«En este Antroxu, más que nunca, los disfraces, las charangas, los tambores, nos han separado, durante unos días, de la realidad cotidiana, pero, cuando enterremos la sardina, es necesaria otra manera de mirar el mundo»
Una conversación en la noche sobre uno de los momentos estrella del Antroxu, el entierro de la sardina, provocó el inicio de este trocito de opinión vinculado a una de las fiestas con más arraigo en Xixón. El origen del cortejo fúnebre sardinero es difuso. Algunas fuentes afirman que proviene del mal estado de un lote de clupeidos encargados por Carlos III y que, en época de hambruna como estaba la capital del reino en ese momento, lo ofreció al pueblo para salvar su conciencia. La población, en un alarde de sátira y crítica, dentro de los actos de Carnaval que se estaban produciendo en Madrid, realizó un desfile con sardinas casi podridas, siendo lo que dio origen al actual evento. Muy parecido a este origen, pues mantiene sardinas, mal estado y Carlos III, es que fue el propio rey el que mandó enterrar el lote de sardinas no aptas con el fin de evitar la propagación de su olor por todo Madrid. El ministro de Carlos III, Jerónimo Grimaldi, y su despedida de la corte, es otra de las posibilidades existentes, pues su complexión delgada le daba el nombre de “el sardina” y la guasa madrileña hizo el resto. Después, está el origen murciano, menos glamuroso, más prosaico, más fiestero, alejado de la nobleza: en un ataque de lucidez etílica, unos estudiantes cogieron una sardina y la llevaron por las calles para después quemarla. En Xixón no nos hace falta saber el origen del entierro, vivimos la tradición con una pasión desatada y un fervor propio de cualquier arzobispo opinador ideológico alejado de púlpitos y de fieles, cercano a políticas mal usando el hábito.
Somos gente de mar, vinculados a ella, nos dejamos engullir emocionalmente por el Cantábrico y disfrutamos de la brisa que provoca. Somos gente de la calle, del sentimiento, de la crítica, del inconformismo y nuestras reivindicaciones provienen de esa manera de mirar el horizonte. Somos gente de risa fácil, de humor alejado del norte, de compañerismo y amistad. Gente trabajadora, fiestera, vividora del momento. Todos esos mimbres hacen de nuestro Antroxu una celebración tan viva, tan latente en las calles, que todo gijonés y gijonesa que se precie debe sentirla, eso sí, a su manera. Unos lo harán dentro de las protagonistas claras de la tradición: las charangas. Su música, sus pasos, sus disfraces son inseparables de las fechas. El carnaval no sería Antroxu sin su colorido recorriendo las calles de la ciudad, sin su ritmo guasón, sin su estruendoso sonido. Animadoras incansables de la fiesta, hacen de su gala en el teatro Jovellanos el evento más esperado de la programación anual del coliseo gijonés. Debemos darles las gracias por su trabajo, su preparación previa y su acompasado tambor atronador. Otras personas vivirán el carnaval a través de sus desfiles, caros o baratos, realizados para la ocasión o acomodados del guardarropa para el hoy, pero bajo ellos camuflarán sus rutinas y disfrutarán de la fiesta. Y, por último, están aquellos que no se disfrazan, pero ven con gozo cómo la ciudad se vuelve pícara y fiestera, cómo la sátira camina por las calles, cómo los gestos, las muecas recorren aceras. Todo eso es el Antroxu, una fiesta que nos une como gijoneses y gijonesas al rodio de un disfraz, una careta o una nariz roja tapando nuestras vergüenzas y sacando risas a la realidad cotidiana.
En verdad, los días de jolgorio, de algarabía, de chanzas que estamos viviendo vienen muy bien en estos momentos, pues permiten, al menos, una pizca de alegría entre una realidad dura y complicada. La normalización que tiene la sociedad actual ante la desgracia, el atropello o la desidia está íntimamente relacionada con el crecimiento del yoísmo, espacio ajeno a la preocupación por otras personas o, al menos, para no acusar de despreocupación, diremos desentendimiento por lo que ocurre a otros seres humanos y al planeta.
