La escritora madrileña, una de las grandes voces literarias por los derechos del colectivo LGTBI, presenta este viernes en la Revoltosa de Gijón su poemario ‘Todas mis palabra son azores salvajes’ y su novela ‘Roja catedral’

Activista, traductora, escritora, poeta… Mujer. Esa última palabra basta para resumir todo, lo mucho evidente y lo aún mayor invisible, que es Gloria Fortún Menor (Madrid, 1977). Pero, por encima de todo, sintetiza todo cuanto ella misma desea ser para sí, para sus legiones de lectores y para el conjunto de la sociedad. Tras una extensa carrera trasladando al castellano decenas de obras literarias extranjeras, en 2021 sus crecientes inquietudes poéticas la impelieron a dar el salto al mundo editorial con ‘Todas mis palabras son azores salvajes’, su primer y, hasta la fecha, único poemario. Apenas un año después fue la prosa la que llamó a su puerta, un reclamo que pronto se materializó en ‘Roja catedral’, una criatura a medio camino entre la narrativa y el verso, tan amado por su autora. Y ambos textos son los que a las 20 horas de esta tarde presentará, en forma de recital y sesión de micro abierto, en la librería La Revoltosa de Gijón, su primera parada de un periplo por la región organizado por la Asociación XEGA, que la llevará a las 19.30 del sábado a La Benéfica de Piloña, y a las 13.30 del domingo, a La Llocura de Mieres. Toda una oportunidad de acercarse a la figura de una literata comprometida con los derechos del colectivo LGTBI, sí, pero también con el deseo, con la celebración de la vida, con el destierro de los prejuicios y, por encima de cualquier otro aspecto, con la libertad.
Llega a Asturias con dos obras bajo el brazo, para nada menos que tres presentaciones en otras tantas ciudades. ¿Qué pueden esperar quienes asistan?
Se van a encontrar con una poeta que quiere conectar con ellos. Y la manera con la que sabe hacerlo es a través de su poesía. Es una poesía que quiere crear un estado emocional de sensualidad, de reivindicación del deseo, de situar los sueños y los versos en el centro… De celebración de los cuerpos diversos, de la vida y del amor. del deseo de todo lo que es los sueños.
De hecho, reivindicar el deseo es una de sus cruzadas más conocidas…
Para empezar, quiero aclarar lo que yo entiendo como deseo. Porque, para mí, el deseo es el equivalente a la libertad. Es escuchar a nuestro cuerpo, a nosotras mismas, y tener la suficiente autoridad interior para saber que lo que queremos, vale, aunque no sea lo que dicten las convenciones sociales. Es, simplemente, escuchar, y eso es muy poderoso y muy revolucionario. Yo lo hago a través de la poesía, porque escribo siguiendo mi intuición, mi cuerpo, buscando la manera de expresar lo inexpresable. Intento construir un lenguaje propio que no cumple ninguna norma, ningún canon estético. Para mí, la forma es igual de importante que el contenido. Y si en el contenido reivindico un cuerpo que no cumple con ningún canon, también lo hago en cuanto a la forma de construir mi poesía.
En alguna ocasión se la ha asociado con un afán democratizador de la poesía.
Sí. Pretendo que la poesía vuelva a ser de la gente, que no esté relegada a un ámbito académico, a aquellos que dictan el canon literario. Eso lo han llevado a cabo quienes tienen el privilegio de decidir. Es un registro de opciones hecho por esas personas. Y mi meta es reivindicar que todo eso, toda esa creatividad, es también de la gente.
«Estoy de acuerdo con Audre Lorde en que, para las mujeres, la poesía no es un lujo o un placer sino, a veces, lo único que podemos hacer»
Sí, pero… ¿Realmente sigue dándose esa limitación de acceso en pleno siglo XXI? Hoy tenemos la autoedición, las redes sociales, internet…
Es verdad que se ha popularizado, gracias a las redes sociales y a que se han puesto de moda los eventos poéticos. Además, muchas de las personas que participan en las slam sessions o en los encuentros de versolaris son mujeres y personas disidentes. Pienso que es por algo que decía Audre Lorde… Aquello de que, para las mujeres, la poesía no es un lujo, no es simplemente algo que hace por placer. Es una necesidad vital, porque muchas veces es lo único que podemos hacer. Esa idea está ahora en la calle, y ha contribuido a visibilizarse.
‘Todas mis palabras son azores salvajes’ es su primer poemario y, además, el gran protagonista de su recala en Gijón. ¿Cómo surgió?
Siempre había escrito poesía e, incluso, en algunos momentos había hecho algún recital en petit comité, con amigas. Pero igual que sí me planteé escribir y publicar prosa, nunca me había propuesto lanzar un poemario. Entonces, durante el confinamiento seguí escribiendo poesía; fue mi manera de continuar soñando y viajando. Por las noches siempre escribía un poema. Luego me di cuenta de que todos tenían un hilo conductor, y los reuní en un texto. Se lo pasé a la editorial Dos Bigotes, con la que había trabajado traduciendo, pero casi como entre amigos, para que me dijeran qué les parecía… Y, cuando me comunicaron que me lo publicaban, me quedé alucinada.
