Con un cuarto de siglo de historia en las suelas de sus zapatos, este cuerpo, ahora privado y reconvertido en empresa de inserción laboral, sigue patrullando las calles, aportando asistencia y tranquilidad a sus vecinos
«¡Sereno! ¡A mí, sereno!». Sería imposible cuantificar el número de veces que, a lo largo de más de tres siglos, esa expresión resonó en la noche de las ciudades españolas. ¿Millones, tal vez? ¿Billones, mejor? Las cifras aturden, ciertamente, pero sirven para dar la medida de la importancia capital que el oficio de sereno, los incansables centinelas del crepúsculo urbano, tuvo en el desarrollo del país. Tuvo… Y todavía tiene, en algunos casos. Porque, aunque ya extinto en la mayoría del territorio nacional, este servicio ha vuelto a la vida en un puñado de localidades. Entre ellas, Gijón, hogar de uno de los cuerpos de esta índole más antiguos de los que se tiene constancia, y que hoy, reconvertido en una empresa privada de inserción laboral, sigue velando noche tras noche, infatigable e inmune al desaliento, por la tranquilidad de los vecinos de la ciudad. Y desde hace veinticinco años, nada menos. Todo un hito para una profesión que muchos aún asocian con un tiempo extinto.
«Estamos enfocados al bienestar, para que en las noches haya una cara amiga para el ciudadano y el comerciante», resumen los responsables de Serenos Gijón. La actual compañía nació en 1999 como un plan de empleo provisional del Ayuntamiento, pero su buena acogida y su potencial no tardaron en llamar la atención de la asociación Parados Mayores de 40 Años de Asturias (PM40AS), que ‘rescató’ el proyecto al año siguiente; en 2002 fue la Agrupación de Sociedades Asturianas de Trabajo Asociado y Economía Social (ASATA) la que tomó el testigo de PM40AS, con la mirada puesta en formar una sociedad laboral constituida por trabajadores. Ese objetivo se consiguió en 2005, y durante los siguientes dieciséis años Serenos Gijón se concentró en definir empíricamente sus líneas maestras, todavía vigentes: «la primera, ese servicio de bienestar a la ciudad; la segunda, favorecer a personas necesitadas de empleo, a través de su contratación». Una doble tarea que recibió el espaldarazo definitivo en 2021, cuando fue reconocida como empresa de inserción laboral.
Hoy la plantilla de Serenos Gijón la conforman cerca de cuarenta personas, de las que el 90% patrulla las calles. Por lo general, y sin apenas excepciones, los empleados superan los 55 años, y son o parados de larga duración, o miembros de colectivos desfavorecidos. «No se valora en particular que hayan tenido experiencia previa como militares, policías o en seguridad privada; sólo que tengan una necesidad manifiesta de trabajar», acotan los directivos de la compañía, que carece de ánimo de lucro alguno. Su presencia, siempre de uno en uno, se ha vuelto cotidiana en el centro y en los barrios de Cimavilla, La Arena, El Llano, El Natahoyo, La Calzada, El Coto y Laviada; en definitiva, allá donde sus servicios son contratados por empresas o comunidades de vecinos. Cada noche, de 23 a 7 horas, de lunes a domingo durante los 365 días del año, ya llueva, nieve, arrecie el viento o reine el frío. Algo que, cómo no, embarga de orgullo a los propios profesionales y a sus mandos. «Pase lo que pase, el sereno no falla».
Un oficio con solera
Habría que remontarse a los inicios del siglo XVIII para encontrar las primeras referencias a este servicio, y al 12 de abril de 1765 para que se constituyese oficialmente como cuerpo nacional. Vestidos con abrigo y gorra azules, farol en ristre y armados con un chuzo afilado, posteriormente reemplazado por un simple bastón, se convirtieron en una presencia cotidiana en la mayoría de las grandes ciudades españolas, encargados del encendido y apagado del antiguo alumbrado público de sebo o gas, de la vigilancia de las calles, de custodiar las llaves de las viviendas, y del control horario y del tiempo atmosférico. Su nombre, de hecho, proviene de esa última tarea; cada hora en punto los serenos daban a viva voz el parte de situación, gritando «¡La una y sereno!», «¡Las dos y lluvioso!»… Por razones que se han perdido en la niebla de los tiempos, de todas las combinaciones posibles, fue esa primera la que terminó calando en el imaginario popular.
