Con el verano revelándose tímido este año, y los días de playa contándose con las manos, los 51 rescatadores municipales destacados en el concejo se preparan para recibir el que promete ser el inminente aluvión de bañistas de agosto

Es complicado estos días hallar un hueco en el que instalarse en la playa de San Lorenzo. Quizá menos que otros años, a la vista de lo rebelde que se está revelando la climatología este verano, pero la tarea resulta igualmente compleja. Basta un resquicio de sol y, a veces, ni siquiera eso, para que una marea de bañistas, afincados en Gijón o procedentes de mil y un puntos distintos de la geografía nacional, baje a la arena, tienda sus toallas y equipos, y se lance a disfrutar de las comodidades que el litoral urbano puede ofrecer. La estampa no resultará atípica a casi nadie, pero sí que presenta una variación sensible: una vez concluya, el próximo 15 de octubre, la de este 2024 habrá sido la temporada de baño más larga de la historia del servicio de salvamento de Gijón. Todo un reto para los socorristas que lo integran, activos desde el 7 de mayo en cinco de los siete arenales del municipio, y que, sin embargo, pese al aumento de su periodo en activo en más de un mes, afrontan con profesionalidad la tarea de garantizar a diario la seguridad de un colectivo, el de usuarios de las playas, que cada año supera con creces los dos millones de bañistas.
«Es un reto, pero también es algo positivo para la ciudad, y nos esforzamos por hacer nuestro trabajo lo mejor posible», señala Flor Palacio, con la serena sabiduría que le confiere su cargo de responsable del servicio en Gijón. Bajo su mando, este año se cuentan en 51 los rescatadores operativos para cubrir cinco de los siete arenas del concejo, con las excepciones de Estaño y Peñarrubia, controladas por la Federación Asturiana de Consejos (FACC). La masiva cifra de bañista aportada antes quizá parezca abrumadora en comparación con la cantidad de socorristas operativos, aparte del hecho de que operan por turnos, pero, en contra de esa percepción alarmista, es una cantidad suficiente. «En líneas generales, no solemos tener problemas; se siguen las indicaciones, se respetan las zonas de baño… En San Lorenzo es donde más tenemos que tirar del ‘pito’, y a veces hay quienes se resisten a salir del agua, pero son los menos; eso es un alivio», concreta Palacio.

En la que es la playa más representativa del término municipal gijonés, la jornada para los socorristas comienza a las diez de la mañana. Tras detectar y señalizar las mejores zonas para el baño y la práctica del surf, en función del estado de la mar y de las corrientes, los rescatistas apostados en primera línea llevan hasta la orilla las torres portátiles, desde las que otean el horizonte. En caso de un posible ahogamiento, de un incidente en la arena o de cualquier contingencia, el profesional aferra su floppy, el icónico salvavidas que cada uno tiene a disposición, y se lanza al escenario del suceso; si es en el agua, previo análisis de la mejor zona para entrar y salir de la mar. Sin embargo, esa clase de intervenciones, indudablemente las más espectaculares y representativas de su oficio, no son, ni de lejos, las más comunes. «Lo más normal son las pequeñas ayudas: pequeñas heridas, picaduras de pez escorpión en horas de bajamar… Incluso gente que sale de la zona de baño y es atrapada por la corriente«, detalla Palacio. Tampoco faltan las labores cuasi policiales, como el aviso a aquellas embarcaciones, fundamentalmente motos de agua, que se aproximan demasiado a la costa.
Por el momento, y pese a su mayor extensión temporal, la temporada está siendo muy tranquila. Demasiado. Sólo un par de rescates en una ventana de dos meses y medio dan fe de ello. «Es por el tiempo, que nos ayuda», ríe la responsable del servicio. Y es verdad; pese al calor y a la humedad ambiental, la escasez de días soleados merma la afluencia a los arenales, aunque «aquí la gente se anima aunque haya nubes. Pero lo serio suele empezar ahora, a partir de mediados de julio; será cuando más lo notemos, especialmente en la ‘Semana Grande'». No es casual que, en el cercano Puerto Deportivo de Gijón, una parte del personal de rescate se afane estos días en tener a punto las dos motos acuáticas y la lancha semirrígida que conforma la flota del servicio, dejándolas preparadas para lo que pueda venir. Como analiza Palacio, en la actualidad esas tres embarcaciones «son los medios que necesitamos; hombre, siempre podría pedirse más, pero las necesidades están cubiertas. Y este año se le cambió el motor a la lancha, así que la tenemos en condiciones óptimas».

El público parece apreciar ese empeño, al igual que el esfuerzo extra que entraña el alargamiento de la temporada de baño. «Yo soy de las que apuran y se bañan fuera del verano, y la verdad es que la tranquilidad de tener a los socorristas se nota», admite Begoña Alonso, habitual de la playa de San Lorenzo «cada vez que hace un poquito de calor» durante el año, y siempre que los estudios de Derecho que está cursando en Oviedo se lo permiten. Joven y sin hijos, su gratitud es patente, si bien lo es más en el caso de Carlos Barragán, quien desde la seguridad de la arena no quita ojo a su pequeña Ainara, de seis años. «Ella todavía no ha tenido sustos; yo, alguno, y sé lo que vale tener este servicio», comparte, satisfecho conque «dispongamos de él unos cuantos meses más; ahora, con el calentamiento global, cada vez somos más los que nos animamos a remojarnos fuera del verano». Y lo mismo opina Unai Ayala, fiel al arenal gijonés desde hace siete años, pese a ser oriundo de la también costera San Sebastián. «A mí me sorprende de lo que son capaces, siendo tan pocos y nosotros, tantos; debe tener ojos en la nuca, o algo, porque enseguida te avisan si hay peligro, y están ahí si pasa algo. Son unos campeones», decreta.
Y eso es lo que pretende seguir siendo cada uno de esos 51 rescatadores, de los que depende la vida de los millones que gozan de los placeres de las aguas del Cantábrico. Unos campeones… O, como mínimo, esa delgada línea roja y naranja que, verano tras verano, se interpone entre el final dramático y el feliz. Sin heroicidades ni temeridades; sólo con la tranquila serenidad de quien conoce su oficio, e intenta ejecutarlo con la máxima calidad. Como concluye Palacio, antes de volver a su puesto, «todo sea por dar la seguridad que la gente merece, y que pasen un día de playa en las mejores condiciones«.