¿Y qué tal le está yendo a la obra en estos dos años?
Está funcionando muy bien. Tanto, que probablemente salga una tercera edición. Es algo que me sorprende mucho pero, al mismo tiempo, no. A la gente lo que nos llega es la honestidad. No que lo narrado haya ocurrido de verdad, sino que esté escrito desde las entrañas.
¿Cree haber cambiado en este margen de tiempo?
Al leerlo de nuevo, siento que en estos años me he liberado del síndrome de impostora, y ya me considero poeta. Eso me ha dado una autoridad interior para escribir poesía. Y siento que he evolucionado, pero también que es un libro muy honesto, que habla de cosas que, hasta ahora, no se habían puesto mucho sobre la mesa. El deseo entre mujeres, los cuerpos que no son normativos, aquellas de nosotras que ya tenemos cuarenta y algo y seguimos siendo deseantes… De hecho, muchos de los mensajes que recibo son de mujeres que me dicen que nunca habían leído su experiencia plasmada en un libro. Para mí, eso es muy importante.
Y, entonces, al año siguiente se lanza a la piscina de la narrativa con ‘Roja catedral’…
Siempre he escrito, y siempre he pensado por qué no poner mi escritura más en valor, en el centro, e intentar publicarla. Lo que pasa es que, al final, entre el trabajo, la maternidad y demás, lo iba postponiendo. Después de sufrir un despido improcedente, decidí que mi única jefa iba a ser la literatura y, al fin, puse mis sueños en el centro. Así que, tras el poemario, pensé en publicar una novela, en efecto. Lo que pasa es que, cuando comencé a escribir ‘Roja catedral’, lo que estaba haciendo no era lo que esperaba. Digamos que me salió un artefacto poético, algo que mucha gente define como un poema largo. Es una historia que surge de este terrible mundo en el que vivimos y que, a veces, me ha llevado a pensar que por qué no se va todo a la mierda, y empezamos de cero. Esa es la premisa de ‘Roja Catedral’. El mundo se ha venido abajo, y hay un grupo de mujeres forajidas que intenta que no sea como fue.
Una distopía en toda regla.
Más que una distopía, es una utopía. Me parece maravillosa esa idea de que todo quede destruido y empecemos todos de cero.

Así las cosas, hay una duda que es imprescindible aclarar: ¿se considera más novelista o más poeta?
Las dos cosas. Hay cosas que me piden poesía para plasmarla, y otras que me reclaman prosa. Y hay que escribir lo que pide ser escrito. Doy un taller de escritura, y es lo que más a menudo digo a mis alumnas. Escribe lo que pide ser escrito. En ese sentido, me considero poeta y escritora. Tanto, que hay un punto de confluencia entre ambos libros; se pueden leer por separado, pero quien lea ‘Todas mis palabra son azores salvajes’ y, luego, ‘Roja catedral’ se encontrará conque en la segunda obra hay alusiones a la primera. Ese Madrid apocalíptico en el que hay mujeres vaqueras… Es algo que ya empiezo a perfilar en mi poemario.
Tiene muy presente esa idea del fin del mundo… ¿Tan necesario lo cree?
Obviamente, vivimos en un capitalismo atroz, que no nos deja vivir vidas en las que todas las personas importemos, en las que todos los cuerpos y diversidades cuenten, y se pueda celebrar la libertad y la vida. Eso es más que evidente, pero yo soy poeta y escritora, lo que significa que tengo esperanza. No se puede cultivar ningún tipo de arte si este no nace de la esperanza; no querríamos crear nada bello sin ella. También soy madre, tengo una hija de 13 años, y debo tener esperanza. Intento educarla en ese amor por la vida. Y esa esperanza se refleja mucho en mis libros. Por eso ?Roja catedral’ es una utopía, una celebración del amor, de la poesía, de la amistad, de la escritura… ¿Que veo el mundo fatal? Sí. ¿Que creo que somos las personas raras, disidentes, queer y no normativas las que podemos cambiarlo? También.
¿Opina, como muchas de sus compañeras de cruzada, que se han logrado éxitos importantes?
Claro que se ha avanzado. Yo, como mujer lesbiana, doy gracias a la vida por vivir aquí y ahora. Sobre todo, ahora hay más voces que pueden ser escuchadas. Eso puede tener que ver con las redes sociales, conque ahora no necesitamos que un medio tradicional reconozca nuestra voz. Podemos montárnoslo nosotras mismas. Si lo pienso detenidamente, lo que hago yo ahora, con 46 años, u otras mujeres a las que admiro, jamás lo vi cuando tenía 18 o 20. Que haya adolescentes que puedan acceder a esas cosas es un avance. Ahora, para mí, mientras estemos metidos en este sistema capitalista, racista y patriarcal, podremos progresar, pero nunca ser libres y felices. Hay que destruir este sistema por completo para crear otro distinto. Pero, mientras tanto, las escritoras tenemos una misión muy importante: otorgar a la gente la capacidad de soñar otros mundos. Por eso el arte, la poesía o la literatura son importantes. Sin soñar, no vamos a crear otras realidades.
