Ninguna decisión política es neutral. Toda acción política parte de una determinada concepción de lo bueno, lo justo o lo útil
El PP de Feijóo ha apostado por un técnico, y no por un político, para encabezar la lista autonómica del PP asturiano en los próximos comicios. Diego Canga se presenta como una apuesta competente e independiente frente a la falta de formación y el sesgo ideológico de nuestros políticos. Un técnico con amplia experiencia acertará con los intereses generales para Asturias frente a los propios intereses de los partidos.
La idea de Feijóo no es nueva; desde la creación misma de la democracia, ha habido quienes han querido sustituirla por una tecnocracia. Platón se enamoró de la idea de un gobierno ejercido por los que más saben. Karl Popper, que sufrió el fascismo alemán, supo ver en la propuesta platónica el germen del totalitarismo. Cree Popper que, si queremos que nuestra civilización sobreviva, debemos romper con el hábito de reverenciar a los grandes hombres. Los grandes hombres pueden cometer grandes errores. Por tanto, lo que habrá que dilucidar no es si la idea de Feijóo es original, que no lo es, sino si es cierta.
La tecnocracia se basa en la idea de que la administración de los asuntos públicos puede, y debe, hacerse al margen de la política, porque en el fondo es una cuestión técnica. El talento que se necesita para administrar una multinacional y para gestionar una comunidad autónoma como la nuestra es el mismo. Es por esto que un técnico siempre lo hará mejor que un político ya que el currículum del primero será siempre superior al segundo. De esta idea se deduce que la decisión técnica es más eficiente que la democrática. Pero, ¿es esto ciertamente así?
Lo primero que deberíamos tener en consideración es que, frente al resto de ciudadanos, condicionados por sus intereses de clase, su ideología, sus filias y sus fobias, un técnico no posee un alma angelical y pura. La supuesta imparcialidad del técnico es, en palabras de Platón, mera apariencia. Ninguna decisión política es neutral. No hay mayor prejuicio que creer que no se tienen prejuicios. Toda acción política parte de una determinada concepción de lo bueno, lo justo o lo útil.
Ante «lo útil» cabe preguntarse siempre: ¿útil para quién? El presupuesto de Asturias, por ejemplo, no es un problema económico, sino político. Cada posible presupuesto refleja un modelo social y económico que se desea construir: socialdemocracia, liberalismo o fascismo, por citar algunos. El neoliberalismo de Canga es un modelo más, no la solución técnica más eficaz. Cada asignación y cada recorte evidencia una posición ideológica de la sanidad o la educación.
La deliberación política y la técnica versan sobre cuestiones divergentes y tienen lugar en tiempos diferentes. El asunto de la primera son los fines mientras que el de la segunda son los medios y, por ello, la técnica debe someterse a las directrices de la política. Como bien advertía Séneca, «quien intenta disparar una flecha debe conocer su blanco, para luego dirigir y regular con la mano el disparo. […] Para el que ignora el puerto al que encaminarse, ningún viento le es propicio». Primero determinemos el blanco y, luego, dejemos que sean los técnicos los que se encarguen de diseñar el instrumento más eficaz para abatirlo. El debate político no versa sobre tipos de embarcación sino sobre puertos. Hay una enorme arrogancia en la despótica idea de que los ciudadanos no sabemos qué es lo que nos con-bien-e, que no conocemos el orden de prioridades que ha de orientar la comunidad.
Adolf Eichmann fue un gran gestor. Su solución al problema técnico de cómo transportar y exterminar en masa a los judíos de Europa fue tremendamente eficaz. Auschwitz fue una empresa tremendamente eficiente al servicio de unos fines perversamente erróneos. En su juicio, Eichmann repitió hasta la saciedad que no era un político sino un alto funcionario al servicio del gobierno legítimo alemán. Cómo técnico era brillante; cómo político, un completo imbécil.