Sacha Suárez: “Estoy sufriendo las represalias pseudomafiosas de los hosteleros por defender que el negocio no puede estar por encima del derecho al descanso”
Lleva veinte años viviendo en la plaza de la Corrada, a donde este artista visual llegó buscando un lugar de inspiración. Sin embargo, la realidad, o más bien la pesadilla con la que convive a diario a causa de las concentraciones de personas que se producen en la plaza alrededor de los locales de ocio, es de un ambiente generalizado y permanente de ruido que describe como “infernal” e “incompatible con el descanso”. Hasta 600 personas pueden llegar a concentrarse en la plaza en un horario que va hasta la una de la madrugada por semana y hasta las dos y media los fines de semana. A esto se suma la música “a tope” de los bares que dejan la puerta abierta para que esta se escuche en la calle. Un panorama ante el que es imposible conciliar el sueño.
“Las ventanas de mi casa son de doble aislamiento y aun así tengo que cerrarlas y poner tapones en los oídos”, relata Sacha Suárez. Harto de sufrir esta situación, con la idea por bandera de que “el negocio no puede estar por encima del derecho al descanso” y la reivindicación de que el número de licencias de bares de copas concedidas supera la capacidad de aforo y absorción de ruido de un espacio tan pequeño como el de la plaza de la Corrada, empezó a presentar denuncias en 2016. En total, ya son veinte las que acumula, todas con el silencio administrativo como respuesta y cinco solicitudes de peritajes acústicos, alguno de los que demuestran que el nivel de decibelios de la plaza triplica el permitido por la ordenanza municipal.
Suárez acusa al Ayuntamiento de haber “privatizado espacio público para hacer negocio”, concediendo “licencias a lo loco” que han creado “un monstruo ingobernable que se debe de corregir” ante el que añade que “no puede ser que la consecuencia sea que los que vivimos aquí nos tengamos que fastidiar”. En algún momento se planteó irse del barrio, pero optó por “quedarse y pelear” lo que hace unos días convirtió la fachada de su casa en objeto de pintadas de odio y amenazas con mensajes de “escoria”, “basura”, “vete” o “no eres bien recibido”.
Decidido a transformar odio en reflexión y “combatir la ignorancia con el arte”, ha comenzado a pegar fotografías hechas por él de personas desfavorecidas sobre las pintadas y los sucesivos actos vandálicos que también han sufrido las fotos y que pretende sirva para plantear el debate sobre cuál es el modelo de casco antiguo que queremos para Gijón: “En Cimavilla falta cultura. Los museos están vacíos y los bares llenos”.
20 años viviendo en el barrio y otras tantas denuncias por el ruido: “Cimavilla se ha convertido en un lugar hostil para vivir”
Cimavilla es el lugar de la ciudad donde mejor se ejemplifica la difícil convivencia entre la movida nocturna y la vida normal y cotidiana de sus residentes. Los playos de toda la vida asisten desde hace años al progresivo proceso de “gentrificación” consecuencia de la suma de varios factores: número de locales de copas en aumento, crecimiento voraz de las viviendas vacacionales, vecinos de siempre que abandonan el barrio y nuevos que no llegan por la falta de oferta de alquileres asequibles de larga duración.
Todo ello han convertido, tal y como cuenta Sacha Suárez, en un barrio que “no es agradable para vivir sino un lugar hostil”. Un dato: Cimavilla cuenta en la actualidad con 90 bares de copas, casi un centenar de viviendas de uso turístico y una sola tienda de ultramarinos. La vida del antiguo barrio de pescadores ha cambiado: las tertulias de los vecinos de toda la vida a la puerta de casa ha sido sustituida de día, por el trajín de los turistas que entran y salen de los alojamientos y de noche, por el alboroto de la movida nocturna. Buena parte de esta se concentra en las plazas de Atocha y la Corrada. Solo aquí hay cinco locales, cada uno con licencia para tener diez mesas en la calle de cinco personas cada una. Eso suma algunos días, concentraciones de 300 personas a escasos metros de las viviendas de los vecinos. “El aforo es desproporcionado”, dice Sacha Suárez.
