En este hoy de egoísmos, de superficialidad, una persona dio, en Londres, ante ataques en nombre de la religión, la vida por los demás
A Ignacio Echevarría hay que darle, infinitamente, las gracias. Hay que tenerle como ejemplo ciudadano, a pesar de que, probablemente, ni Policía Nacional, ni Guardia Civil, ni otro cuerpo de seguridad, comparta o aconseje su manera de actuar. Las fuerzas de seguridad, con experiencia y conocimiento, dan seguridad, incluso en los consejos de actuación. Sin embargo, el gesto de una persona anónima ante la posible pérdida de vida de inocentes, también anónimos, en un arrebato de heroicidad, debería ser ejemplo sobre la manera de actuar en cada espacio, momento, situación en la vida: no mirar tan solo para uno sino también en los demás. La heroicidad se puede llevar a los extremos como, trágicamente, lo realizó Ignacio, corriendo en dirección contraria a la huida protectora, acercándose a los gritos de las víctimas teniendo como arma un monopatín y como escudo su alma humana, pero podemos hacerlo, de otra manera, en momentos puntuales de nuestra vida, conformando una forma de ser y de sentir la sociedad, el presente y el futuro.
En este hoy de egoísmos, de superficialidad, una persona dio, en Londres, ante ataques en nombre de la religión, la vida por los demás. El resultado fue funesto, un héroe que se quedó sin súper poderes cuando los cobardes atacaron por la espalda. En ese momento, su cuerpo se convirtió en humano y falleció por salvar al prójimo, a un desconocido. A su lado, dispersos por el mundo, no debemos dejar de pensar que, a nuestro lado, puerta con puerta, también existen personas anónimas con capa y antifaz, con poderes humanos cuya fuerza radica en eso tan sencillamente complejo llamado humanidad. Pueden tener gafas como Clark Kent, envolverse en cuerpos pequeños y trabajos precarios como Peter Parker, ser famosos glamurosos como Bruce Wayne o personas con discapacidad como Matthew Michael (sí, también en el mundo de los súper héroes la mujer queda en un segundo plano). Están, se encuentran a nuestro alrededor, prácticamente indetectables, pero, si prestas atención, si miras las alturas del suelo, verás formas rápidas, camufladas, tímidas, personas que ayudan a otras sin otro por qué que sentirse bien consigo mismas, sabiendo que están intentando cambiar el mundo a pesar de ser conscientes de luchar contracorriente, esa realidad que se puede cambiar dando la mano a una persona en soledad, sintiendo que esa piel fría apreciará una epidermis que transmite su calor.
Esa forma de vida tan importante, realizada de manera altruista, sin palestra ni micrófonos, sin poco más que la mera satisfacción personal y la sonrisa y agradecimiento eterno de a quien ayuda, contrarresta el “yo” de este mundo cada vez más alejado del “nosotros”. No solamente estoy hablando del voluntariado, ese compromiso, esa participación social, solidaridad establecida, libre y no vinculada a un contrato de trabajo, que permite, a través de un tejido social, complementar la acción de los poderes públicos. Estoy hablando también de las otras personas que, sin estar inmersas en asociación alguna, luchan en su casa, en su trabajo, en su mundo por cambiar el mundo de todos. Desde la colaboración en acciones sociales hasta la ayuda desinteresada, en cualquier momento y lugar, ante los incidentes que ocurren en la realidad, ese conjunto de súper héroes y heroínas construyen pequeños gestos heroicos salvadores de una normalidad egocéntrica y egoísta que busca, a través de la remuneración económica o la consecución de poder o alter ego, su beneficio propio.
Cuando una pareja en cualquier cocina separa, del papel de charcutería, el plástico del cartón para ponerlo en cada uno de sus blancos contenedores que esperan pacientemente su residuo, están haciendo un pequeño gesto de responsabilidad, no de heroicidad. Cuando la misma pareja va al punto limpio gijonés para tirar en cada lugar aquello que corresponda, sigue ejerciendo su obligación como ciudadano. Cuando la misma pareja da su tiempo en beneficio de los demás, buscando plásticos en una playa están realizando un micro gesto de heroicidad que, por el término callado de los mismos, muchas veces ni vemos, ni conocemos, ni se nos ocurre que, nuestro vecino o vecina tiene una capa esperando para salir volando en beneficio de todos. Muchos de esos súper héroes de rellanos los vimos en la pandemia: jóvenes que llevaban la comida a las personas mayores, llamadas a otras gentes para ver cómo estaban, preocupación por ese vecino solitaria o por esa que no han visto saludar en la ventana… Sin embargo, a medida que mejoraba la salud y bajaba la preocupación, hacía mayor efecto la kryptonita. Debemos seguir recordando cómo, en esos días grises, muchas personas se pusieron la licra apretada y capa para encender la luz del color. Deberíamos seguir apretar ese interruptor de policromía cada día sin tener como excusa un virus que nos hacía luchar contra la muerte.
Tenemos payasos en nuestros hospitales, maestras en las casas de infantes con cáncer, profesores dando clase de español en los colegios, odontólogos en países en vías de desarrollo, psicólogos con tan solo la frontera del tiempo, arquitectas o ingenieros con lápices dibujando mundos mejores…, voluntarios y voluntarias con ganas de cambiar nuestra realidad. Algunos, creyendo en la mera experiencia, buscan un enriquecimiento puntual personal, sin darse cuenta que el mayor tesoro es un cambio profundo en su manera de pensar desde ese momento y para siempre. Otras, miran en créditos y formación, sin imaginarse que su mochila, a partir de ese instante compartido, estará cargada de humanidad y, sobre sus ojos, unas gafas que cambian el color de la vida. Todas esas personas, con unas u otras inquietudes, toda esa enramada social, con capa, antifaz y discreción, hacen posible que ocurran miles de historias cada día. Son héroes, heroínas, discretas, calladas, que gritan sus acciones provocando sonrisas.
Me gusta que en mi ciudad exista un espacio que recuerde a Ignacio Echeverría (con retraso, pues ya había sido aprobado en 2017 con el gobierno de FORO. Teniendo en cuenta su velocidad de crucero, lo llevará a cabo ahora) una persona heroica, que luchó con todo lo que tenía en ese momento en su vida: su valentía, su dignidad, su humanidad y un monopatín. Le debemos mucho: reflejar una manera de pensar en donde no existe el testigo pasivo inmóvil en una esquina, en donde la protección a mis iguales se convierte en uno de los principios cada vez más olvidado del ser humano, en donde el otro se antepone al yo. Gracias a todos los súper héroes callados, gracias a Ignacio por su ejemplo y gracias al Ayuntamiento de Xixón por dedicar un espacio en nuestra ciudad a una persona no gijonesa, ¿cuándo la humanidad está empadronada? Todos y todas, sobre cuatro ruedas, sentirán que pueden volar entre valores heroicos, recordarán que una persona dio la vida por los demás, sentirán que el más bello de los “yo” se encuentra fuera del ombligo.