoda el término también significa que no es consciente de la realidad que tenemos ahora, porque es cierto que hay personas pasando hambre. No es una situación de un país en vías de desarrollo, pero es así: hay personas que a mitad de mes no tienen recursos para tener alimentos».
«Tiene un punto sensacionalista porque, por otra parte, colas como las de la Cocina Económica han estado ahí siempre. No es una realidad nueva, pero ahora es más evidente», argumenta el director de Mar de Niebla. «Pero la pregunta que debemos hacer es cómo gestionar con dignidad esta situación, porque es triste en el siglo XXI en una sociedad como al nuestra haga a la gente hacer cola para acceder a un bien básico como la alimentación, cuando tendrían que acceder de forma normalizada a su compra. Se puede hacer, pero a veces la sociedad se siente mejor colaborando para dar alimentos que ofreciendo recursos», añade Colunga. «Por una parte, las colas del hambre incomodan, pero por otra parte ven que está llegando lo que tiene que llegar. Sin embargo, obligas a la gente a pasar por un proceso de esas características, y no nos planteamos que es delicado».
Cuando vienen mal dadas
La frontera de la necesidad está más cerca de lo que parece. La directora del Banco de Alimentos de Asturias, lo advierte. «Antes nos encontrábamos con personas que estaban en una situación de exclusión social, pero ahora de repente están viniendo personas que hasta hace poco tenían cierta normalidad en sus ingresos».
«Si volvemos al confinamiento, mucha gente que realiza un tipo de economía sumergida no va a poder recibir ingresos. Además, muchos autónomos hoy no pueden cubrir sus necesidades. Te encuentras con personas normales, familias que en un momento dado se ven en la necesidad de pedir ayuda», explica María Velasco.
«La realidad siempre supera a la ficción. Es una de las cosas que aprendes», añade Héctor Colunga. «La segunda es que nadie está libre. El porcentaje de personas en riesgo de vulnerabilidad es altísimo. Te vienen dos o tres mal dadas y acabas en un pozo del que es muy difícil salir, porque tenemos pocos mecanismos de prevención», lamenta. «Nuestros sistemas se han especializado en operar a corazón abierto, pero cuando una persona acaba en una situación de calle consumiendo porque el día es muy largo y le da vergüenza y lo que le queda es un cartón de vino diario, esas situaciones son muy difíciles de recuperar».
«En el primer estado de alarma lo que se vivió fue dramático. En ese momento no me di cuenta, porque estás dentro de una burbuja, pero ahora sí lo veo», recuerda la directora del Banco de Alimentos de Asturias. «Por otra parte, también fue bonito. Muchas veces lloré de la emoción en mi casa. Sin decir nada, empezabas a recibir donaciones económicas. Es difícil de imaginar la solidaridad que hubo, fue increíble. La gente se ha vuelto muy solidaria. Esa es la parte buena».
«Que yo reparta alimentos a una familia no transforma nada, cubre una necesidad urgente, pero sigue estando ahí mañana, y pasado, y dentro de un mes», piensa el presidente de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza. «No se trata de llegar cuando la situación es irreversible, sino de intervenir en contextos más tempranos, para que requieran menos esfuerzo e inversión. El eterno trabajo preventivo que todo el mundo defiende, pero nunca se practica», concluye Héctor Colunga.
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