Por Urbano Rubio Arconada
«¿Por qué no hay manifestaciones todos los días en frente de la embajada China, que expande por sí sola un tercio de las emisiones de CO2?«
La élite política, financiera, empresarial y mediática occidental se reunieron en Davos para “domar” el pensamiento obligatorio, “embridar” a la inteligencia artificial y “cinchar” la soga verde: “ecotasas” y “ecocidio” para desmoronar el sector primario imponiendo exigencias inasumibles a los agricultores, ganaderos y pescadores. Un pacto verde defendido en el Parlamento Europeo por socialistas y populares y rechazado por los productores “asfixiados” con tractoradas. El mesianismo climático alerta que “lo que hagamos ahora con el CO2 tendrá impacto en miles de años”. No será el terrorífico choque violento de un asteroide o una guerra con armas atómicas de destrucción masiva lo que va acabar con el mundo.
La humanidad está en juego porque no hacemos lo suficiente contra el “colapso climático” que viene: la nueva Biblia basada en simulaciones de modelos matemáticos teóricos del comportamiento climático aceptado por la ONU. Pues bien, las evidencias razonables indican que sin efecto invernadero, sin una atmósfera con CO2, la temperatura media de la Tierra sería la de una roca desnuda, y a esta distancia del Sol, estaríamos a 20ºC bajo cero, sin embargo, gracias al efecto invernadero, la temperatura promedio es de unos 15ºC y hay vida. El dióxido de carbono no es un contaminante que causa el calentamiento global, es el elixir de la vida misma. Es el alimento de las plantas, al fin y al cabo, facilita la fotosíntesis y el propio ciclo de la vida. El cambio del clima ha sido una constante durante la existencia del planeta, con fases glaciales y fases de calor, malo sería que el clima fuera constante.
Ya se cumplieron las fechas que predijo el eco-multimillonario Al Gore sobre la debacle de ‘El planeta de los simios’: el Ártico estará libre de hielo para el 2013, no quedaría ni un centímetro de la Estatua de la Libertad sin haber sido inundada para el 2019, desaparecerían las islas Maldivas o las costas de Cádiz. El periódico El Mundo publicaba en febrero de 2001 que “en el 2020 el Mediterráneo se quedaría sin playas, el norte de España estaría salpicado de palmeras y la gente no llevará abrigo en invierno ante la subida de temperaturas”. Ejemplos prístinos de profecías fallidas con la intención de crear alarmas, alertas, emergencias, estado de miedo que motiven a la población a asumir sacrificios de bienes y libertades, porque “hay que salvar el planeta”. Un panorama apocalíptico para justificar vetos y altos impuestos a las familias en vez de abogar por el genio humano en crear y adaptarse a cada tiempo.
Demonizar un elemento químico como el CO2, vital para la vida en la Tierra, es supeditar el campo, la industria y la prosperidad a eslóganes sin venia científica. Si fuese verdad que “de no frenar las emisiones CO2 el fin del mundo no está lejos”… ¿Por qué no hay manifestaciones todos los días en frente de la embajada China, que expande por sí sola un tercio de las emisiones de CO2? ¿Por qué no se informa sobre los graves problemas medioambientales causadas por la minería extractora de los minerales raros necesarios para las energías renovables? ¿Por qué se desincentivan nuevas fórmulas innovadoras de energía limpia y desinflacionista?
Para finalizar, unas evidencias. La primera, según un reciente informe de los mapas de la NASA, en los últimos 25 años, la Tierra se ha reverdecido en una cantidad equivalente a dos Estados Unidos contiguos. Concretamente en España, desde 1990 la masa forestal ha ganado un 34% y en Islandia el 205%. La segunda es que, según la Unión Europea de Geociencias, la plataforma de hielo de la Antártida creció 5.304 km2 en la última década registrando la temperatura más baja de los últimos cuarenta años (-83ºC en julio). Tercera, el cofundador de Greenpeace, Dr. Patric Moore, no tiene dudas: “toda la histeria sobre cambio climático ha sido una completa invención”. Cuarta, Scientific American dice que “el CO2 es un fertilizante que mantiene los bosques y la naturaleza vibrantes”. Y quinta, el premio Nobel en energía cuántica John Clauser y 1.600 científicos más, han negado la influencia humana en el cambio climático, afirmando que “la ciencia del clima debería ser menos política mientras las políticas climáticas deberían ser más científicas”.
Y, ¿Cómo se entiende que esta manipulación tenga tanto éxito? Por los astronómicos dinerales que mueve este gran “negocio” presentado como nueva religión. Lobbies multibillonarios dirigen las inversiones y el que no acepte los dogmas anticientíficos propagandísticos de la emergencia climática, se quedan sin financiación. Si fuera verdad que la mano del hombre estuviera destruyendo el planeta, no haría falta coaccionar la productividad, pues la ciencia no es impositiva, es demostrativa.