La franja costera acusa el abandono y la degradación de años de desatenciones, mientras los vecinos aguardan la anunciada intervención por parte del nuevo gobierno de Gijón
La playa de Poniente marca la frontera entre el Gijón que presenta su mejor cara al turismo y el que sufre el abandono propio de un lugar en el que el tiempo se ha detenido. La franja que transcurre paralela a la derecha de la calle Mariano Pola y la Avenida de Galicia es la del Natahoyo olvidado a su suerte: las casas abandonadas, las naves industriales cerradas y los solares en los que crece la maleza y prolifera la suciedad. A la izquierda, el Natahoyo de la construcción urbanística donde se levantan en la actualidad varias promociones de pisos de lujo. La ciudad parece haberle dado la espalda a una zona que protagonizó un capítulo del crecimiento industrial gijonés imprescindible para entender la historia del Gijón obrero. La ciudad, tal y como reconoce el recién formado gobierno municipal, tiene una «deuda» con esta zona del oeste para la que el futuro se escribe con nombre de Plan Azul. Un proyecto que prevé la construcción de un parque tecnológico para albergar a industrias limpias en los terrenos del antiguo astillero Naval Gijón donde convivan también ocio y el deporte, además de una plataforma peatonal que, en palabras de Jesús Martínez Salvador, concejal de urbanismo, permita que los ciudadanos sean “los grandes protagonistas de esta recuperación”.
Hasta que llegue ese momento, fijado entre las prioridades del nuevo Ayuntamiento pero aun sin fecha, la franja costera del Natahoyo sigue languideciendo y sus vecinos, lamentándose del mal estado de algunos edificios que en el caso del mítico Bar La Barca, amenaza desde hace años con derrumbarse. «Cualquier día va a haber una desgracia», vaticina Álvaro Tuero, presidente de la asociación de vecinos Atalía. Mención aparte merece el deterioro que presenta la ciudadela de Maximino Miyar, catalogada como patrimonio arquitectónico, invadida por los ‘grafittis’, la vegetación y la suciedad. Tuero lleva 26 años al frente del colectivo vecinal del Natahoyo viendo como las promesas de los sucesivos gobiernos para recuperar la zona, se han convertido, una tras otra, en papel mojado. «El paseo marítimo se lleva prometiendo desde que Carlos Zapico era concejal de urbanismo con Tini Areces», señala. «No tengo ninguna esperanza de que se llegue a hacer nada aquí, lo veo muy negro«. Para Tuero, el muro que limita el solar de Naval Gijón a la altura de Mariano Pola es el «de la vergüenza», la frontera entre el Gijón «guapo» para el turismo, la playa de Poniente y los edificios barco y el de la suciedad y el abandono. «No es normal que alguien llegue a Gijón y vea esto».
Abandono, suciedad y degradación en el antaño epicentro del desarrollo industrial gijonés
Hace años ya que los vecinos del Natahoyo reclaman una intervención global en la franja costera donde hace un siglo empezaron a ubicarse pequeñas fábricas, industrias y talleres que lo convirtieron en el barrio industrial más importante de Gijón junto a La Calzada. Luego llegaron los astilleros y toda la industria auxiliar nacida a su alrededor: desde las pequeñas fundiciones hasta las que hacían bridas para los barcos. Junto a ellas, otras que aun permanecen en la memoria de muchos gijoneses que trabajaron allí como la fábrica de cervezas La Estrella, la de conservas La Gloria o Productos Campanal. Mi Gijón recorre junto a Álvaro Tuero, presidente de la asociación de vecinos Atalía desde 1997, esta zona donde hace un siglo resonaba el bullicio propio de un barrio obrero y en la que hoy reina el silencio. «Todo está abandonado», nos cuenta Tuero mientras iniciamos paseo entre aceras estrechas y casas y naves abandonadas. «Esto lleva 30 años así», lamenta. En la calle que conecta el alto Santa Olaya con los astilleros Armón, se percibe el olor a orines entre maleza sin desbrozar y basura. «Esta calle es una vergüenza», nos dice el líder vecinal. El recorrido por las calles Peña, Agustín Suárez y Travesía del Mar está plagado de casas y naves abandonadas.
