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La historia del mundo nos proporciona suficientes ejemplos de lo molestos que son para ciertos gobernantes un poder judicial independiente y una prensa libre
Estos últimos días España ha vivido, por obra y gracia de su presidente del Gobierno, el episodio más vergonzoso de toda su historia democrática. El teatral paripé que protagonizó Pedro Sánchez para desviar la atención de la investigación judicial sobre su esposa y, de paso, motivar a su militancia y a la izquierda en general ante las próximas citas electorales, sería motivo de risa por lo pueril y falsario, de no ser por la gravedad que supone la utilización de las instituciones y la amenaza a las libertades y los derechos y garantías que nos otorga nuestro Estado de Derecho. Porque esa es ni más ni menos la razón última de la lamentable salida de tono de Sánchez en su interpretación de ‘hombre enamorado’. Enamorado, sí, pero sobre todo de sí mismo y del poder.
Nadie que haya seguido mínimamente la trayectoria del líder socialista podría creerse ni por un segundo que fuese a desprenderse de su más valioso tesoro, la poltrona de La Moncloa. Sin embargo, apenas realizado su teatral anuncio de que se tomaba cinco días de asueto para reflexionar, sus huestes rápidamente se encargaron de sumarse como figurantes a la pantomima, con unos desgarrados llamamientos a la continuidad del Amado Líder y en una carrera para ver quién podía ser más «sanchista» con múltiples muestras de respaldo, a pesar de que ni siquiera los mensajes fuesen leídos.
No debió eso parecerle suficiente al presidente, que, ante la dificultad de ganar el premio al Mejor Actor decidió intentarlo también con el de Mejor Guión y, para despistar a los que vaticinaban el más que previsible final de su continuidad, utilizó al Jefe del Estado, haciéndole antes de su anuncio una visita que no tenía el más mínimo sentido, pues aquí no había pasado nada. Pero Sánchez no se detiene ante nada. La Presidencia del Gobierno, el CIS, Televisión Española… No hay institución que se libre de ser utilizada para mayor gloria de su poder y de su talento interpretativo. ¿Por qué iba la Corona a ser una excepción para él?
Por si todo esto no fuera ya suficientemente lamentable, mucho peor es lo que vino después, con sus amenazas, veladas o directas, a la independencia judicial y a la libertad de prensa. Ahí estaba la clave. La historia del mundo nos proporciona suficientes ejemplos de lo molestos que son para ciertos gobernantes un poder judicial independiente y una prensa libre. Ambos son garantías elementales para proteger a los ciudadanos frente a los abusos del poder. Así que Su Sanchidad se ha empeñado en destruirlos, recurriendo a un lenguaje de confrontación y bloques para acusarlos de instrumentos de supuestas conspiraciones para destruir la democracia. Lo que, en idioma pedrosanchista, es sinónimo de destruirlo a él, ya que fuera de él no existe la democracia, ni la libertad ni el progreso. A su lado, Luis XIV, que se conformaba con ser el Estado, era un simple aficionado. Y seguramente mucho peor actor.
Ángela Pumariega es vicealcaldesa de Gijón y portavoz del Grupo Municipal del Partido Popular