Este es sin duda el artículo más difícil de todos los que haya podido escribir en mi vida, no solo por hacer una reseña a un accidente con dos pilotos fallecidos en una carrera, sino porque además eran amigos míos
Este es sin duda el artículo más difícil de todos los que haya podido escribir en mi vida, no solo por hacer una reseña a un accidente con dos pilotos fallecidos en una carrera, sino porque además eran amigos míos desde hace 23 años Julio César Castrillo y 33 Francisco Javier Álvarez. La vida, esa que nos aplasta o nos lleva cuando y como quiere, en la tarde del sábado lo hizo de la manera más abrumadora posible, sumándose un cúmulo de circunstancias en la que ninguno de ellos tuvo opciones de esquivar tan trágico final. He dudado en escribirlo, pero reflexionando, finalmente he creído que un mínimo recuerdo por mi parte, y unas fotos de momentos felices es lo que había que hacer por más que cueste encontrar las palabras, o la concisión.
Me duele la pérdida de los dos profundamente y las circunstancias que rodearon todo, por más que se recurra al único consuelo posible en estos casos, que es encontrar la muerte haciendo lo que más les gustaba en este mundo, competir, estar rodeados de amigos, de risas que ambos derrochaban con todos, y saborear una vez más las sensaciones de ir subidos en un coche de carreras dentro de un tramo cronometrado. La amplia familia automovilística los acompañó en los funerales celebrados ayer en Grado y Oviedo, desde los pilotos asturianos de la vieja guardia, llegados de otras regiones, organizadores, prensa especializada, o simplemente aficionados, y lo hicieron en tal número que fue necesaria la presencia de varias patrullas de la Policía Local ovetense para controlar la zona de la Florida. Todos habían disfrutado de su amistad, de tantos momentos de compañerismo, esfuerzo por darles un espectáculo gratuito a los simples aficionados, así que lo mínimo que tocaba hacer era arropar a dos familias y amigos cercanos destrozados.
Quiero en esta ocasión hacer más hincapié en Francisco Javier con el que me unía recuerdos y vivencias muy profundas, de años muy bonitos de carreras en las que él con su inteligencia y buen hacer, supo ir escalando en el difícil mundo de los rallyes.
Con Javi, “Manguti” como le apodábamos sus amigos más cercanos siendo aún casi un niño, me unen desde que nos conocimos teniendo él 13 años, mil aventuras de juventud, de ir a ver rallyes juntos, de trabajos, y por supuesto todas terminaban confluyendo en las carreras. Como continuador de su padre, piloto y organizador en los años 70 y 80, pronto con más ilusión y ganas que medios, participaba como piloto en carreras de autocross o montaña donde no era necesario tener el carnet de conducir, y a pesar de lo modesto de sus coches, con un valor y habilidad que todos recordamos. Pero su verdadero sitio estaría como llamamos en el argot de los rallyes, en el asiento del miedo, el de copiloto, empezando con Juan Bautista Fernández, conocía sus primeras pruebas del Nacional de Rallyes, siguiendo con Roberto Solís alcanzando los primeros triunfos dentro del Desafío Nacional, sus títulos particulares y la llegada al equipo oficial Peugeot. Cortándose la trayectoria de la pareja asturiana en el 2001, por diversos motivos, y una progresión que les podría haber llevado a lo más alto. Poco después los caminos deportivos de Julio César y Javi, se juntaron y durante ocho temporadas, compitieron en Asturias con coches muy punteros, pero no siempre fiables, perdiéndose algún título más por el camino.
Berti Hevia, bicampeón de España de Rallyes, reclamó sus habilidades durante el 2012, alternando regional y nacional, llegando a ganar el rallye más antiguo de nuestra región, el Príncipe de Asturias, continuando el año siguiente corriendo por España con otro piloto asturiano, Jonathan Pérez. Opel España montaba un equipo oficial en 2015, y junto a Ángel Paniceres regresaba al panorama Nacional durante dos años, sumando junto a él otra temporada en la Dacia y con un Kia N5. También con pilotos del regional como José Martínez o Jovino García, no paraba de competir cuando su trabajo lo permitía. Todos ellos estaban en el último adiós, y varios de ellos sacaron el féretro fuera de la abarrotada Iglesia San Melchor de Oviedo hasta el último coche en el que se subiría. Le han faltado muy pocas carreras para alcanzar las 200, número que muy pocos copilotos en España tienen, destacando desde muy joven por las mejores características que puede tener uno de ellos, discreción, concentración, seriedad, meticulosidad y ausencia total de errores. Todo ello dentro de una persona afable, risueña y con una bondad que le dejaba todas las puertas del automovilismo siempre abiertas. Sin duda, se nos fue uno de los mejores copilotos que ha dado Asturias, cuna de grandes deportistas del motor.
Durante los últimos años competía dentro del Campeonato de regularidad, con su hijo Adrián, que no podía tener mejor maestro de vida y copilotaje, consiguiendo numerosas victorias en la categoría de biciclómetros, pasando por decenas de tramos por donde Javier había corrido en rallyes de velocidad.
Junto a su padre, han sido desde hace décadas la imagen más visible de Caja Rural de Asturias en todos los eventos relacionados con el campo, fiestas tradicionales, concursos rurales y las carreras, donde tenían un prestigio y cariño ganados gracias a su infatigable trabajo y simpatía repartidos por todos los rincones de Asturias. Javi deja un hueco imposible de llenar ahí también.
Ahora, a muchos de nosotros nos costará llegar a una carrera y no encontrarle, que nos reciba con una sonrisa, broma o batallita. Siempre se van antes de tiempo las buenas personas, pero nunca lo harán de nuestros corazones.