En este momento, hay dos guerras transcendentales para el mundo: Ucrania y Palestina. Una, la primera, en donde todos los países occidentales consideran legítima la defensa de la nación. La segunda, en donde la gran totalidad de los países occidentales callan ante el genocidio que está ocurriendo en la Franja. No es la misma defensa. La primera, un pueblo lucha por su patria. La segunda, un pueblo lucha porque no le quiten la suya. La primera ha dejado sin hogar a más de quince millones de desplazados y sin vida cerca de mil setecientos niños y niñas. La segunda, las autoridades de Gaza hablan de casi doce mil quinientos menores asesinados. Mientras tanto, la televisión vomita, a la hora del almuerzo, muertes, sangre, hospitales bombardeados, hambre… y en la casa, frente a la pantalla, se mira con la pasividad de la banalización lo que acontece por tristemente rutinario. Corea del Norte, China, ven en el momento actual una gran complejidad, pero una enorme oportunidad para ubicarse en el lugar que pretenden en el mapa geopolítico. Peligro callado con gran poderío militar y necesidad de ubicarse en el mañana, casi hoy. En otro lugar, un candidato a la presidencia de uno de los países más poderosos del mundo utiliza los juicios como escenarios de discursos políticos televisados mientras las gentes, desprovistas de memoria (recordemos que intentó acabar con la democracia en EEUU), aplauden el machismo, el racismo, la intolerancia y ven en la perversión capitalista con tupé amarillento el salvador de la causa. Su pupilo, tertuliano excéntrico argentino, se ampara en las leyes para eliminar libertades, dándose poderes cercanos al autoritarismo, de espalda a los derechos humanos y laborales. Dictaduras, dictaduras floreciendo en el hoy y, siguiendo en América, mi bella Nicaragüa, Nicaragüita, vuelve a vivir en medio de la opresión, el absolutismo, la tortura y la imposibilidad de pensamiento libre, ante un mundo que no se acuerda de ese país machacado duramente por dictaduras y terremotos durante su historia. Para no seguir por realidades lejanas, viniendo a nuestro país, España se seca, el agua de sus humedales es robada para cultivar fresas y poder disfrutar de ellas en febrero, eliminando su crecimiento natural acompasado. Nuestro país, sureño en Europa, tiene un 53% de superficie agraria de regadío, lo que nos convierte en la nación con mayor terreno regado por este sistema. La gente, en la sequía, se le pregunta si en el periodo de carestía de agua cambiará sus hábitos de consumo, en vez de defender el cambio por y para siempre. Pero no todo es culpa de las personas usuarias o mal usuarias. España tiene una pérdida de agua por su anticuada infraestructura de más de setecientos hectómetros cúbicos al año, es decir, se pierde lo que consumen en sus casas catorce millones de personas durante trescientos sesenta y cinco días, y esta situación sigue llorando bajo aceras, calles y canales, lágrimas de agua que se desparraman en la soledad oscura de la tierra.
Tragedias, realidades, futuribles, situaciones que me provocan preocupaciones importantes desde el punto de vista humano y medioambiental, desde el hoy y con vistas al mañana. Por eso, en este Antroxu, más que nunca, los disfraces, las charangas, los tambores, nos han separado, durante unos días, de la realidad cotidiana, pero, cuando enterremos la sardina, es necesaria otra manera de mirar el mundo: potenciando un discurso político más potente desde el punto de vista social, cultivando la solidaridad, disminuyendo el poder del mercado, cambiando nuestra percepción por el bien común, ahora mismo mirado prácticamente en términos económicos, llevando a cabo un ejercicio de responsabilidad diario con el medio ambiente y nuestra realidad cercana. Todo esto no se debe hacer desde la moralidad, nadie debe dar lecciones a nadie sobre la misma, sino desde la responsabilidad que tenemos como seres humanos ante nuestros iguales y ante el mundo que nos rodea.