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El amor planta cara al odio: la comunidad LGTBI toma las calles (I)

Redacción por Redacción
01/07/23
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MIGIJÓN se cita con varias parejas LGBTIQ+ asturianas para conocer más de cerca la realidad del colectivo: «Los movimientos más conservadores y de derechas se esfuerzan en señalar que somos un error, o un mal ejemplo»

POR BORJA PINO Y PAULA G. LASTRA

Lesbianas, gays, personas trans, bisexuales, intersexuales… Sin olvidar el símbolo ‘plus’ que, desde hace años, complementa y amplía las siglas LGTBI. Ni esa críptica combinación de letras, ni ninguno de los términos anteriores, bastan por sí solos para rescribir, ni remotamente, la inabarcable variedad de maneras de ser, deseos particulares, anhelos y temores, vivencias y realidades que acumulan los millones de personas que, en todos los rincones del mundo, forman parte del colectivo LGBTIQ+. Coincidiendo con la gran manifestación por el Orgullo convocada en Madrid, MIGIJÓN ha querido acercarse a algunos de los perfiles humanos tras las siglas, contar su realidad, que es la de tantas, y poner voz a una lucha que busca el pleno reconocimiento de sus derechos. Conocer sus realidades, sus alegrías y sus decepciones, sus sueños por cumplir y, sobre todo, sus posturas ante un contexto social polarizado, en el que el evidente avance de la tolerancia, como el no menos patente progreso de ciertos prejuicios, libran un pulso titánico que trasciende la esfera política y ha llegado, si no regresado, a las calles de España.


María González y Yolanda González: «El Orgullo es una forma de dar las gracias a todas las personas trans, bolleras y maricas que llevan décadas luchando»

María González y Yolanda González / Fotografía: Cristina Cañibano

A veces hay que irse a 500 kilómetros para encontrar algo que siempre has tenido muy cerca. Un poco eso les paso a María González (29) y Yolanda González (29), avilesinas y residentes en Madrid desde hace casi una década. Fue en esta última ciudad, y ya en la universidad, cuando se encontraron, se conocieron y se enamoraron, a pesar de que en Asturias fueron, durante muchos años, casi vecinas. Años después, y una boda por todo lo alto mediante, las dos continúan viviendo junto con su gata en la capital madrileña. Desde allí siguen de cerca el panorama político y miran con recelo a quien, identifican, busca quitar al colectivo las conquistas conseguidas: la derecha y, sobre todo, la extrema derecha. 

Darse cuenta de su sexualidad fue un poco diferente para cada una. Mientras María lo descubrió en el instituto, con una amiga, para Yolanda la “revelación” le llegó a los 20 años. “Prácticamente todo mi circulo pertenecía al colectivo, lo que supongo que propició que me acercara, en entorno diverso, seguro y abierto, a una parte de mí que desconocía”. La suerte de ese entorno seguro hizo que, en los dos casos, sus personas de confianza apoyaran su relación, lo que no borra algunos episodios vividos en Madrid, como cuando un hombre, por la calle, les espetó que les “pegaría un tiro si ahora mismo tuviera una pistola”. Su delito entonces fue ir cogidas de la mano. 

“Vivimos nuestra relación de manera libre, es verdad. Pero todo lo libre que puede ser una pareja de mujeres en un mundo donde algunos hombres aún se sienten con derecho a acercarse a ti y decirte cualquier cosa”, reflexiona Yolanda. Por esa rabia, por quien juzga antes de conocer – cuenta María que, siendo maestra, todavía se piensa más de una vez si revelar o no su condición por el miedo a que se juzgue su profesionalidad- , cada Orgullo salen a la calle, también a agradecer. “El Orgullo es una forma de dar las gracias a todas las personas trans, bolleras y maricas que llevan décadas luchando para que todes tengamos un futuro mejor, más libre y más seguro”, explica Yolanda. “No se limita a una fecha”, añade su pareja, “sabemos que en Madrid vivimos en una ‘pompa’ y que quizá no somos del todo conscientes de lo duro que está siendo para otras compañeras del colectivo vivir su homosexualidad en otros lugares”.

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Un futuro al que miran con optimismo, con un ojo puesto en las nuevas generaciones, en esa mayor libertad que tienen a la hora de ser quienes son. “El abanico de identidades que hay ahora me parece maravilloso, al igual que la cantidad de referentes. Pese a que los movimientos más conservadores y de derechas se esfuerzan en señalar que somos un error o un mal ejemplo, en general, creo que ahora somos una sociedad más diversa e inclusiva”, cuenta Yolanda.

María González y Yolanda González / Fotografía: Cristina Cañibano

Pese al optimismo, les viene a la mente otro de aquellos episodios que no deberían haber vivido. Fue el día que acudieron a abrir el expediente matrimonial, uno de los momentos más bonitos para cualquier pareja, cuando el notario les empezó a hablar de esas parejas de mujeres, de más edad que la suya, que acudían a casarse. “¡Claro, como que van a descubrir a estas alturas que les gustan las mujeres!”, les dijo. Y otra vez, de base, la ignorancia. Un comentario que demuestra la, a veces, poca cultura que demuestra la sociedad acerca de la condición sexual de cada quien. “Con la mal entendida libertad de expresión la gente sigue atrapada en un montón de actitudes que perpetúan prejuicios e idearios muy arcaicos. El típico chiste y el comentario de, ‘esto siempre ha sido así, es solo humor’, siguen haciendo mucho daño”, añade María. 