Pero el progreso manda, y la proliferación de la iluminación eléctrica en las urbes y la mejora de la seguridad a mediados del siglo XX hicieron que los serenos pasasen a tener sus días contados. En España se considera comúnmente el año 1977 como aquel en que el servicio desapareció. Sus abundantes y variadas competencias se repartieron entre un sinfín de organismos y cuerpos más o menos especializados, tanto civiles como policiales, y su figura pasó a convertirse en un recuerdo cada vez más difuso de un pasado perdido, un capítulo añejo dentro de la pintoresca historia del folklore hispano. Y así habría seguido siendo, muy probablemente, si no fuese porque, en los albores de este siglo, varias ciudades del país encontraron en aquella labor una forma de multiplicar la seguridad en las calles, dar trabajo a personas desempleadas y, de paso, aliviar de cierta carga de trabajo a unas fuerzas policiales a menudo saturadas y escasas de efectivos. Murcia, Santa Coloma de Gramanet o, a una escala menor, el distrito madrileño de Chamberí fueron algunas de las poblaciones que dieron el paso; los ejemplos más recientes se encuentran en Cornellá de Llobregat, en 2022, y en la mismísima Sevilla, el año pasado.
Tranquilidad, sí, pero no seguridad
Por comparación, Serenos Gijón es uno de los servicios de su clase más longevos de esta nueva hornada, si bien hoy, por supuesto, muchas de las funciones y equipamiento que eran propios de sus antecesores han cambiado. El azul oscuro ha dado paso a un visible naranja con bandas reflectantes; el chuzo y el farol, a la linterna y al teléfono móvil. Nadie concebiría que estos profesionales tuviesen accedo a todas las viviendas de una comunidad de vecinos, como pasaba antaño, y probablemente muchos considerarían innecesario, cuando no directamente molesto, que fuesen ‘cantando’ las horas y el tiempo. Lo que no ha cambiado, desde luego, es su compromiso, ni tampoco su afán de servir a la ciudad, aunque sin olvidar un detalle importante, que sus responsables no se cansan de repetir: el sereno acompaña, tranquiliza, auxilia… Pero ni defiende, ni protege.
Así, entre las dispares misiones que estos guardianes tienen figura el control de los establecimientos comerciales que contratan este recurso. «En la primera ronda, cada sereno comprueba que los portales y negocios de su zona que deban estar clausurados tengan las puertas cerradas, el estado de las luces…«. Algo muchísimo más frecuente de lo que cabría pensar, ya que «los despistes están a la orden del día». Una vez completado ese recorrido inicial, se realizan recados específicos a demanda del cliente, como «cerrar a una hora concreta las lavanderías autoservicio», y se presta atención a cualquier posible incidencia. Un escaparate roto, una puerta forzada, una pelea en plena calle, un contenedor ardiendo… Cualquier hecho sospechoso, o abiertamente delictivo, lleva al sereno a tomar su móvil, llamar a las autoridades y dar parte a la empresa. «Nunca, bajo ningún concepto, deben intervenir; el sereno no es ni un policía, ni un guardaespaldas. Si actúa, podría empeorar la situación, y salir él mismo mal parado».
Toda una sensación entre los turistas
De todos modos, muchos de los cometidos de los serenos resultan menos llamativos, pero sí más funcionales. «Mucha gente les pregunta por locales de ocio, hoteles, restaurantes… Incluso se siguen entregando planos de la ciudad. Es como una especie de guía turístico nocturno», bromean desde la empresa. Para todo ello, admiten, la introducción de dispositivos como los smatphones y los smartwatches ha facilitado las tareas, ahorrando toneladas de papel y simplificando la búsqueda de respuestas a las preguntas de los transeúntes. Tampoco falta la ayuda a personas con dificultades a la hora, por ejemplo, de abrir un contenedor de basura, o de regresar a casa tras una noche de fiesta. Sin olvidar las carteras, juegos de llaves, mandos de apertura de coches, gafas, tarjetas y otros objetos similares que encuentran en la vía pública, y que entregan a la Policía Local, algo que está «a la orden del día». Y, aunque familiares para los gijoneses, «a los turistas les llaman especialmente la atención; se acercan a saludarles y a interesarse por lo que hacen».
Al margen de esas anécdotas, el feedback que Serenos Gijón recibe de los vecinos desde su fundación es «bueno, muy bueno». Sobre todo, después de la pandemia, en cuyos momentos más críticos el Consistorio les contrató para controlar los accesos a las playas de San Lorenzo, Poniente y El Arbeyal. Una prueba «muy ardua, pero que se hizo a la perfección», y que contribuyó a hacerles todavía más visibles y apreciados entre la población. Ahora, con el 2024 aún iniciado, las metas marcadas para este año son seguir manteniendo ese nivel de excelencia, sí, pero también «lograr una mayor colaboración por parte de comunidades de vecinos, de comercios y del propio Ayuntamiento, para poder ampliar nuestra plantilla, dar más oportunidades a quienes necesitan un empleo, llegar a más barrios y dar un servicio más completo a la ciudad. Esos han sido nuestros deseos».
Entre tanto, los guardianes de la noche proseguirán su ronda por las calles de Gijón, velando incansablemente porque el sueño de los gijoneses sea todo lo plácido que merece ser.