«‘Aquí se respira fútbol; lo que hace falta en el Sporting es alegría’. Aquel ser humano tranquilo, con brillo en los ojos y carisma hasta en el bigote se llamaba Manolo Preciado Rebolledo»
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En el verano de 2006 cambió el rumbo de un Sporting que llevaba nueve temporadas consecutivas sumido en ese profundo socavón de la segunda categoría del fútbol profesional. Aportaba pesimismo a la sufrida afición esa larga travesía por las dunas de la incertidumbre. La directiva intentó fichar en mayo a uno de los entrenadores jóvenes con mejor cartel en el fútbol español, pero Josu Uribe dijo no a José Fernández. El universo rojiblanco sumaba un nuevo revés regresando a las cerradas puertas de la desesperanza, encarando otro verano sin ilusión. El viento o el rumbo cambió de dirección el día de la presentación de un motivador cántabro que, ante locutores, redactores y ‘plumillas’, mentó a la alegría: «Qué pasa, no quiero caras largas; somos campeones de España en Juveniles. Aquí se respira fútbol; lo que hace falta en el Sporting es alegría». Aquel ser humano tranquilo, con brillo en los ojos y carisma hasta en el bigote se llamaba Manolo Preciado Rebolledo.
En su mocedad fue un defensa recio, sin concesiones. Jugó en el Racing de Santander, Linares, Mallorca, Alavés, Ourense y Gimnástica Torrelavega. Como entrenador alternó en sus primeros años el trabajo de agente comercial de seguros y vendedor de productos de La Rioja (vino, espárragos, pimientos…) con los banquillos. Lo principal era su familia para este apasionado por la vida. Esa misma vida que golpeó a Manolo con mazo de hierro para intentar cortar el paso al optimista de Astillero. Llegó a Gijón después de ascender a la Real Sociedad Gimnástica de Torrelavega, al filial del Racing y al Levante a Primera División. El club granota negó el banquillo a Preciado en la máxima categoría y el honesto bigotudo firmó por el Real Murcia, regresó al Racing, coleccionó desencuentros con Piterman y estampó su autógrafo con el titular de El Molinón para ascender a los rojiblancos en una temporada inolvidable, y en un recordado partido en casa contra el Eibar. El 15 de junio de 2008. Ese día, Manolo reunió al grupo tres horas antes del partido y espetó: «Una ciudad entera está con vosotros».
No era un míster táctico, un loco de la pizarra. Lo suyo era trabajar la intensidad y organización, dando confianza y cariño a sus futbolistas. A veces, celebrar con entusiasmo los goles de Diego Castro, Barral o Luis Morán, cenar con la plantilla o tomar algo y charlar sin el chándal daba más resultado que ensayar mil jugadas en Mareo. Boqueaba enero de 2012 cuando el Consejo de Administración del Sporting decidió destituir a Manolo Preciado Rebolledo. Vega-Arango regaló lágrimas de cocodrilo en una rueda de prensa vergonzosa bajo la atenta y seria mirada del míster…
Ese mismo año, el 6 de junio de 2012, un infarto quebró definitivamente su corazón. A punto de estrenarse al frente del banquillo del Villarreal. Dejando a Gerardo Ruiz, preparador físico y aliado, con la maleta cerrada y la intención de acompañar en su nueva aventura al compadre Preciado. Sin consuelo, así se quedó Gerardo y los sportinguistas. Tristes, desconsolados, hundidos. Aficionados como los de la Peña Portal Sportinguista, que consiguieron levantar por cuestación popular a Manolo convertido en estatua de bronce, por obra y gracia de Vicente Menéndez- Santarúa Prendes. Y allí sigue el querido y Preciado míster, recibiendo desde 2013, con los brazos abiertos, a todos aquellos que visitan su casa: El Molinón.