Consigue, a través de una preciosa fotografía y estupenda banda sonora, meternos en nuestra historia, teniendo pena de nuestro futuro. Pocas veces he sentido que estaba viendo, en un cine, la documentación gráfica de una memoria que se está perdiendo
Cuando salga este artículo ya habrá transcurrido una parte del Festival Internacional de Cine de Xixón, nuestro FICX, que compite cada año para seguir teniendo espacio propio entre mastodónticos festivales con mayor presupuesto, mayor impacto en medios, pero no mayor calidad en su programación. Hay personas más cualificadas para opinar sobre el nivel de las cintas que se proyectan en diferentes espacios de la ciudad, siendo, el que escribe, un mero omnívoro cultural que tan solo siente, pero… ¿qué es el arte más que la manera de comunicar para hacer sentir a aquel que mira?
En esa capacidad de sentimientos, el cine, por su proximidad cotidiana, por su cercanía encapsulada en una pequeña pantalla doméstica, por las plataformas consumistas de emociones rápidas, en donde, si no te gusta una película, la cierras a los pocos minutos con el desplante impropio ante años de trabajo, es una de las manifestaciones artísticas más vistas del mundo. Al final, no deja de ser un compendio de todas las artes, ya que, sin ellas, el cine no estaría rodeado de la estética, la narrativa o la emoción. El séptimo arte se nutre de diversas manifestaciones para generar un imaginario en donde todos y todas tenemos cabida, porque con una imagen en movimiento, nos transporta a nuevas experiencias, a recuerdos del pasado, a futuros sin escribir o sueños sin cumplir.
El cine, arte en sí mismo, se inspira en el propio arte para elaborar la historia, creando, a través de la mirada de los profesionales, una estética propia y un universo diferente. Dibujando atmósferas, elementos oníricos, movimientos artísticos, enfoques plásticos… diversos recursos que nos llevan, sentados en una butaca, a otros o a nuestro mundo, descubriendo universos nuevos o haciéndonos conscientes de nuestro propio yo desconocido.
En este punto quiero pararme en la película de Samu Fuentes, trabajo que me ha llevado a cambiar todo aquello que estaba escrito en días previos para conformar este breve espacio de opinión. Si mi artículo se hallaba encauzado en la importancia del festival para la ciudad, la visualización de “Los últimos pastores” me ha hecho cambiarlo para, sin dejar de poner el foco en la ciudad, basarme más en las emociones, fundamentales para la ciudadanía. Tenemos y debemos contemplar la importancia para la ciudad de una cita alternativa al cine comercial, en donde los amantes de los trabajos independientes pueden cruzarse con invitados en las calles, disfrutar de encuentros tras las proyecciones o vivir actividades vinculadas al festival, consiguiendo empapar la ciudad de cine, pero no podemos olvidar, ni perder de vista lo fundamental de la cultura, y con ello del cine: transformar a través de la emoción y el pensamiento a quien se acerca al arte. Al final la cultura, el cine, el arte piensa o debe pensar en ciudad y ciudadanía. Con esa mirada, el FICX es un festival en donde la alfombra roja no es tan importante como en otras grandes citas nacionales, creyendo que lo básico son las aceras que acercan el cine a los y las ciudadanas. El Festival hace importante a la ciudad a través del poder que tiene la cultura para cambiar a la ciudadanía.
El buen hacer y la profesionalidad del equipo de trabajadores y trabajadoras vinculados al Festival, desde aquí un fuerte abrazo para todas ellas, hace posible sentirnos orgullosos de nuestro certamen, que comenzó siendo infantil para abarcar, a día de hoy, todas las edades y sensibilidades. Logran, cada año, acercar el séptimo arte, construir un espacio durante unas fechas en donde los cineastas muestren su trabajo, generar sinergias entre los diferentes agentes para hacer negocio (recordemos, la cultura es empleo y riqueza del PIB, aproximadamente un 3% de cada aspecto), pero también, y eso en Xixón no lo olvidan, hacen disfrutar al público viajando en su programación. Mirando las colas de los equipamientos, antes del comienzo de cada pase, se pueden ver folletos repletos de marcas de bolis en las manos de personas que, entre risas y conversaciones, entre alegrías y discrepancias, esperan pacientemente la hora de entrar a una visión compartida del arte. Marcas eligiendo películas, espacios y momentos, reflejo de la buena configuración artística del certamen y de lo enraizado del mismo en la ciudad. Y volviendo a Samu, en esa programación, esperando los espectadores las puertas que se abren, se encuentran joyas como Los últimos pastores.
Realizar una película es complejo, además de caro. Son demasiados puntos que deben ser unidos para lograr llevar lo que piensa el equipo de la película, y su director, a la gran pantalla. Entre esos elementos se encuentra la financiación, fundamental, y el apoyo institucional, básico. Podemos entender que la cultura debe ser rentable, sin duda, pero sin la colaboración público privada no podríamos disfrutar de películas cuya distribución, por desgracia, va a ser reducida, aunque su visión artística sea enorme. Sin esas ayudas públicas, no habría lugar para el riesgo y el mensaje íntimo e intimista de cintas como la de Samu Fuentes. Sin el espacio en festivales, también mantenidos con dinero público, sería más complicado la visualización compartida de la belleza. La ausencia de financiación pública en el arte no permitiría lograr la rentabilidad, pues ser rentable, en contra de lo que piensan otras ideologías, no solamente se rige por aspectos económicos, sino también a través de la transformación social que la cultura provoca.
En mis primeras líneas decía que el cine es sentir, es meterse en el mundo del director o en el tuyo propio, mirar los sueños o tus recuerdos, contemplando “Los últimos pastores” puedes ver todo aquello que he narrado previamente. Con una mirada repleta de cariño por su tierra, Samu te lleva a los cielos, fabulosas vistas aéreas, para ver el terreno pisado por nuestros antepasados. Usa los silencios del estruendo crujido de un pasado que se rompe. Se apoya en la simpleza de los diálogos, poniendo de manifiesto la sencillez que hemos olvidado. Consigue, a través de una preciosa fotografía y estupenda banda sonora, meternos en nuestra historia, teniendo pena de nuestro futuro. Pocas veces he sentido que estaba viendo, en un cine, la documentación gráfica de una memoria que se está perdiendo. Contemplar, en el ahora, la narración visual y sonora que será usada por próximas generaciones para poder conocer lo que fuimos. Ver la meticulosidad y el amor a una tierra, a través de las arrugas de la sabiduría dibujadas con el cincel de los años a la intemperie, de dos hermanos que, para mí, deben formar parte de la historia del FICX, pues ellos forman parte, son protagonistas callados, de la historia de nuestra Asturias.
Gracias a Samu y a todo el equipo por hacernos sentir orgullosos de lo que somos y permitirnos percibir el miedo y la pena por lo que estamos perdiendo. Hay personas más cualificadas para opinar sobre las cintas, y sobre “Los últimos pastores”, estas líneas tan solo pretenden reflejar la básica sencillez del cine: sentir.