El cineasta asturiano estrena el próximo 1 de septiembre ‘Notas sobre un verano’, su tercer largometraje, un relato elogiado por la crítica europea y que ha encontrado en el barrio gijonés su escenario principal
Aunque ya acumula un buen puñado de años en el mundo del celuloide, a Diego Llorente Díaz (Pola de Siero, 1984) se le sigue iluminando el rostro cada vez que piensa en el impacto que ‘Notas sobre un verano‘, su tercer largometraje hasta la fecha, ha suscitado, y aún hoy despierta, en la crítica especializada. «Ninguno lo esperaba», confiesa, radiante. Y lo cierto es que es difícil acusarle de mentiroso. Rodada en el verano de 2021 la película, que sintetiza la disyuntiva estival de una joven, Marta (Katia Borlado), entre regresar a Madrid con su novio Leo (Álvaro Quintana), o disfrutar de los renovados sentimientos hacia su antigua pareja, Pablo (Antonio Araque), llegará a las salas comerciales el 1 de septiembre arropada por el aplauso unánime cosechado en festivales cinematográficos independientes como el de Rotterdam, Mallorca, Múnich o Barcelona. Un desempeño inimaginable para este creador ya curtido, que compagina el séptimo arte con su condición de profesor de francés, y que ha encontrado en el barrio gijonés de Cimavilla no sólo el escenario perfecto para esta última criatura; también un lugar con un potencial nada desdeñable para la industria del cine.
Más allá de su argumento, ¿qué es ‘Notas sobre un verano’ para Diego Llorente?
Por encima de todo, es la larga respuesta que se da Marta, su protagonista, a la pregunta «Quién soy yo». Y es esa pregunta que nos hacemos todos, compartida con el resto de la Humanidad casi en cualquiera de sus fases.
Habrá, tal vez, quien vea en el argumento un relato manido, tópico, ya hecho… ¿Dónde estriba la diferencia de su cinta?
Creo que esa es una cuestión a la que les tocará responder a quienes la vean. Lo que sí sé es que el argumento es el de una película que ya hemos visto, el de un libro que ya hemos leído, pero con la particularidad de que, tras la historia que ocupa el primer plano, hay mucho más. En ese sentido, el plano que más me interesa es el de la investigación de la naturaleza humana y de sus comportamiento contradictorios. El de la insatisfacción como motor vital.
De hecho, hay quienes afirman que vivimos inmersos en la era de la perpetua insatisfacción social…
No sé si es la sociedad, que sí que lo es un poco, pero sí la naturaleza del ser humano. Lo que pasa es que, antes, tu tiempo, tu energía y tu concentración se orientaban a cubrir las necesidades básicas, porque todo costaba más trabajo y dedicación. Ahora, por suerte, ciertas cosas materiales cuesta menos conseguirlas. El mercado ha abierto tantas posibilidades… Que sentimos que nuestra vida no está satisfecha si no hemos ido a dieciséis festivales de música, si no hemos viajado a Tailandia, y toda la serie de cosas que acompañan a lo anterior.
¿Y qué papel juega en ello la infidelidad? A fin de cuentas, es uno de los elementos centrales de su película.
Los devaneos amorosos de Marta se enarcan dentro de esa búsqueda global de la identidad. Está en ese momento de abandonar la primer juventud, de estabilizarse, de establecerse con su nueva pareja, de acceder a un mundo laboral precario… Está viviendo en una ciudad que no es la suya, y el reencuentro con la ciudad que sí es la suya, con Gijón, con un antiguo amor, choca con esa serie de preguntas acerca de su propia identidad. Eso la lleva a refugiarse en su antiguo amor, buscando en él una respuesta que tampoco allí encuentra.
«Cualquier vida merece una película si se la mira con los ojos adecuados, al igual que cualquier ciudad»
El trabajo de Katia Borlado, que da vida a Marta, está acaparando buena parte de los elogios…
Si de algo estoy orgulloso en esta película, es de haber dado con este reparto. Está impecable. Además, todos son profesionales, y si bien es verdad que eran sus primeros papeles protagonistas en cine, no así en teatro, aunque desde entonces están trabajando bastante. Di con ellos tras un proceso de búsqueda infructuoso. Y, de repente, un día apareció Katia; tomamos un café, y ya supe que iba a ser Marta, sin haberle hecho pruebas. A raíz de eso empezaron a aparecer los demás: Álvaro, Antonio… Y Rocío Suárez, la mejor amiga de Marta en la pantalla, que es la única a la que conocía de antemano, porque es de Pola de Siero. Tenía ganas de trabajar con ella y, como todos los demás, no ha defraudado.
Y de fondo, casi como un personaje más, está Gijón. ¿Por qué la eligió?
Por razones personales. El vivir en la ciudad, el estar muy unido a ella… Y también porque pienso que cualquier vida merece una película si se la mira con los ojos adecuados, al igual que cualquier ciudad. Creo que esa dicotomía Gijón-Madrid le resulta familiar a muchísimos jóvenes, pero también es extrapolable a cualquier otra ciudad periférica con Madrid, al tener que desarrollar esa existencia entre dos urbes. Es una dinámica conocida para muchas personas de España en particular, y de Occidente en general.