“El Ayuntamiento no calculó a la hora de conceder las licencias los decibelios que genera tal concentración de gente en una plaza pequeña, ni el impacto medioambiental que supone para los vecinos”, lamenta. “Debido a su pequeño tamaño, la configuración acústica de la plaza no evacua el ruido, sino que retumba”, explica, al tiempo que solicita al ayuntamiento que corrija este “descontrol” . Entre acusaciones de “inacción”, “falta de interés” y “complicidad” con los hosteleros de los diferentes gobiernos municipales, Sacha Suárez lleva siete años inmerso en su particular cruzada contra los ruidos. Sin resultado hasta el momento, porque a pesar de haber interpuesto una veintena de denuncias, en todos los casos, la respuesta ha sido el silencio administrativo y la ineficacia de las mediciones que ante sus requerimientos hace la policía local ya que “los locales bajan la música cuando vienen y al día siguiente la vuelven a subir”.
Una batalla durante la cual Suárez asegura haberse encontrado con multitud de trabas e incumplimientos por parte de los diferentes estamentos locales. Acusa al anterior gobierno municipal de incumplimiento de su promesa de instalar unos sonómetros para monitorizar el impacto del ruido en el barrio y a la policía local, de entregarle un informe de una medición con la hora “falseada” para poder achacar los ruidos a otros factores. “Aparecía como las 2 de la mañana en vez de las once y media de la noche, para poder justificar que a esa hora ya no están montadas las terrazas”, relata. “Mis demandas son legítimas pero el ayuntamiento no está interesado en mover ficha, y claro, los hosteleros encantados”. Lejos de abandonar en su empeño, este vecino de Cimavilla ha solicitado un certificado de acto presunto que podría servir para acreditar ante un juez los sucesivos años de respuestas en forma de silencio administrativo que lleva recibiendo.
Pintadas de odio, insultos y amenazas en la fachada de su casa transformadas en arte y un debate de fondo: ¿Qué modelo de casco antiguo queremos para Gijón?
La batalla pública de Sacha Suárez contra de los ruidos en el barrio le ha puesto en el centro de la diana. El pasado 15 de agosto la fachada de su casa amaneció repleta de pintadas con mensajes como “guiri”, “vete para Barcelona”, “fuera” o “escoria, basura, no eres bien recibido”. Cómo es posible, se pregunta, “si llevo veinte años viviendo aquí?”. Suárez asegura conocer a los autores a los que describe como “críos que cuando yo vine a vivir aquí estaban con chupete” que actúan “instigados por los hosteleros”.
Tras presentar la correspondiente denuncia, solicitar al ayuntamiento que procedieran a borrar las pintadas y la contestación de Emulsa de que no dispone de medios para hacerlo porque “la fachada podría sufrir”, decidió transformar el odio “en arte y reflexión”. Fotógrafo de profesión, está especializado en retratar a personas en riesgo de exclusión social, que pegó sobre las pintadas. “La misma noche lo rascaron todo así que decidí poner encima otro color de forma que poco a poco, se ha ido convirtiendo en una pieza artística que como víctima utilizo para hacer una denuncia social”, explica.
Suárez utiliza la palabra víctima porque así se siente, tal y como describe, por utilizar “las herramientas que el Estado pone a mi disposición para defenderme” y que califica como “prácticas pseudomafiosas de los hosteleros que venden una falsa idea de libertad y tradición con el fin de ponerme en contra de los clientes”, señala. El fotógrafo asegura que son muchos los vecinos que como él, sufren las consecuencias de la movida nocturna pero no denuncian por temor a represalias. El caso de Sacha Suárez está en la punta del iceberg del debate sobre cuál es el modelo que Gijón quiere para su casco antiguo, pendiente de resolver y con la amenaza de la gentrificación cada vez más real ante la queque el artista plantea: “Cimavilla se ha transformado en un parque temático en el que nadie quiere vivir, una fiesta alcohólica permanente en un barrio en el que los museos están vacíos y los bares llenos y que supone un modelo caduco que las instituciones tienen que replantearse”.
Toda la razón, la pena ye que tengamos estos ayuntamientos corruptos y vendíos a los hosteleros.