MIGIJÓN se cita con varias parejas LGBTIQ+ asturianas para conocer más de cerca la realidad del colectivo: «Solo somos personas que nos queremos y que queremos formar una familia, tal y como querría cualquiera»
POR BORJA PINO Y PAULA G. LASTRA
Las familias LGTBI miran con recelo el aumento de discursos homófobos en medios de comunicación, partidos políticos y, como resultado, en las propias calles. Es imposible evitar la palabra miedo mientras que países vecinos, como Italia, se plantea quitar derechos a los hijos de madres lesbianas. Padres, madres e hijos se unen contra un frente común que busca devaluar su modelo de familia y que les recuerda a discursos de épocas muy pasadas. Sin embargo, y a pesar de la oscuridad con la que contemplan la formación de Gobiernos con discursos cada vez más extremistas, hay espacio en sus palabras para el optimismo, y es que, dicen, cada vez más gente entiende lo que son: personas que, como cualquiera, solo buscan ser felices.
Alma Luis y Eva Cachón: «Es la primera manifestación que hemos vivido entre lágrimas».

La historia de Alma Luis y Eva Cachón podría ser la de cualquier pareja. Las dos se conocieron ya hace años, y aunque Alma ya se había fijado en Eva, tuvo que pasar el tiempo e intervenir la fortuna para que, en un café cualquiera, estas dos gijonesas comenzaran a enamorarse. Pese a su juventud, -ninguna de las dos supera el cuarto de siglo, decidieron casarse y ahora mismo esperan con ilusión la llegada de su primer hijo. Pero, pese a ser una pareja, como cualquier otra, Alma y Eva sí han tenido que enfrentarse a situaciones en las que las parejas heterosexuales nunca se han visto.
Por eso, este Orgullo salieron con más ganas, pero también con más miedo que nunca, a reivindicar, una vez más y las que hagan falta, sus derechos. “Es la primera manifestación que hemos vivido entre lágrimas. Tenemos miedo. Miedo a que quieran quitarnos nuestros derechos o a no poder vivir nuestra relación en público. Es triste pensar que puede pasar como en Italia, y dentro de un tiempo yo no pueda ser, legalmente, la madre de mi hijo porque la gestante sea mi pareja”, explica Alma Luis. Y es que, hasta hace poco, las mujeres lesbianas debían casarse antes de tener hijos para que las dos pudieran ser legalmente reconocidas como madres.
Un miedo que apunta a la subida de Vox al Gobierno gijonés, y que, sospecha, puede poner en tela de juicio los derechos conseguidos por el colectivo, también en la ciudad. Las dos han tenido la suerte de criarse en “ambientes muy reivindicativos”, por lo que no se han encontrado con el rechazo de familiares ni amigos cercanos. De hecho, Alma cuenta que “cuando se lo dije a mi madre, con 14 años, la respuesta fue que ya lo sabía. Aún así yo tenía la necesidad de contarlo, de que para mi entorno fuera algo normal y aceptado”.
Pero pese al apoyo de su círculo, las dos han vivido situaciones desagradables, exclusivamente por ser una mujer que ama a otra mujer. “En bares, en discotecas, el comentario es recurrente. A las lesbianas se nos hipersexualiza por el porno, no son pocas las veces que han venido con propuestas fuera de lugar”. Además, su sensación es que los comentarios como «maricones de mierda» o «bolleras de mierda» son más frecuentes desde la irrupción de Vox en el tablero político. Las últimas declaraciones del partido en torno al Orgullo, añade, no han ayudado. En el cara a cara hay quien cada vez se corta menos, “como aquella vez que un hombre por la calle nos mandó a tomar por el culo y nos espetó que no entendía como dos mujeres podían estar casadas”.
La resignación no entra en el vocabulario de ninguna de las dos, por eso seguirán saliendo a la calle cuando sea necesario, hasta convertir Gijón en un espacio seguro para el colectivo, algo que ahora no representa del todo la ciudad. “Puedo decir que, por ejemplo cuando estuvimos en Bilbao, me sorprendió la total naturalidad con la que allí vive el colectivo. No te sientes juzgada ni mirada, como a veces sí pasa aquí”, recuerda Alma, quien deja una nota positiva en la conversación. “Sé que hay muchas personas que cada vez más se sensibilizan con el colectivo, sigue habiendo comentarios, sobre todo hacia los chicos con pluma o hacia chicas más masculinas o con el pelo corto, pero también cada vez más gente lo naturaliza como lo que es, algo normal. Y es que al final, solo somos personas que nos queremos y que queremos formar una familia, tal y como querría cualquiera”.
Nuria Saavedra: «Que haya conflictos, sí, pero… ¿Dar un paso atrás y perder derechos? La sociedad no lo permitiría».

