La carencia de razonamiento de estos “manifestantes” o bien la actuación orquestada por terceros, provoca, frente a las sedes de un partido político, lanzamientos de botellas, incendios de contenedores, golpes y patadas
En los medios de comunicación, durante estos días, estamos viendo imágenes con un gran nivel de violencia. Ferraz, las Casas del Pueblo, las ideas, están siendo agredidas como hacía tiempo no ocurría en nuestro país y no son solamente lícitas reivindicaciones. Debemos diferenciar claramente lo que es agresión y lo que es protesta. La última debe existir, es fundamental para la convivencia y la democracia. En un Estado de Derecho, quien ve dichas manifestaciones, legítimas, debe hacer una reflexión sobre ellas, pues el poder del Pueblo existe. No obstante, no debemos confundirnos, una cosa son las expresiones de desacuerdo y otra muy distinta los actos violentos.
La realidad que nos rodea, la realidad en la que estamos imbuidos, es propensa a la falta de argumentación, acostumbrada al mensaje fácil, en donde existe el insulto y el menosprecio frente a la defensa de una manera de pensar y opinar. La sencillez del acto violento, así como la repercusión inmediata del mismo, es abrazada fácilmente por parte de la ciudadanía como modo y mecanismo de protesta, olvidándose de la palabra como elemento diferenciador entre la humanidad y la selva. Al simplificar nuestras posibilidades comunicativas, al perder la capacidad de la dialéctica, nos podemos encontrar, quizás sin quererlo, entre la jauría humana, dando la espalda al componente cívico, convirtiéndonos, dentro de un grupo, en masa social, en plebe descontrolada.
La cuestión es ¿por qué se desarrolla esa violencia con tanta normalidad?, ¿de dónde sale esa manera agresiva de llevar la protesta a las calles?, ¿cuándo hemos dejado atrás el respeto para abrazarnos a los insultos y golpes? La práctica totalidad de las personas somos gente pacífica. Nos basamos en la palabra para comentar nuestra opinión y defender nuestras ideas, o bien, en otros momentos, evitamos el conflicto ante discrepancias cerradas, conociendo del muro infranqueable encontrado por nuestro mensaje. Pero, recordando la película de Arthur Penn, ¿estaríamos seguros si nuestros escuchantes estuvieran dentro de una masa informe, con varios individuos incitando a la violencia? ¿Seríamos nosotros agresivos ante la masa alterada o seguiríamos en nuestra quietud?
La inmensa mayoría abogamos por el lenguaje y el comportamiento ajeno a la violencia. Las imágenes de estos días permiten decir que nos encontramos ante un porcentaje mínimo de personajes, teniendo en cuenta la población española, que usan el insulto, el destrozo de lo ajeno y la brutalidad ante la posibilidad de una amnistía, una amnistía legal, dentro del ordenamiento jurídico, provocada por un acuerdo entre nuestros representantes en las cámaras. La carencia de razonamiento, dialéctica de estos “manifestantes” o bien la actuación orquestada por terceros, provoca, frente a las sedes de un partido político, lanzamientos de botellas, incendios de contenedores, golpes y patadas, haciéndonos reflexionar, otra vez más, sobre el conocimiento que tienen algunas personas ante la manera de resolver los conflictos, la formación en herramientas y mecanismos para llevarlo a cabo o la importancia de la lealtad a la convivencia general por parte de instituciones y partidos políticos. Sin la resolución pacífica, solo queda la selva, sin la lealtad la permisividad.
Las grandes agresiones, siempre dramáticas, tristemente hemos vivido una este fin de semana en la ciudad, no son generalizadas en la sociedad, debiendo, y lo son, aplicar todo el peso de la Ley. Sin embargo, están más presentes las micro o medio agresiones, pasando silenciosamente a nuestro lado, disfrazadas en el traje de normalización social que les otorgamos. A veces, entendemos que los pensamientos fieramente enfrentados, los guiones agresivos o las atribuciones hostiles, no provocan violencia, y es cierto, se encuentran como atrapadas en el barro esperando la llegada de un impulso, de un estímulo, que las emerjan concentradamente, de manera abrupta. El fútbol y sus gradas, muchas veces es buen ejemplo de ello. Más cercano a la palabra, las redes, o los comentarios ante la opinión. Buena parte de los que tenemos la suerte de disponer de ventanas en las que compartir públicamente nuestros escritos nos encontramos con comentarios virtuales despectivos o agresiones verbales, consideradas lícitas por la sociedad, aceptando, aunque no nos percatemos en ello, la violencia. Se podría justificar el comentario despectivo o violento por ese estímulo realizado por un tercero, en este caso el escritor, que desencadena una afrenta a otra manera de ver el mundo, el agresor, pero no debemos olvidar que se provoca un tipo de violencia, llevada a cabo por un pensamiento hostil, muchas veces construido a través de estereotipos que han pasado de la calle a espacios virtuales o se han sobre dimensionado a través de las pantallas. Si normalizamos y defendemos eso, estamos favoreciendo el mantenimiento de conductas contrarias a las normas de convivencia.
