Poco gustó la voz en off que acompañó las horas que duró el recorrido. Y no es porque el contenido no fuera interesante y entretenido para los mayores pero, y ahí va el asunto, no para los protagonistas, los niños y niñas
La llegada de Sus Majestades los Reyes Magos tuvo en ascuas al todo Gijón, y no es broma. Ya a primerísima hora de la mañana el Puerto Deportivo y la Plaza del Marqués era un hervidero de paraguas. Porque eso sí, ese artilugio que según se cree usaron los egipcios hace unos 3.500 años, fue el complemento imprescindible de la jornada.
Recibidos con honores por la alcaldesa, Carmen Moriyón, y la corporación al completo, como se merecen los viajeros recién llegados, el griterío subía de volumen por momentos y los protagonistas, sobre todo Melchor, que es el más parlanchín, se deshacían entre besos, abrazos y confesiones de los pequeños, que además, no serían las últimas. Muchos de ellos y gracias a la paciencia de sus abuelos, madres y vecinos, que hicieron colas a la entrada del Ayuntamiento desde primerísima hora de la mañana, casi desde la madrugada, pudieron volver a hablar con Sus Majestades.
Y ahí viene a la mente la primera pregunta. ¿Era mejor acoger a los Reyes Magos en el Teatro Jovellanos, como los últimos años? Pero, allí también había que esperar cola, además, las entradas sacadas por internet volaban al minuto de sacarlas a la venta. Desde estas líneas proponemos una idea. Que vaya por delante, no es de cosecha propia sino de una persona que sabe y mucho, de cómo se organiza este día tan importante y complicado de controlar: ¿No sería mejor recibir a los tres magos en el Palacio de Deportes de La Guía? Hay donde aparcar, la gente no se quedaría congelada y la recepción podría acompañarse de un espectáculo de música, luces y mil cosas más. Ahí queda la idea, por cierto, puede ser la solución a los madrugones y catarros posteriores a la larga espera.
Y como este año parece que empieza preguntón, ahí va otra cuestión. ¿Qué tal la Cabalgata? Si se lo preguntan al Príncipe Abdeladid, les dirá, con los brazos abiertos a todo lo que dan y entusiasmado, casi, casi al borde del colapso: “Esto sí que es una Cabalgata”.
La lapidaria frase, lo dice todo: carrozas recargadas, iluminadas por todos sus puntos. Adornadas con destellos dorados y brilli-brilli. Y lo más importante, nuevas en sus diseños. Por destacar, la del Teatro Jovellanos. Y esta vez sí, que sí era bonita, fastuosa, importante, grandona y con una recreación de la fachada del coliseo gijonés estupendísima. O la de Sus Majestades, con los tronos reales en lo más alto.
Y todo ellos con música de gaitas y banda, tocando a todo lo que daba, villancicos; batucadas; un grupo de músicos interpretando temas de jazz al más puro estilo de Nueva Orleans. Todo muy guapo, pero… siempre hay un pero, queridas y queridos.
Poco gustó la voz en off que acompañó las horas que duró el recorrido. Y no es porque el contenido no fuera interesante y entretenido para los mayores pero, y ahí va el asunto, no para los protagonistas, los niños y niñas. Poco les podía interesar las historietas del locutor. Hubo quien apostilló que se pasó de ‘Para hacer bien el amor hay que venir al sur’ (como el tema estrella y polémico del año pasado) a escuchar el ‘Ángelus’ y medio dormirse e incluso roncar, entre carroza y carroza.
¡Qué difícil es contentar a todo el mundo!