Tras alzarse con el oro individual en el Campeonato Mundial, el gijonés Ángel Santiago López Cid reflexiona sobre las peculiaridades, riesgos y virtudes de una actividad «muy mal vista, pero de la que se ignora mucho»
Cualquiera que se detenga en la biografía de Ángel Santiago López Cid (Gijón, 1968) comprobará que, pocas veces antes, la expresión «estar como pez en el agua» ha tenido tanto sentido como en su caso. Porque hace ya varias décadas que este vecino de Sotiello, que alterna su vida entre la parroquia de Cenero y los mares de medio mundo, encontró en la pesca submarina algo más que una afición. Convertido con los años en atleta profesional de dicho deporte y, de hecho, en uno de los más respetados y laureados del panorama nacional, su blasón brilla con más fuerza tras haberse coronado este mismo mes vencedor individual del XXXIII Campeonato Mundial de Pesca Submarina 2023 (designado oficialmente Spearfishing World Championship), que se disputó en la localidad cántabra de Laredo del 7 al 10 de septiembre. Un trofeo que se suma a los más de cuarenta que ya acumula de citas internacionales, europeas, nacionales, regionales y menores, y que refuerza su convicción, cimentada en datos, de que, «a nivel global, somos la mayor potencia en este deporte».
No basta con embutirse en un traje de neopreno, empuñar un fusil submarino y lanzarse al agua. Ni muchísimo menos. Como en casi cualquier aspecto de esta vida, el secreto del éxito en esta disciplina está en el trabajo duro, en la experiencia y en el aprendizaje constantes, en el trazado de una buena estrategia y, cómo no, también en tener un poco de buena suerte. Y, esta vez, todos esos astros se alinearon para Cid. «Estuvimos unos veinte días preparándonos, y ya entonces nos dimos cuenta de que la escasez de pescado nos iba a beneficiar», recuerda. Porque los reconocimientos previos de los espacios en los que se competiría, la identificación de las especies predominantes y el desarrollo de las mareas resultaron esclarecedoras para su equipo. «Lo normal es que en esta época haya olas en la orilla, que es lo que nos viene bien a los pescadores del norte, pero la mar se quedó planchada. Y, con poco oleaje, pocos peces». Con toda la información en su poder, y apoyado por sus compañeros César Bustelo y Juan Ramón Pérez, los días 9 y 10 el trío se subió a su lancha semirrígida y puso proa a la victoria.
La hora final del segundo y último día de la competición fue la determinante. Con una primera jornada que se desarrolló en dirección a la ría de Santander, y un grueso de la siguiente navegando rumbo a la frontera con el País Vasco, para entonces «nos estaba llegando información, a través de los capitanes de las selecciones, de que la gente iba muy mal. Faltando una hora, nosotros llevábamos doce peces válidos, y el equipo que iba en segundo puesto tenía cinco». Para cuando los árbitros anunciaron el final de la prueba, las piezas que descansaban en la cubierta de la lancha de los españoles impresionaban: pintos, sargos, algunas lisas, congrios… Un total de nueve capturas el sábado, y catorce el domingo. Veintitrés tiros en la diana, dicho coloquialmente y utilizando el lenguaje de tierra adentro. Por comparación, la medalla de plata, obtenida por una agrupación procedente de Italia, consiguió casi cinco peces menos; y el tercer equipo, también italiano, quedó aún más atrás.
«Todas las selecciones, todos los participantes, se merecen el mayor de los respeto», reflexiona Cid, a quien la victoria no le ha nublado el sentido común. Porque el Spearfishing World Championship de este año ha reunido a nada menos a veinticuatro naciones, de las que algunas, como Nueva Zelanda, Brasil o Estados Unidos, están extremadamente alejadas de Laredo. Para esos deportistas «es todo un esfuerzo venir aquí y pasar quince días; son tres o cuatro días de viaje, y es una paliza, aparte de un lío en lo logístico». De hecho, la inmensa mayoría de aquellos de acuden desde tierras tan distantes lo hacen sin sus embarcaciones, confiando en poder alquilarlas una vez en destino… Con una salvedad importante: la selección de Ucrania, que, «a pesar de la que está cayendo allí, se trajo sus propias lanchas por tierra. Fue increíble».
Y no es una sorpresa menor para un hombre que, como Cid, ha visto casi de todo en estos años dedicado a la pesca submarina, de la que vive y a la que se dedica plenamente. Aunque no fue algo buscado, ciertamente. «Tiempo atrás, en mi juventud, fui futbolista; el último año jugué en Mallorca», rememora. Allí, en las islas, conoció a su exmujer, y, tras abandonar el fútbol, comenzó a trabajar en un supermercado del archipiélago, hasta que una lesión de espalda le envió a la calle. «En la rehabilitación me mandaban ir a nadar, y uno de esos días que fui al mar, entre unos arbustos, encontré unas gafas de buceo y un fusil submarino; me tiré al agua con ello, y ese primer día ya cogí un pez», ríe. Ahora, padre de cinco hijos, se confiesa satisfecho de que, por el momento, ninguno de ellos quiera seguir sus pasos profesionales. «Es un deporte de alto riesgo», aclara. «Te enfrentas a corrientes, golpes de olas, hipotermias… Incluso, como andamos con fusiles, al rebote de un proyectil… Se pueden tener accidentes muy graves, no simples lesiones. Yo mismo he sufrido bastantes percances».
Sin embargo, ese peligro no disuade a Cid de continuar con una afición, eso sí, ensombrecida por la mala imagen pública de que goza, y la misma que, confía, se acabará revirtiendo en el futuro. Y es que no cierra los ojos al hecho de que «nuestro deporte está muy mal visto, como todo lo que sea matar animales; es lo que ocurre con la caza». Para él, buena parte de la responsabilidad de ese rechazo radica en la escasa información disponible. «La gente ignora que podemos escoger el pez que queremos capturar. Te entran peces pequeños y, por el tamaño, no interesa cogerlos, aparte de que hay unas tallas mínimas. Pero la mayoría cree que te echas al agua, y que los peces se te tiran a los bolsillos», lamenta. La práctica, en suma, es «un sacrificio bastante importante», lastrada porque «no es tan nombrado en los medios. Y eso que los españoles tenemos más de trece campeonatos mundiales. Somos de lo mejorcito, y mejorando».