El ser humano, con mensajes en las redes, está reivindicando la violencia como una forma de expresión y comunicación, sintiendo que la agresión escrita es menor que la física. Lo virtual facilita y normaliza una manera de actuar, inadecuada, afianzada en la inmediatez, con posibilidad de viralización y retroalimentada por aquellos que aplauden el insulto. Por suerte, son pocas las personas, mayoritariamente hombres, que se dedican a esos menesteres, pero nuestra sociedad va empapándose de la agresividad, va incrementándose, va provocando, en los últimos años, un aumento notable de la misma en los espacios virtuales. ¿Somos culpables de las imágenes que hemos visto estos días ante Ferraz o las Casas del Pueblo? No, no lo somos, pero como sociedad debemos reivindicar la tolerancia y no poner ni el mínimo “pero” ante actos vandálicos y violentos: ni físicos, ni virtuales. No lo debemos consentir en nuestro día a día, criticar lo que vemos en los medios, en las redes, y, mucho menos, no aceptar, como hemos escuchado estas semanas, a representantes institucionales timoratos, por decir algo, ante los actos ocurridos en las sedes socialistas.
Lo que han hecho algunos partidos de la derecha ante estas protestas es un peligro para la convivencia. Pueden estar en contra de la Ley de amnistía y llevar a cabo los discursos y manifestaciones que consideren, no se deben poner imposiciones o limitaciones a la libertad de expresión, ni mucho menos, pero con los mensajes poniéndose de perfil ante la brutalidad, usando los mensajes de manera torticera, posibilitan el incremento de la agresividad. Es irresponsable poner comparativas que lleven al aumento o aceptación de la violencia que se ha visto en las calles. Decir que la amnistía se asemeja a un Golpe de Estado, poner los acuerdos logrados, dentro del marco legal establecido, en el mismo nivel que el terrorismo de ETA, considerar que la negociación entre partidos es un ataque a la democracia, además de ser falso, es tremendamente peligroso para la convivencia.
Los pactos para conformar un gobierno en las próximas semanas se han fraguado abarcando todo el espectro ideológico de nuestro país, a excepción de la extrema derecha y esa derecha perdida entre la extrema derecha y la derecha extrema. Las negociaciones han sido uno de los mayores ejemplos de democracia de nuestro país, ya que han aunado bloques, han existido acuerdos, se ha permitido un camino a través del diálogo, ha reflejado lo dictado en las urnas, concitando con ello los votos necesarios para lograr la investidura. ¿Eso no es democracia? Podemos pensar diferente, claro, podemos opinar y argumentar contra aquello que consideramos contrario a lo que defendemos, sin duda, pero no podemos decir que va en contra de la legalidad existente ni de la democracia.
Cuando un líder de la oposición habla, debe saber que tiene una gran responsabilidad. Su discurso de estos días, compitiendo con la extrema derecha, alienta la polarización, el fanatismo y, con ello, puede alentar la violencia física y verbal contra otra manera de pensar, otra manera de entender el Estado (dentro de la Constitución) y otra manera de afrontar los problemas para llevar a la concordia (alejado de choques y cercanos al diálogo). Feijoo no logró formar gobierno con la extrema derecha, Pedro Sánchez lo conseguirá con el mayor arco político de la historia de la democracia. Ante ello, ante ese poder de concitar acuerdos, la derecha se apoya en la permisividad frente a la violencia, en los “peros” ante los disturbios, en las comparaciones incomparables. Ante ello, la derecha juega a polarizar el mensaje para meterse en esa normalidad de la violencia en vez de basarse en la dialéctica de la política, en la argumentación de las ideas, en la democracia.
la manifestación es un derecho de libertad de expresión colectiva.. Por otro lado, la masa no razona así que hablar de carencia de razonamiento de ésta es un absurdo per se. En todo caso, frente a la tiranía orquestada en base a mentir al electorado con contumacia y desvergüenza no creo que sea buena cosa mantener el silencio de los cementerios (iba a poner «camposanto» pero igual no lo entiende el progre medio) o la paz del rebaño. El humano organizado en sociedad debe cuestionar el poder y combatirlo cuando la convivencia se rompe para satisfacer necesidades personales innobles vestidas de «virtud de la necesidad». Es lo que hay, o parece haber, algo poco entendible para los seguidores de la religión progre, que solo ven aceptable su visión de las cosas