Las dos encaran el ascenso de Vox y las futuras elecciones nacionales con miedo. El de María pasa por el retroceso de derechos, por perder la seguridad de sentirse libre con su pareja o por la posibilidad, cada vez mayor, de ser agredidas por parte de grupos reaccionarios. Para Yolanda, partidos como el verde hacen que aumente la violencia contra el colectivo, ya que “sus comentarios y políticas nos criminaliza y señala como errores al tiempo que animan al desprecio, la violencia y la marginación. He vivido siendo bisexual casi una década. No me quiero imaginar cómo tiene que ser empezar a vivir alerta por el mero hecho de existir”.


Pablo Martínez y Pablo García: «Para muchos familiares y amigos, el rechazo es por el miedo a que, como gays, lo podamos pasar mal»

Pablo Martínez y Pablo García.

Han transcurrido once años desde que Pablo Martínez (Oviedo, 1989) y Pablo García (Siero, 1990), ‘los Pablos’ para sus cercanos, comenzaron a recorrer juntos el sendero de la vida, convencidos individualmente de que el otro es el compañero perfecto para disfrutar de cada nueva etapa de ese camino largo, siempre misterioso, a veces tortuoso pero, en su caso, dominado por la felicidad. Porque, pese a su condición de gays, y aun a pesar de lo que entienden como un cierto repunte del conservadurismo en ciertos espectros de la población, el suyo es un amor vivido con amplia naturalidad y libertad, ajeno a insultos o agresiones externas, y en el que, por encima de todo, prima la convicción compartida de que “seamos felices para siempre”.

Fue gracias a una amiga común, estudiante de música como ellos, que Martínez y García se conocieron. “Quedamos un día los tres, a la salida de los ensayos, de forma súper normal; ahí empezó la cosa”, rememoran, tiernos y divertidos a la par. Plenamente conscientes de su condición sexual desde mucho antes de juntar sus caminos, aquel contacto no tardó en convertirse en un algo más profundo, sólido y duradero; y, con ello, llegó el momento de comunicarlo a sus respectivos círculos. “La verdad es que tanto nuestros padres y hermanos, como la mayoría de nuestros amigos se lo tomaron bien”, recuerdan, aunque “siempre hay un poco de todo”. Y es que, si bien en estos años nunca han sufrido “ni una falta de respeto, ni un rechazo explícito”, sí admiten que en los ámbitos más cercanos “no es lo mismo decir que aceptarías a alguien gay, que tener que aceptarlo; ahí entra en juego el qué dirán, pero también otra cosa: el miedo a que, por ser homosexual, lo podamos pasar mal en el colegio, en el trabajo…”.

Por fortuna, nada de eso se ha dado, y hace ocho meses, con su relación ya afianzada y un cierto bagaje a sus espaldas, se dieron el “Sí, quiero”. De nuevo, la tolerancia ha sido la norma, favorecida porque “al final, entre la familia que te toca y la que eliges, creas un espacio amable, de aceptación”. Sin embargo, llegar al actual punto de naturalidad no ha sido tarea fácil; en los primeros compases de esta aventura “sí que nos pensábamos lo de ir de la mano por la calle, por ejemplo. Tienes tan interiorizado lo de no mostrar tu afectividad que, aunque quieras hacerlo, te cuesta”. Un mecanismo de seguridad profundamente anclado en el subconsciente de la comunidad LGTBI, y que tuvo su traslación, incluso, a la hora de elegir el destino de su luna de miel. “Siendo gays, hay lugares en el mundo a los que nos habría encantado ir, pero que no eran precisamente recomendables; al final, elegimos Costa Rica porque nos apetecía, cierto, pero también porque es el país de Sudamérica más tolerante con nosotros”, puntualizan.

Pablo Martínez y Pablo García.

Ni García, ni Martínez temen que España pueda llegar a extremos de discriminación como los de ciertos países no excesivamente lejanos, aunque tampoco son ajenos a cierto temor. Casos como el de Italia, que ha restringido el registro de hijos de parejas del mismo sexo, los perciben “poco probables aquí, porque se ha creado tal presión social que a un político, aunque sea de Vox, le costaría mucho explicar por qué derogaría cuestiones como el matrimonio LGTBI”. Es más, los avances en materia de tolerancia e igualdad “son evidentes, por mucho que ahora haya actitudes que sean una involución. Pero tenemos más referentes, nos es más fácil trabar relaciones entre iguales y, al final, cada año vamos un poco a mejor”. Incluso son optimistas de cara a una futura aceptación del colectivo por parte de la Iglesia. “No lo veremos, harán falta muchos Papas, pero ocurrirá; de haber podido nosotros casarnos así, habríamos tenido que negociarlo, pero habría ganado el sí”.

Así las cosas, este Día del Orgullo no tiene para Martínez y García un significado distinto al de los precedentes, ya de por sí de una valía incalculable. “Nuestro mensaje es simple: ser libre, amar a quien quieras y celebrarlo. Y reconocer a los mayores LGTBI, que son una figura muy olvidada. Muchas veces la fiesta se centra en nosotros, los jóvenes, pero hay cientos de personas que vivieron su sexualidad y su amor en la clandestinidad, y que arriesgaron mucho para llegar a donde estamos ahora. No debemos dejarlas de lado”.

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