
A muchos deportistas masculinos les resulta muy complicado poder vivir de forma abierta su homosexualidad mientras que, paradójicamente, los prejuicios permiten que muchas mujeres que practican deportes considerados tradicionalmente masculinos tengan menos problemas para hacer pública su orientación sexual
Vamos a hacer un ejercicio de memoria o, mejor aún, vamos a ir a Google y vamos a teclear “Selección holandesa de fútbol 1974”. Si le damos a la pestaña de imágenes nos saltarán un montón de fotos de señores vestidos con camiseta y pantalón corto naranja que, desde los estándares estéticos de hoy en día, se parecen mucho más al recuerdo que tenemos de nuestros padres que a la imagen actual de un deportista de élite. Está claro que la llamada ciencia del deporte y los avances en nutrición han ayudado a moldear, en el sentido literal, el cuerpo de los atletas, sin embargo creo que ha tenido mucha más capacidad de influencia en esta mutación del aspecto de los y las deportistas el modelo de negocio capitalista, con físicos mucho más cercanos al prototipo del superhéroe marveliano que al padre de familia que gastaba, por ejemplo, Maradona.
La privatización del deporte y la venta de los derechos de emisión de los grandes eventos deportivos, han convertido al deporte y a los deportistas en objetos de consumo de masas y en productos de mercado de los que obtener pingües beneficios, lo que implica a su vez la exigencia de mejores y más espectaculares marcas y, también, la cosificación de los y las deportistas, que necesitan patrocinios privados para poder financiarse, obligando a muchos a convertirse en su propia marca. Para poder destacar en un mercado ya saturado, el poseer un cuerpo hipermusculado, ser bello o bella, es un requisito indispensable. Para triunfar hay que doblegarse y aceptar como inapelables los patrones clásicos y tradicionales de los estereotipos estéticos de género más normativos. Por eso resulta tan cínico hablar de los valores del deporte como si tales valores fueran algo natural cuando, en realidad, el deporte, como el resto de las actividades humanas, está impregnado de ideología y de los prejuicios y juicios, muchas veces contradictorios, que atraviesan a la sociedad.
Hay quien alaba en el deporte los valores de solidaridad, trabajo en equipo, compañerismo y el afán de superación que demuestran los grandes deportistas, mientras que para otros por lo que destaca es por su apología del tesón individual, de la competitividad y el sacrificio, y otras personas adoran la emoción, incluso la belleza asociadas a ciertas prácticas deportivas… Hay tantos aficionados y defensores del deporte como disciplinas deportivas y tipos de competición, y no es lo mismo el deporte de base que el de alta competición y profesional, sin embargo en todos ellos, sean individuales o de equipo, de masas o minoritarios, aun hoy en día se sostienen sobre la aceptación del binarismo y de los muchos estereotipos tradicionales atribuidos al género y, por tanto, también de muchos de sus prejuicios. Esta división tradicional binarista en el deporte es la explicación de que todavía hoy en día sigamos afirmando que existen disciplinas esencialmente femeninas, como la natación sincronizada o la gimnasia rítmica, frente a deportes de “hombres”, como el boxeo o el rugby, y que, por tanto, se les atribuya a sus practicantes las características que de forma tradicional se han asignado socialmente a los dos géneros: la delicadeza, la belleza en unos, el tesón, la fuerza bruta y la violencia, en otros.
De ahí que si estas disciplinas son practicadas por personas del género contrario, automáticamente se les asignan a dichos deportistas atributos que contradicen la división tradicional: las mujeres boxeadoras son rudas y “antifemeninas” y los hombres que practican la natación sincronizada son “femeninos”. Se ponen así en marcha toda una serie de prejuicios y de tópicos LGTBIfóbicos nacidos de una falsa división natural de las disciplinas deportivas en base al binarismo de género, que no hacen sino que reflejar la homofobia y los prejuicios de la sociedad que dictamina que de forma natural hay deportes propios de “hombres” frente a otros que son cosa de “mujeres”. Y es por eso que a muchos deportistas masculinos les resulta muy complicado poder vivir de forma abierta su homosexualidad mientras que, paradójicamente, los prejuicios permiten que muchas mujeres que practican deportes considerados tradicionalmente masculinos tengan menos problemas para hacer pública su orientación sexual, pero esto no es más que porque, dentro del imaginario tradicionalista, estas mujeres se escapan de la feminidad normativa.
El deporte es -especialmente el de alta competición-, por encima de otras consideraciones, injusto, en cuanto que, más allá del sacrificio personal, las horas de entrenamiento y las ganas que le pongas, implica tener, de base, unas condiciones físicas y, en muchas ocasiones mentales, excepcionales. Pero esta injusticia de partida no puede condicionar su práctica, por ejemplo no importa que seas bajito, pues eso no te impide jugar al baloncesto por gusto, aunque tu estatura sí que condicione que no puedas convertirte en un jugador profesional de la NBA. Precisamente por esto, la práctica deportiva no puede ni debe dejarse permear por prejuicios discriminatorios ni por discursos de odio basados, como en el caso de la transfobia, en pánicos morales, ignorancia y mentiras disfrazadas de ciencia basura. Los seres humanos somos biológicamente muy complejos y la naturaleza no conoce el binarismo. Los prejuicios no pueden nublarnos la mente ni determinar legislaciones que atenten contra los derechos de las personas trans en el deporte. Las continuas campañas de odio contra la participación de las mujeres trans en categorías femeninas, que son las que les corresponden en función de su género, han llevado a algunas deportistas cis, y a parte de la opinión pública, a exigir que se las excluya de dicha categoría y que se cree una especie de categoría gueto exclusivamente para ellas.