«Hay muchas ganas de encontrarse en los libros, en las películas, en las series… De hallar refrentes. No nos basta imaginar que una situación ‘hetero’ la viven dos lesbianas, o dos gays»
En varias partes del país, incluida la ciudad de Gijón, las últimas elecciones municipales y autonómicas han abierto las puertas a discursos abiertamente críticos con el colectivo LGTBI, al que pertenece y por el que combate. ¿Cómo encajó ese acceso?
Es terrible, y ahora más que nunca tenemos que seguir luchando. Llevo toda la vida en el activismo, y llega un momento en que te dices «Me apetece parar y dedicarme a mis escritos, no estar todo el día al pie del cañón». Pero no se puede. Hay que continuar. Así que lo que pasó en los comicios lo veo con horror, pero también siento que, a pesar de todo, hay mucha más gente que no quiere eso. Y, en las últimas elecciones, se ha demostrado un poco. Desde el odio no se puede ir a ninguna parte. Todo el mundo estaría mejor desde otra perspectiva.
De hecho, en Gijón se vivió la expulsión de Vox del tripartito local hace apenas dos semanas…
Eso fue una alegría, y lo celebré muchísimo. Creo que ese es el camino. Como somos todos diversos, tendremos distintas ideas, pensamientos y concepciones, y está muy bien que haya partidos diferentes,. Pero hay un límite, que es la discriminación y el odio hacia otras personas. Así que es maravilloso. ¡Fuera Vox! ¡Que les eche todo el mundo! Está en las instituciones sólo por el ansia de poder de los partidos que les han permitido que estén. Y es que el poder es algo muy tóxico. Quisiera que concibiéramos más la vida en una horizontalidad, y no como una jerarquía.
A menudo se dice que ciertos enfoques machistas, homófobos y, en general, discriminatorios están asentándose en la juventud. ¿Lo percibe así?
Lo que observo, sobre todo, es que entre la gente de la edad de mi hija hay una libertad increíble, que ya hubiera querido tener yo. Incluso ni se definen como lesbianas, gays… Son queer. Ojo, hablo desde el privilegio de vivir en el centro de Madrid; quizá no se dé así en sitios más pequeños. Pero igual que entre parte de la juventud se ha puesto de moda para ser rebelde ser de Vox, también hay una mayoría de gente que no tenía idea de esas cosas, y en la que se asienta la tendencia contraria. También me doy cuenta de que hay muchas ganas de encontrarse en los libros, en las películas, en las series… De hallar refrentes. Ya no nos conformamos con ver una pareja heterosexual, y pensar en esa misma situación protagonizada por dos mujeres, o dos hombres. Queremos verlo reflejado en todo, y esa necesidad está ahí. Sacas un libro, y la gente va corriendo a comprarlo porque quiere ver ‘bolleras’.
Compagina la labor de escritora con la de traductora, y desde hace años llegan a sus manos obras literarias procedentes de los más diversos países. En comparación con otras naciones occidentales, ¿España está más o menos avanzada en cuanto a la defensa de derechos?
Sin estar en el lado editorial, creo que España es un país con una cultura editorial maravillosa, que cada vez tiene más diversidad, y en el que traducimos mucho. En otros países se traduce muy poco. Y eso es muy importante. Significa que podemos conectar y leer con muchas otras culturas. Ahora está habiendo un boom de la literatura juvenil maravilloso; se lee más porque se traducen cosas estupendas e interesantes. Así que, sinceramente, tengo bastante esperanza. Y luego están saliendo, sobre todo, muchas editoriales independientes, pequeñas o medianas, que no sólo quieren vender, sino que arriesgan. Como Dos Bigotes, que se arriesga y no sólo publica cosas que sepa que se van a vender. En ella piensan que ciertas voces tienen que ser escuchadas, hacen activismo… Eso sí se lo debemos a las editoriales pequeñas, porque a las grandes, con tal de vender, les da igual. Es una labor de visibilizar otras voces muy importante.
Y, en su caso concreto, ¿qué otros proyectos podremos leer de su puño y letra?
Acabo de completar un poemario que, espero, saldrá pronto. Y, para el año que viene, otra novela, que ya estoy escribiendo. ¡Parece que voy alternando! También doy un taller de escritura, ‘Las escritoras peligrosas’; es una comunidad increíble, formada por alrededor de cien mujeres, y estamos escribiendo cosas juntas, haciendo recopilaciones… Siento que es lo más importante que he hecho en mi vida. Dar un espacio para que las mujeres se tomen en serio, se escuchen, escriban… Aparte de todo esto, seguiré siendo una traductora feminista, que siente que hay cosas escritas por mujeres que no se han trasladado a nuestra lengua, y que hay que traducir. Por ejemplo, acabo de traducir para Horas y Horas Editorial ‘Hermana otra’, de Audre Lorde; la que existía era muy antigua, y había que renovarla. También estoy inmersa en una coedición entre Dos Bigotes y la editorial Barrett de ‘Cómo acabar con la escritura de las mujeres’, de Joanna Russ, que es imprescindible para pensar en nuestra genealogía, en nuestro legado.