Unos pocos minutos de conversación con Nuria Saavedra Castro (Ferrol 1968) bastan para detectar en su voz un sincero y amoroso orgullo, procedente de lo más profundo de su espíritu, cuando la charla deriva hacia su hijo de diecinueve años, Jesús, y al papel que, durante la última década, ha jugado en la vida de esta profesora de FP destinada en el IES Número Uno de Gijón. Poco de extraño tiene un sentimiento así al proceder de una madre, ciertamente; sin embargo, sí puede resultar curiosa la relación de fechas y edades. Porque hace ya diez años que Saavedra cumplió uno de sus grandes sueños al completar la adopción de su pequeño; de nuevo, algo en apariencia frecuente, de no ser por dos matices clave: la condición de lesbiana de la madre, y el hecho de serlo en solitario, integrándose por todo ello en esa rama del vasto colectivo LGTBI+ que es de las familias monoparentales. Un subgrupo no tan a menudo en el foco mediático como otros, aunque sí creciente y tan inquieto por la deriva sociopolítica como cualquiera de los restantes que abarcan esas siglas.
Cuesta creer, a la vista del ambiente en que nació y se crió, que Saavedra haya llegado hasta este punto. Hija de un militar destacado en el arsenal ferrolano, y de una ama de casa, sus padres «eran conservadores, cercanos al Opus Dei, así que crecí en un doble mundo castrense y religioso». Un cóctel que, empero, no impidió a sus padres recibir sin dramatismos la noticia de la preferencia sexual de su hija, y de su voluntad de ser madre; especialmente tajante fue su padre, quien dejó claro que, «aunque no entendía eso del LGTBI, para él y para mi madre lo más importante era que yo fuera feliz. Todo lo demás daba igual». Eso sí, para llegar hasta ese punto Saavedra hubo de recorrer un larguísimo sendero vital, que comenzó a sus catorce años, al iniciar una FP en un centro religioso cercano a la teología de la liberación; que continuó con su rol como voluntaria con las Hijas de la Caridad; que incluyó el despertar de su sexualidad «gracias a las noches de Santiago de Compostela, donde estudié Trabajo Social«, y que pareció concluir al entrar a formar parte de la Institución Teresiana de Pedro Pobeda. Por supuesto, no fue así, y una década después, en 2007, la llamada del amor hacia una mujer le llevó a abandonar esa senda y a disfrutar de aquellos sentimientos que, si bien se extinguieron diez años después, le otorgaron el mayor de los regalos: la firme voluntad de adoptar al que hoy es su hijo.
«Ha habido momentos difíciles entre nosotros, porque la preadolescencia y la adolescencia siempre son difíciles, pero él es mi chicarrón, yo soy su madre y la experiencia está siendo bonita para los dos», sonríe. Tampoco del entorno familiar hacia fuera han sufrido insultos o amenazas, si bien «una vez, en Toledo, unos chavales que nos vieron pasear a mi hijo, a mi pareja de entonces y mí alzaron el brazo y empezaron a cantarnos el ‘Cara al sol‘». Más allá de eso, el único incidente reseñable que recuerda se produjo en la comisaría de la Policía Nacional de Gijón; al acudir a modificar la dirección que aparecía en su DNI «el agente que me atendió insistía en que Jesús tenía que tener un padre. Demostró un desconocimiento absoluto de la realidad, y una incomprensión hacia los otros modelos de familias que existen, porque esto podría haberle pasado a cualquier otro, sin necesidad de ser LGTBI».

Su dilatada experiencia como docente le ha aportado un conocimiento de la realidad a lo largo de los años que le hace ser optimista. «Tengo la esperanza de que esta dinámica de derechas que parece proliferar sea más una reproducción automática para tocar las narices, que un valor contra los derechos humanos realmente asumido», teoriza. Sobremanera, en el caso de los jóvenes, inmersos en un momento vital «en el que quieren ser transgresores; algunos lo hacen desde la izquierda y otros, desde la derecha, pero sin una convicción real, sin abrazar de verdad esas ideas. Ahí está la esperanza». Y es que Saavedra, sin negar el riesgo que puede suponer para quienes integran el colectivo LGTBI el avance de cierto espectro de la derecha, ve difícil que se tumben muchos de los derechos logrados hasta el momento. «Leyes como la del divorcio, el aborto o el matrimonio igualitario están tan asimiladas, que no creo que se puedan derogar; una de las primeras cosas que hizo Alberto Núñez Feijóo cuando accedió a la presidencia de Galicia fue casar a unos amigos gays en Orense», rememora. Eso no quita, desde luego, que «pueda haber dificultades y obstáculos, pero… ¿Un paso atrás? La sociedad no lo permitiría».
Así las cosas, este Día del Orgullo tiene para Saavedra y para su hijo un potencial inconmensurable como mecanismo para «reivindicar y visibilizar que el colectivo LGTBI viene de familias, pero también las tiene propias, y de muchos modelos, todos ellos aceptables y respetables». Más aún, en su caso concreto, como en el de muchos otros asturianos, un objetivo extra, y nada desdeñable, es lograr que el Principado apruebe, por fin, su propia ley LGTBI. Necesaria, más que para blindar derechos, para «que se entienda que también nosotros no nacemos adultos, sino siendo niños, y que nos formamos en un entorno social y educativo concreto. Ese entorno es el que una ley propia debe cuidar. Si el entorno es bueno, y sigue siendo bueno, todos, LGTBI o no, seremos buenas personas y buenos ciudadanos».
Interesante, gracias.
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