«Buen conversador, comunicador excepcional con sonrisa de galán, sigue sin rehuir el choque y no entiende de diplomacia facilona. Pasados los sesenta, sin dejar de rematarlo todo, como si volviese a tener diez años»
Picaba el sol en Antromero aquel viernes de agosto de 1973. Bajaron los guajes en estampida a la playa y en San Pedro jugaron libres al fútbol, antes del baño, entre carcajadas. Bernardino ya era un rizoso tallo que lo remataba todo, de cabeza o de espuela, sin miramientos con el ocasional portero, glotón de arena, después de un trallón-misil que mandaba la despellejada pelota del pedreru a la furiosa ola que devolvía el gastado cuero a la orilla envuelto en ocle. Bernardino Serrano Mori fue «bautizado» dos veces por su padre. Se quedó con Mino para los restos y demostró que a menudo a la segunda va la vencida. Comenzó su idilio con el fútbol jugando en punta pero como el gozoniego no dejaba de crecer terminó siendo central y gobernante absoluto del área en un Sporting Atlético repleto de calidad: Ablanedo II, Tocornal, Coloma, Zurdi, Eloy, Nacho…
Debutó ese mozón de pelo ensortijado con 18 años en el primer equipo. Dejando el sello de la contundencia y su fuerte personalidad en la zaga en cuanto le dieron continuidad. Era el central joven de moda en el balompié español en 1985. Una buena temporada y un golazo, en remate de cabeza espectacular, batiendo al guardameta del Colonia: «Toni» Schumacher, hizo que el Real Madrid firmase al central del pelo afro, que sabía competir en Europa. Dejaba atrás en el verano de 1986, un pasado rojiblanco con tres temporadas en el filial y dos en el primer equipo. No le acompañó la suerte en su paso por la capital. Un pésimo partido en las semifinales de la Copa de Europa dejó marcado el futuro del defensa en el Bernabéu. El Bayern de Múnich, en su casa, no dio opción alguna a los madridistas. En un match recordado por el pisotón de Juanito a Matthaus. El central asturiano tampoco tuvo su día, cometió un penalti al palmear un balón en el área y minutos más tarde acompañó al 7 en el vestuario antes de finalizar la escabechina bávara. No le ayudó otro mal partido en El Molinón luciendo la elástica blanca. «Mino pensaba que todavía jugaba en el Sporting», llegó a comentar Beenhakker con sarcasmo, dejando mal parado ante la afición merengue al mejor central de Antromero. En el club de los egos, se hizo amigo de Hugo Sánchez, el ego superlativo. Juntos vivieron unas vacaciones inolvidables en México, donde Hugo era rey, emperador, dueño y señor del territorio. En 1988 abandonó el Madrid y fichó por el Sevilla, llegaría dos campañas más tarde al Español y en Barcelona fue muy feliz, luciendo el brazalete de capitán y negociando primas en «el despacho de los despachos», propiedad del editor José Manuel Lara. El Mallorca le ofreció un nuevo contrato en 1994 y colgaría sus botas en el Logroñés en 1997. Ese mejor central de Antromero tenía trazas de buen entrenador. Así quedó atestiguado en los banquillos de la Selección juvenil asturiana, los juveniles del Sporting, Ribadesella y Caudal. Hasta Vega-Arango intentó contratar de míster al bueno de Mino, pero el veto a Juanjo González, que iría de segundo, frenó la operación en seco. Bernardino Serrano Mori, Mino, sigue siendo hoy un gran tipo, más allá de su 1.85. Buen conversador, comunicador excepcional con sonrisa de galán. Es un elemento fundamental en la Asociación de Veteranos del Sporting, sigue sin rehuir el choque y no entiende de diplomacia facilona. Por algo es el mejor central de Antromero cuando se descalza y baja al arenal de la infancia en las noches de luna llena. Pasados los sesenta, sin dejar de rematarlo todo, como si volviese a tener diez años.