Vendedores y clientes niegan que la aparición de las esferas plásticas en aguas de la ciudad esté alterando hábitos de compra y consumo, y sentencian que «en el mar siempre ha habido cosas»
Una buena merluza a la sidra, un delicioso pixín en salsa, centollos y bígaros por doquier… Sin olvidar, por supuesto, las ya legendarias fabes con almejas. La gastronomía asturiana es rica en productos del mar, uno de los pilares maestros sobre los que se yergue el gran edificio de la cocina autóctona. Y ni siquiera la aparición en sus costas de ‘pellets’, las esferas de plástico que campan a sus anchas por el Cantábrico tras el vertido frente a Portugal del mercante ‘Toconao’, parece capaz de alterar esa pasión. Mientras los organismos oficiales elevan los niveles de alarma y se implementan nuevas estrategias para combatir esa ‘marea blanca’, ni los distribuidores de pescados y mariscos, ni tampoco sus clientes se muestran excesivamente preocupados, como tampoco dispuestos a modificar sus hábitos de consumo y alimentación.
El actual siempre es un mes flojo para el sector de los productos marinos. Pasados los atracones de Navidad, y con la ‘cuesta de enero’ en su apogeo, muchas familias optan por alimentos más asequibles. Y, pese a ello, a media mañana de este jueves la actividad en La Pescadería, en la calle Marqués de Casa Valdés, es intensa. Tanto como cualquier otro día por estas fechas. «La gente comenta a veces lo de las bolitas, pero no notamos que se compre menos, ni que haya miedo», reconoce tras el expositor Herme Martín, visiblemente orgulloso del género que vende, y que, como bromea con una clienta refiriéndose a los ‘pellets’, «no tiene relleno». Una tranquilidad que, por otra parte, los métodos de captura propician. «Si flotan, ¿qué va a tener una barbada pescada a 400 metros de profundidad? Además, hace unos años la ría de Avilés estaba que daba pena, y nos lo comíamos todo igual».
Entre sus consumidores fieles está Conchita García, habitual del establecimiento de Martín y que, aunque un tanto inquieta, reniega de cambiar sus rutinas por culpa del vertido. «No es miedo, pero algo va a influir; ahora, de mi pescadero me fío, porque sé que no me va a dar nada malo», sentencia, sin apartar la mirada de los rapes desplegados ante ella. A su lado, Raquel Morán, también veterana de este establecimiento, secunda las palabras de la anterior. «Hay razones para confiar», señala, antes de concluir que «yo, personalmente, no pienso comer menos pescado, o dejarlo, por esto». Como Carmelo Pereda, amante de la mar y de todo lo que pueda aportar, y que «ni cambio, ni me hacen cambiar. Que cambien ellos y tengan más cuidado con lo que transportan y con lo que se les cae».
Mientras la comunidad científica y los Gobiernos tratan de ponerse de acuerdo sobre si las esferas son nocivas, o no, esa tónica expresada en La Pescadería se repite a pocos metros, en La Roca, un negocio que ya acumula más de dos décadas de historia, y que tiene en el de Arcadio Álvarez su rostro inconfundible. «Hablar, se habla de ello, pero no se le da mucha importancia», apunta, aunque sin negar que, «a lo mejor, los que tienen miedo prefieren no venir, y por eso no sé nada, pero no es que las ventas hayan caído». En su caso, las aguas de Gijón y Avilés son en las que se encuentras los caladeros de los que proceden sus capturas. Y, a la hora de limpiarlas, por ahora «no he encontrado nada. Aparte, donde podrían estar las bolitas, que es en el estómago del pez, no se lo come nadie». De camino a la tienda de Álvarez, la clienta Adelina Valdivieso todavía tiene en la memoria sucesos del pasado. «Esto no es galipote; lo ves y lo sientes, así que lo apartas, y no pasa nada».
Algo muy similar se da en la igualmente longeva pescadería Willy y Merce, en la que «algo nos preguntan, pero sin más». Sus responsables son tan pragmáticos como Martín o Álvarez. Y lo mismo pasa con sus clientes, entre los que se incluye Blanca López. «En el Cantábrico siempre ha habido cosas: carbón, chapapote, botellas… Y aquí estamos», concluye. Cerca de allí, cargado con bolsas de aroma marino esclarecedor, Evaristo Fernández regresa a su hogar de La Arena perfectamente tranquilo. «Dijeron por la radio que es en los mariscos donde más te puedes encontrar las ‘pelotas’, y yo no como de eso, así que… Y en el pescado no he visto nada, pero si me lo encuentro, lo aparto y ya está».
De hecho, la radio ha sido el medio que, por primera vez, se hable del tema en la todavía novel pescadería La Arena, regentada desde hace dos meses por Ana Villabrille, y con el joven Rubén Pérez como empleado. «Si no llega a ser porque lo estaban dando en ese momento, y había clientes, ni me preguntan», reflexiona Villabrille. Y eso que ella es fiel a los pescados de la rula de Gijón, ciudad que ya tiene ‘pellets’ en sus arenales. Pero ni por esas. «Limpias, y no encuentras nada. Vienen los mismos clientes de siempre, compran lo mismo… La verdad, no estoy nada preocupada, y no noto inquietud en quienes vienen a comprarnos. A ver qué pasa».