De cantar la Internacional, con fervor y puño en alto, a levantar un muro entre Huesca y Lleida, hemos visto que solo hay un paso
Recientemente le preguntaba a Rafael Cofiño, flamante escaño asturiano de Sumar en el Congreso de los diputados, sobre si el nacionalismo podía ser de izquierdas. En estos tiempos donde la igualdad es un valor que motiva políticas y partidas presupuestarias de todo tipo, me sorprende comprobar que no tenga protagonismo en la agenda progresista un subtipo de igualdad que pasa por demodé o secundaria: la igualdad entre todos los españoles. Si bien es cierto que los problemas microeconómicos, cesta de la compra mediante, son el día a día de la lucha de muchos de nuestros vecinos, llevar a la trastienda programática y mediática la necesidad de una unión entre ciudadanos de un país me parece un sangrante error y el caballo de Troya que pone a la izquierda en un brete. Es difícil entender a un progresismo que defiende la igualdad de todas las personas, a un lado y a otro de la valla de Melilla, y que al mismo tiempo no rechaza frontalmente la construcción de fronteras dentro de España. De cantar la Internacional, con fervor y puño en alto, a levantar un muro entre Huesca y Lleida, hemos visto que solo hay un paso. Cómo es posible que el nacionalismo y en muchos casos separatismo que triunfa en comunidades ricas como Euskadi y Cataluña, no sea visto por la izquierda con la misma lógica opresor-oprimido que aplica en otras facetas de la vida. Más si cabe, en comunidades para nada boyantes, como es el caso de Asturias. Sumar habla de un nuevo sistema de financiación autonómica, pero uno se pregunta de qué sirve eso si en unos años te pueden plantificar un referéndum de autodeterminación y goodbye a la bolsa común. Nada que ver con el patriotismo más artificioso, la lucha por la igualdad de todos los miembros de un país es tan necesaria como la lucha por todas las otras igualdades.
Hacerle la rosca a los abusones (llámese PNV, Bildu, Esquerra o Junts) es pecado doble si encima vives en una región como el Principado, miembro minoritario de un club de 17 (de momento), que exporta a mansalva trabajadores a otras regiones. Defender los derechos de esos paisanos nuestros, vivan en Vizcaya o Badajoz, supone defender una igualdad tan digna como las demás, y también supone un debate que se ha pospuesto demasiado tiempo en las filas de la izquierda. Cómo defender un estado con garantías y justicia social para todos si no tenemos la cohesión para llevarlo a cabo. Esto no es nuevo: «Todas las comunidades son iguales, pero algunas son más iguales que otras».
El artículo tiene un tufillo de derecha rancia y frustrada por el resultado de las elecciones.