El velero de lujo, propiedad de una anónima familia de los Países Bajos conectada con la Casa Real holandesa, permanece desde ayer en el puerto deportivo de Gijón, y ya se ha convertido en toda una atracción para vecinos y visitantes
El arte de la navegación es casi tan antiguo como la propia civilización. En ese largo tiempo, la historia se ha llenado de miles de relatos, ciertos o legendarios, protagonizados por barcos de todo tipo. Ahí está ‘El holandés errante’, pretendido barco fantasma obligado a vagar por siempre en los mares. O el muy real ‘Titanic’, protagonista una de las más conocidas tragedias náuticas de todos los tiempos. Sin olvidar el acorazado ‘Bismarck’, titán de la flota de la Alemania nazi, hundido en la Segunda Guerra Mundial… Y también está el ‘Aphrodite‘. En aguas de Gijón, de hecho. Desde ayer y hasta mañana, para más señas. Y, aunque mucho menos conocido entre el público general que cualquiera de los tres buques anteriores, este velero de dos mástiles, de titularidad privada y que navega bajo bandera de Holanda, está causando sensación en la ciudad. Un interés suscitado tanto por lo inusual de su presencia y lo elegante de su línea, como por su condición de barco de lujo y por la misteriosa identidad de la familia que lo posee.
Bautizado en honor a Afrodita, la diosa griega del amor y de la belleza (cuyo sugerente cuerpo desnudo hace las veces de mascarón de proa bajo el bauprés), este bergantín de casi treinta metros de eslora y siete de manga puede desplegar hasta diecisiete velas en sus palos, sumando una superficie total de 383 metros cuadrados de trapo y llegando a alcanzar, con viento favorable, hasta ocho nudos de velocidad, algo menos de quince kilómetros por hora. Manejar semejante batiburrillo de velas, cabos, estachas y escotas no es tarea fácil; sin embargo, aunque su dotación actual la conforman cinco tripulantes, bastarían tres o, incluso, dos para tener todo el aparejo a punto, sin ayuda de maquinaria a motor alguna. Y en sólo media hora. Una auténtica pieza de artesanía náutica botada en 1994 y que, tras una larga carrera como buque-escuela y realizando viajes de lujo en el Báltico, en 2016 fue vendida a sus actuales dueños: los miembros de una familia de identidad no desvelada… Pero sí conectada con la Casa Real de Holanda.
«Aquí ha estado el rey Guillermo Alejandro de los Países Bajo«, relata, orgulloso, Jan Rebel, un sólido lobo de mar con treinta años de carrera en su haber y, en la actualidad, capitán del ‘Aphrodite’. Ese carácter exclusivo del velero, ligado al elevado lujo que, admite Rebel, incluyen sus equipamientos, hace que el acceso a su interior esté terminantemente prohibido a los curiosos. «El único español que puede subir es Juan Carlos I, bromea«, acodado en el pasamanos de babor, mientras otea el horizonte tratando de calibrar el tiempo que hará este martes. Será ese día, a las cinco de la tarde, cuando el navío suelte amarras, despliegue todo su trapo y ponga proa al oeste para, bordeando las costas española y francesa, arrumbar a Palermo, la siguiente escala de una travesía que abarcara casi un año.
«Las del Cantábrico son buenas aguas; a veces están un poco encrespadas, pero se navega bien», reconoce el veterano Rebel, quien, eso sí, no ha podido evitar ser seducido por Gijón. «Es preciosa; no había atracado aquí antes, y la ciudad, la comida… Todo es magnífico«, confiesa. Un buen colofón antes de poner proa a aguas del Mediterráneo, mientras se sueña con el gran momento en que, al fin, el ‘Aphrodite’ entre en la rada de Lemmer, su puerto de registro e inicio de esta larga singladura.