Aquí lo suyo es tomarse su tiempo para saborear la sofisticada propuesta gastronómica. Algunos se empeñan en llamarlo fusión, en el caso del Kraken, es valentía para aprovechar el producto local y jugar con él
El restaurante Kraken es lugar de peregrinación de los amantes del recetario marino. Es uno de esos establecimientos que conviene tener en el radar. Los clientes fijos son legión, y cada vez más.
Puede que sea por su emplazamiento privilegiado, en la segunda planta del BIOPARC Acuario de Gijón, su terraza acristalada con una espectacular panorámica a la Playa de Poniente y a la ciudad de fondo. No hay una vista igual. El restaurante se vive de manera diferente, de día y de noche; en primavera, en verano, en otoño o en invierno; si llueve o hace sol; pero siempre en primera línea con el mar y el cielo cantábricos de compañeros de mesa. Las prisas no existen y el reloj se para.
Aquí lo suyo es tomarse su tiempo para saborear la sofisticada propuesta gastronómica. Algunos se empeñan en llamarlo fusión, en el caso del Kraken, es valentía para aprovechar el producto local y jugar con él, aplicándoles técnicas foráneas que abren nuevas posibilidades para crea una forma y sabor propios. Kraken es reconvertir lo de aquí con lo de allá para deslumbrar al comensal. Es reinventar la tradición, contrastando la cocina de siempre con la nueva, a través de recetas increíblemente equilibradas y armoniosas.
En este restaurante es el recetario el que tiene carácter y son los platos los que otorgan la personalidad al restaurante. El protagonista indiscutible de la carta, escogida y pequeña en extensión, es el Cantábrico, tanto el mar como de tierra adentro. Una despensa de cercanía, soberbia y de máxima calidad.
Platos para no olvidar
Un día cualquiera en el restaurante puede empezar abriendo el apetito con puro sabor a mar, gracias a una degustación de ostras cultivadas de manera sostenible en la ría del Eo. Porque en el Kraken todos los productores tienen nombre y apellido.
Continuamos con varios platos al centro, intrépidos, que aúnan excelencia y originalidad. Un tartar de lubina salvaje, elaborada en crudo, lleno de matices y con un intenso sabor marino. Seguido de un salpicón de pulpo de pedrero y manzana asturiana o unas croquetas de queso ahumado de Pría, porque estando en Asturias no todo iba a ser mar. Otra de las delicias que no pueden faltar son los arroces, el del Cantábrico con mollejas de cerdo es para no olvidar.
Entre los platos fuertes encontramos pescados, dominados en cocina y equilibrados con unos aderezos que les sientan de manera impecable: un rodaballo recién traído de la rula con guisantes Maresme y ajo negro o un bacalao confitado con crema marina de plancton.
Las carnes, también de la tierra, se van abriendo paso tímidamente en la oferta, con un solomillo de vaca y demi-glace de amontillado o un ribeye de ternera IGP con puré trufado de patata.
En el Kraken siempre merece la pena dejar un hueco para el postre. Es de esos sitios donde se les da la importancia que merecen. Uno de los más demandados es el mousse de kéfir con sablé y gel de fruta de la pasión o, algo que siempre apetece, una tarta de quesos, en este caso, asturianos con helado de queso azul.
La reivindicación de la coctelería marina
Y, como no todo es comer, la coctelería marina del Kraken es única en la ciudad. Una buena manera de terminar. Hay que pedir la carta porque un cóctel del Kraken lo cambia todo. Son creaciones líquidas con carácter de bucanero y sabor a mar. Con nombres como Espirulina o Haemetococcus; el primero lo preparan con ginebra infusionada con alga codium, flor eléctrica y limón; y, el segundo, con sake, gin macerado con tomillo limón, ficocianina, yuzu y jengibre.
Para los inquietos y los exigentes disponen de un menú degustación de 6 pases, que puede incluir maridaje o no, pero lo que no falta es el elemento sorpresa. Se trata de un arriesgado recorrido por la filosofía de la casa, un creativo muestrario de elaboraciones que, respetando al máximo el producto, no encontramos en la carta de manera habitual, pero que se nutre de lo mejor del mercado y de la temporada. Unas cebollas rellenas de anguila caramelizada, un emberzado de salmonete o un arroz meloso de algas y pescado son algunas de las propuestas que nos podemos encontrar, aunque nunca se sabe.
Al despedirse uno se levanta sin ganas, se despide del Cantábrico, ambos cielo y mar, y al abandonar el restaurante descubre que el reloj vuelve a andar. Es en ese preciso instante cuando el comensal se da cuenta, con añoranza, de que ya tiene ganas de volver.