Piden esto porque alegan una supuesta superioridad física de las mujeres deportistas trans con respecto a las mujeres cis. Esta polémica, forzada e ideológica, queda desmontada por los datos, no hay más que ver los palmarés de las grandes competiciones para darse cuenta que, salvo casos muy puntuales, muchos de ellos vinculados a las competiciones universitarias en Estados Unidos y a las propias guerras culturales que allí se libran contra la mera existencia de las personas trans, las mujeres trans no han desplazado a las mujeres cis del medallero, por ejemplo, Laurel Hubbard, la levantadora de pesos que tanto dio que hablar antes de las Olimpiadas de Tokio 2020 fue eliminada en la final. El Comité Olímpico Internacional estableció en el año 2015 que las mujeres trans para poder competir en las categorías femeninas tienen que mantener, al menos durante doce meses, sus niveles de testosterona por debajo de los 10 nanomoles, esto a su vez implica que esas mujeres pierdan capacidad aeróbica y fuerza muscular, lo que objetivamente las convierte en más lentas y pesadas. Los datos y los estudios científicos, como recoge Jonathan Ospina en su Tesis Doctoral defendida en el año 2017, desmontan todos los bulos contra la tan cacareada ventaja competitiva de las mujeres trans.
Sin embargo la campaña de odio contra muchas atletas y deportistas trans, alimentada por la prensa en muchas ocasiones, ha llevado a que muchas autoridades deportivas estén revisando estos criterios: desde el año 2018 la Federación Internacional de Atletismo ha bajado la exigencia a 5 nanomoles por litro al menos durante seis meses, y muchas federaciones ya han anunciado que están elaborando nuevas directrices con la intención de prohibir la participación de las mujeres trans en categorías femeninas, lo que de facto significaría la marginación y la expulsión de la alta competición de las mujeres trans pero también de muchas mujeres cis pues, como la ciencia nos advierte, muchas mujeres cis poseen de forma natural niveles altos de testosterona. Por ende, en medio de esta batalla cultural y política contra las mujeres trans, quedan también atrapadas las personas intersex asignadas mujeres al nacer y que se identifican con el género asignado, que en muchos casos quedarían excluidas de las competiciones. Para empeorar aún más la situación, muchas de las medidas que se anuncian son profundamente intrusivas con el derecho a la intimidad, pues obligarían a deportistas cis, trans e intersex a salir del armario forzosamente o a tener que dar explicaciones que nadie tiene derecho a conocer -mucho menos a exigir- sobre su propio cuerpo, características genéticas, físicas o fisiológicas, imponiéndoles, además, la obligación de tener que hormonarse, sin tener en cuenta si dicha hormonación puede resultar perjudicial para la salud de estas atletas. Estas normativas ponen también en el disparadero a muchas mujeres cis que serán cuestionadas simplemente porque su aspecto físico no encaja con la normatividad y el patrón estético tradicional asociado a las mujeres.
Nada de esto es nuevo, por desgracia, muchas mujeres a lo largo de la historia del deporte han tenido que someterse a medidas intrusivas, humillantes y discriminatorias, sirva como ejemplo el calvario al que sometieron a la campeona Caster Semenya para entender cómo opera el discurso de odio, el pánico moral y la ciencia basura, cuando la atleta fue sometida al escarnio público y obligada a hacerse pruebas de verificación. Llama la atención, además, que la polémica siempre esté dirigida contra las mujeres trans, mientras que los hombres trans en el deporte son sistemáticamente invisibilizados, lo que es prueba definitiva de que la transfobia además de ser LGTBIfobia es también misoginia.
No podemos negar que el deporte de competición tiene un alto valor simbólico pues inspira y sirve de modelo, precisamente por esta razón es necesario exigir que las autoridades deportivas y los atletas se comprometan en respetar y garantizar los derechos de todas personas del colectivo LGTBIQ+. Nadie niega la necesidad de adaptar las normativas para evitar ventajas injustas en caso de que las hubiera, pero hay que hacerlo partiendo de las evidencias científicas que confirman que los seres humanos somos mucho más complejos y diversos de lo que el binarismo biologicista nos quiere hacer creer. Toda regularización ha de hacerse, por tanto, desde consideraciones basadas en la ciencia y el respeto por los derechos, y huir de los pánicos morales y los prejuicios, esta es la única manera que tenemos para garantizar la igualdad de oportunidades de todos los deportistas, sean cis, trans o intersex.
No olvidemos, además, que no todo deporte es deporte de competición, el deporte base es una pieza fundamental para la socialización y la salud, física y mental de la infancia, las guerras culturales y el rearme reaccionario, que tiene el odio transfóbico como bandera, están expulsando a niñas y niños trans de espacios hasta hace poco amables y seguros, poniendo en peligro también su derecho a la intimidad. Es por eso indispensable salvaguardar estos espacios de los prejuicios sexistas, LGTBIfóbicos y de la misoginia. Resulta, por tanto, cínico y contradictorio que, mientras varias federaciones anuncian normativas discriminatorias para las mujeres trans basadas en prejuicios sin base científica alguna, estemos celebremos el Día contra la LGTBIfobia en el deporte sin que se nos suban los colores a la cara.
«Llama la atención, además, que la polémica siempre esté dirigida contra las mujeres trans, mientras que los hombres trans en el deporte son sistemáticamente invisibilizados, lo que es prueba definitiva de que la transfobia además de ser LGTBIfobia es también misoginia»
Este párrafo es de traca. ¿No será porque los hombres trans, en realidad, tienen características físicas femeninas y no suponen un rival en competiciones profesionales masculinas? Qué extraño es este «feminismo» que se da a veces hoy, que parece que sólo busca favorecer a los (nacidos) hombres siempre a costa de las (nacidas) mujeres. Curiosa conexión con el machismo, ¿no?