«Ya estamos detectando casos de okupas que están entrando en las casas”. El conocido como el «tallerón» de Duro Felguera y las instalaciones de los astilleros Armón son a día de hoy la única actividad industrial que queda en esta zona. Junto a la explanada de Naval Gijón, en la calle Coroña, la basura y los vertidos se acumulan en el interior de una casa abandonada en la que falta la puerta. “Los vecinos tiran ahí la basura, los propietarios se niegan a limpiarlo y Emulsa no puede entrar al tratarse de una propiedad privada”, explica Álvaro Tuero. Estamos en el corazón de lo que fue la ciudadela de Maximino Miyar, un conjunto de casas donde vivieron los obreros que trabajaban en la industria de la zona. Aquí, de nuevo, las pintadas en todas las fachadas y la maleza apoderándose de las edificaciones a punto de caerse. «El panorama de toda esta zona es desolador», describe el líder vecinal. En el muro que limita los terrenos de Naval tomamos la calle Mariano Pola hacia Avenida Galicia, no sin antes escuchar como Tuero lo describe como «el muro de la vergüenza». Independientemente de que se haga algo o no, sugiere, “este y el otro muro que hay junto al acuario, deberían de desaparecer para que toda la zona fuera abierta”.
Mismo panorama en la arteria que divide a la mitad los dos Natahoyos: casas y bares cerrados, edificaciones en mal estado y riesgo de derrumbe. El caso más sangrante: el estado deplorable del Bar La Barca que hace años amenaza por caerse y en cuya fachada se colocó hace un año y medio una red para evitar que los cascotes puedan caer sobre los peatones. El edificio está protegido, es propiedad privada y ni el ayuntamiento procede a actuar, ni la familia propietaria quiere asumir el gasto que supondría apuntalarlo. Y así, han pasado décadas sin que nada se haga. «Esto cae cualquier día», lamenta Tuero. Cruzamos al Natahoyo «de la izquierda» en el que terminamos recorrido con dos pinceladas de contraste: por un lado las obras de las urbanizaciones en construcción que crecen a todo ritmo y solo unas calles más allá, en la Dos de Mayo, el surrealismo consecuencia de la falta de limpieza y mantenimiento: los árboles cuyas ramas «se comen las farolas». Aquí, Tuero tira de humor: «Yo creo que si pasa por aquí algún turista pensará que Gijón, es especial, alumbran los arboles».
Jesús Martínez Salvador, concejal de Urbanismo: «Hay que devolver esta parte de litoral a los gijoneses»
El nuevo gobierno municipal tiene claro que hay que saldar una «deuda histórica» con el oeste de la ciudad, en palabras de su concejal de Urbanismo, Jesús Martínez Salvador y considera “prioritaria” una reforma total en la zona que dé pie a una dinamización integral del espacio que devuelva esta parte de litoral a los gijoneses y que al mismo tiempo «genere un polo de atracción para industrias limpias que pueda revertir en puestos de trabajo y actividad económica». Y todo ello, a través del denominado Plan Azul que comenzaría por convertir los actuales terrenos de Naval Gijón, en un polo de industrias limpias con espacio para el ocio, el bienestar y el deporte. «Entendemos, y así lo expusimos durante la campaña», explica el concejal, que «la ampliación del Acuario es un punto de partida y ejemplo del tipo de inversión y colaboración público-privada que planteamos para la zona».
La propia Moriyón ya apuntó este planteamiento pidiendo al Puerto del Musel y Pymar que formen un consorcio que se haga cargo del desarrollo urbanístico de los 64.000 metros cuadrados del solar de Naval Gijón donde podría establecerse también un campus del mar que combine el ámbito universitario con el empresarial. “Entendemos que el puerto”, dice Martínez salvador, «debe implicarse en llevar a cabo este plan. Gijón le ha dado mucho y es hora de que la ciudad también obtenga una contrapartida». Paralela a estas inversiones iría la construcción de una plataforma peatonal que dé continuidad al actual paseo de la playa de Poniente «para que lo gijoneses sean los grandes protagonistas de esta recuperación», dice el ayuntamiento. Los proyectos están sobre la mesa pero los plazos aun no se han marcado porque los miembros del nuevo gobierno apenas acaban de tomar posesión de sus cargos. «Hablar de plazos cuando tan solo han pasado dos semanas desde las elecciones sería un tanto imprudente», considera Jesús Martínez Salvador.