¿Se refiere a la pérdida de población del territorio asturiano?
Sí. Es una situación que yo no viví en primera persona, pero sí de cerca. Era el caso de mucha gente de mi alrededor, que tenía que irse para encontrar oportunidades, sobre todo laborales, que aquí era muy difícil encontrar.
¿Cómo fue rodar en Cimavilla, probablemente el barrio más turístico de la ciudad?
Fue un ligar muy grato con nosotros. El urbanismo es muy agradable, el carácter de la gente es amable… Para una producción como la mía, resulta un sitio óptimo, porque éramos una docena de personas, entre actores y técnicos. Nunca he precisado un despliegue de medios muy grande; prefiero hacer cintas bastante recogidas, lo cual me permite filmar más películas, y hacerlas como a mí me apetece. Ahora bien, para una más grande, por temas de accesos y logística, puede que no el barrio resultase tan fácil.
¿Rodar en 2021, en el primer verano tras la pandemia, condicionó la producción?
Filmando siempre te ves obligado a renunciar a cosas. En mi caso, el guión contenía escenas más multitudinarias, festivas, y el de 2021 fue un verano bastante seco en ese sentido. No se permitían fiestas, no hubo conciertos, había que estar con mascarillas en interiores… Tuve que adaptarme, cambiando un concierto por una mesa con tres amigas. De todos modos, fue bastante fácil, porque todo el mundo en Cimavilla estaba a favor, y fue muy amable con nosotros. No queríamos obviar la realidad, que era que seguíamos en pandemia, pero tampoco que eso cobrara demasiado protagonismo, así que tuvimos que hacer un poco de malabares para evitarlo.
¿Y nadie les expresó su temor a que la película, de ser exitosa, multiplicase el ya de por sí elevado y temido flujo de turistas al barrio?
Es una cuestión que no me había planteado. Por suerte para los vecinos de Cimavilla, creo que la repercusión de mi película será lo suficientemente limitada como para no despertar demasiado interés turístico. Además, filmo Cimavilla como filmo el resto de lugares, desde cerca y sin que se reconozcan demasiado los sitios. No es una forma de rodar con planos generales bellísimos, que inviten a la visita. No hago cine ‘postalero’. Y, si no conoces bien los sitios que filmo, nunca los reconocerías, ni llamarían tu atención.
Ya que habla de repercusiones, ¿cómo están encajando usted y su equipo las valoraciones positivas que les llueven?
Desde que empezamos a proyectar ‘Notas sobre un verano’ por festivales, en enero de este año, todos estamos muy sorprendidos y muy agradecidos. El reconocimiento está siendo muy generoso por parte de todo el mundo, y muy cercano. Es una película que va creciendo paulatinamente.
«Puede que sólo los grandes nombres del cine obtengan respaldo económico fuerte, pero hay muchas pequeñas voces que se van abriendo paso»
A estas alturas de la entrevista, probablemente muchos lectores se pregunten qué le ha traído al mundo del cine…
En mi caso, no fue una decisión muy madurada, ni profesional. Fue algo nacido del amor, de la pasión. En mis años de estudiante sentí que empezaban a latir en mí ciertas imágenes e ideas que tuve que sacar en forma de películas. Esa necesidad fue creciendo con los años, el poder de las imágenes fue aumentando, y mi necesidadse incrementó a la par. Y me gano la vida como profesor; ahí está el secreto de que pueda trabajar en Asturias. Son dos mundos que conviven en mí, pero que me gusta mantener separados hasta donde puedo. Ahora bien, no podría ser cineasta como soy, y donde lo soy, si no fuera porque mi sustento no depende de ello.
¿Es una realidad endémica en España? Se suele acusar a la industria cinematográfica de este país de abusar demasiado de los rostros ‘de siempre’…
Siento que esa situación ha cambiado bastante. Puede que sólo los grandes nombres obtengan respaldo económico fuerte, pero hay muchas pequeñas voces que se van abriendo paso; en parte, por el respaldo de los festivales y de la crítica, lo cual permite hacer películas, que es el primer objetivo de un cineasta. No ganar premios, sino hacer la película que está dentro de ti. Luego, esos cineastas, gracias a esas producciones, consiguen trabajos más o menos alimenticios o pasionales, que les permitan vivir no de sus películas, pero sí de su talento. Y otros se buscan la vida como pueden para seguir en ello. Supongo que, si la necesidad de filmar es muy fuerte, te buscas la manera.
¿Y en qué otros proyectos le veremos próximamente?
Estoy investigando cierta línea documental, en la que me vuelvo a acercarme a la juventud, y en el medio del mar. Y, por otra parte, estoy escribiendo, de manera bastante avanzada, un guión nuevo, de ficción, que espero no tardar demasiado en rodar. Y, entre otros lugares, incluirá Asturias.