«Ahora queda el futuro, un futuro que, junto al Muro, debe servir a la ciudad como lo viene haciendo durante estos noventa años. Sin embargo, creo, y espero equivocarme, que el cambio climático hará perder efectividad a este perfecto elemento arquitectónico»

El día 15 de julio de 1933 se inauguró la “Escalera monumental de acceso a la playa de San Lorenzo”, símbolo de nuestra playa y lugar de encuentro de jóvenes y mayores. “Quedamos donde La Escalerona” está incrustado en el conjunto de expresiones gijonesas, pasándose de generación en generación. Antes, haciéndolo a voz en grito o en esas llamadas por teléfono sin prefijos, hoy, a través del WhatsApp, con una mensajería instantánea que permite la modificación de tiempos y de lugares, sin parecer afectar nuestra planificación en este mundo cambiante.
Xixón ha sufrido cambios durante estos noventa años, cambios importantes desde el punto de vista urbanístico, de configuración de ciudad, social, económico, cultural… pero también sigue manteniendo protagonistas que no han perdido importancia o funcionalidad con el paso de los siglos. Nuestra escalera número cuatro es uno de nuestros mayores ejemplos. Mantiene toda la operatividad por la que fue creada por Fernández-Omaña, conserva su aumentativo, a pesar de que los tamaños se empequeñecen con el tiempo, se aferra a su figura de ayer, cual presumido caballero con retoques quirúrgicos en sus patas de gallo, y se pavonea ante foriatos sabedora de su lugar clave en el paseo, prolongación de la Calle Jovellanos. En 1933, como hoy, su diseño permitió las funciones que eliminaban los problemas vistos por la corporación de ese año: favoreciendo el acceso a la playa, evitando aglomeraciones por su capacidad, protegiendo al paseo de las inclemencias de la mar y ofreciendo a la ciudad una terraza para visionar nuestro arenal. Aspectos que siguen siendo necesarios, pues es lugar frecuentado de subida y bajada buscando la mar, todos y todas, en algún momento del año, nos dejamos rodear por la terraza disfrutando del paisaje, sigue siendo lugar de quedadas, y continúa, a pesar de la subida del nivel del mar, protegiendo al paseo del oleaje por un diseño innovador, atrevido y precioso.
La ciudad, El Muro, la playa cambió su cara, pero La Escalerona mantiene los elementos identificativos: termómetro, reloj y bandera, de entonces. Es cierto que perdió otros medidores, y, de paso, la tabla de mareas, pero conserva estos tres componentes informativos claves para un Muro y arenas más terrenales que su pilar buscando los cielos. Una vez dejadas en el cajón del recuerdo la totalidad de banderas que coloreaban Rufo García Rendueles, nuestra enseña gijonesa sigue siendo referente desde San Pedro hasta la Lloca, volvemos, como ayer, la cabeza al reloj cuando esperamos a esa persona siempre tardona, el termómetro, más brillante, comienza conversaciones a caminantes y otorga realidad a base de mercurio, la terraza que se introduce en la arena será, por siempre, lugar de apoyo en su balaustrada, de reflexiones, de sonidos de olas que relajan, de silencio frente al bullicio.
Por el lugar en donde viví, y sigo viviendo, soy de los que tienen en la sombra de La Escalerona su lugar de referencia para los días de playa en la infancia, y de baños de atardeceres o amaneceres en mi adolescencia y madurez. Bajar sus escalones sigue siendo mágico, como recorrer una escalera de aquellos palacios nobiliarios de película, en donde uno se empequeñece ante el gris, el verdín de sus peldaños y el olor a mar. Parece, incluso, que, al bajar, al descender por esa imaginaria alfombra roja hacia el arenal, el sonido de la calle se pierde, quedándose uno con el gotear del agua escapando de las duchas, la risa de peques buscando el trocito de mar capturado en el abrazo de hormigón y arena o los tonos altos asturianos hablando de lo mundano. Parece, incluso, que, al bajar, uno sigue siendo el mismo niño que veía con admiración la monumentalidad de una escalera.
Ahora queda el futuro, un futuro que, junto al Muro, debe servir a la ciudad como lo viene haciendo durante estos noventa años. Sin embargo, creo, y espero equivocarme, que el cambio climático hará perder efectividad a este perfecto elemento arquitectónico. La subida del nivel del mar, unido a fenómenos marítimos, hará pequeño el abanico protector de El Náutico y provocará, más pronto que tarde, la conquista de la mar sobre las calles. Ante los movimientos actuales en El Muro, así como los proyectos presentados para la legislatura, no he visto, teniendo en cuenta ese crecimiento paulatino de la masa de agua salada que se intenta colar entre las blancas barandillas buscando conquistar nuevos espacios, un pensamiento de futuro. Las intervenciones que se hagan ahora, bien con el soterramiento, bien con otras actuaciones, pueden quedar escasas en un corto periodo de tiempo y, por lo tanto, que los escalones protectores de La Escalerona sean vencidos por los ejércitos bajo el mando del calentamiento construido por la humanidad. No estaría de más esa reflexión previa a cualquier intervención para hacer un Muro de hoy y de mañana. Un Muro con una Escalerona orgullosa venciendo las olas, orgullosa de seguir mirando la mar.