Por Urbano Rubio Arconada
La cultura y las tradiciones nunca deben ser convertidas de la noche a la mañana en ideología, ni ser prohibidas unilateralmente por el solo hecho de que ésta sea contraria, pues los toros tienen pitones, pero no ideología
Llega el verano y la polémica se repite: toros sí, toros no, cuestión recurrente en los últimos tiempos en un debate, llevado visceralmente por los animalistas antitaurinos y culturalmente por los animalistas taurinos. La fiesta Nacional se está empleando como herramienta política de confrontación en vez de unión, lamentable. Lo que es incuestionable es que a los Toros van más de un millón de personas al año y a las manifestaciones antitaurinas no van ni mil.
Para reflexionar está el silogismo de una “mente superior” como Gustavo Petro que ha eructado, sin matices y con profusa vehemencia: “Si disfrutamos matando toros, nos divertiremos matando seres humanos”. Luego, siguiendo con el racionamiento propio de los infradotados, si comemos carne de toro comeremos carne humana; no digamos para los amantes del rabo de toro. En el siglo XIII es cuando, según los historiadores, aparecen las primeras disposiciones de toros, el primer embrión formal de la tauromaquia que la formaliza como creación popular y como espectáculo arraigado. Valle-Inclán, Sebastián Miranda, Pérez de Ayala, entre otros, escribieron en un homenaje a Juan Belmonte: “Capotes, garapullos, muletas y estoques, no son instrumentos de más baja jerarquía estética que plumas, pinceles y buriles; antes los que aventajan, porque el género de belleza que crean es sublime por momentáneo”.
Toros y toreros sirvieron de inspiración a Goya, Picasso y Manet, entre otros. El poeta Fernández de Moratín rimó el siguiente quinteto de arte menor: “Sobre un caballo alazano/cubierto de galas y oro/ demanda licencia ufano/ para lancear un toro/ un caballero cristiano”. Fray Luis de León, escribió: “Las corridas de toros están en la sangre del pueblo español, y no podrían ser suprimidas sin enfrentarlo en una seria reacción”. Carlomagno, Alfonso X El Sabio y el Cid Campeador fueron grandes aficionados a los toros. Carlos I de Inglaterra y su ministro Lors Buckuigan participaron en corridas, y tan a gusto se sintieron que repitieron en su país invitando a los embajadores de Francia y España. Ortega y Gasset, dijo: “Es impensable estudiar la historia de España sin las corridas de toros”. Unamuno fue un gran aficionado a los toros. Federico García Lorca escribió: “El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España… Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”. Y Tierno Galván aseveró: “Los toros son el acontecimiento que más ha educado social y hasta políticamente al pueblo español”. ¿Deben prohibirse las corridas de toros? Simplemente por libertad, no.
Existe una cuestión cultural, que no admite dudas, que está recogida en varios textos legales. La prohibición de la Fiesta de los Toros, como fenómeno cultural de ámbito nacional únicamente compete al Estado, nunca a las CC.AA., en aplicación del artículo 149.1º.28, y no cabe oponer razones de índole protector de los animales. Además, cohabita una cuestión económica y empresarial de producción de bienes y servicios de mercado. El artículo 139.2 de la Constitución se establece que «ninguna autoridad puede adoptar medidas que directa o indirectamente obstaculicen la libertad de circulación y establecimiento de las personas y la libre circulación de bienes en todo el territorio español». Los activistas antitaurinos lo califican de barbarie haciendo pasar al torero de héroe a proscrito. Ni los matatoros ni los aficionados son ningunos sádicos. ¡Los toreros creen en Dios! El toreo es una expresión litúrgica ritual de arte y masculinidad. Un arte extremo incomprendido por buena parte de la sociedad. El toro de lidia es el animal que mayor calidad durante su vida, trotando en enormes dehesas y con infinidad de normas que impiden el maltrato animal. Pero los toros, son seres sintientes, como cualquier animal, que no tienen derechos humanos, no tienen derecho de sufragio, ni lo necesitan. Quien tienen obligaciones son sus dueños. El futuro del toro de lidia le tenía que importar de verdad a los animalistas. Si se prohíbe la fiesta de los toros, el toro de lidia, de excepcional raza brava, desaparecería, y eso sí que sería cruel para estos animales y para los empleados que viven de ella. En conclusión, creo, respetuosamente, que en las plazas de soberanía la Fiesta de los Toros ha gozado siempre de excelente salud celebrativa, de dilatado arraigo y de genuina tradición española. La tauromaquia, hay que entenderla y tenerla como cultura nacional del pueblo español que, ahora, no se puede hacer desaparecer de un plumazo. La cultura y las tradiciones de la genuina sociedad, forman parte de sus raíces más profundas, y deben ser promovidas, mantenidas y respetadas, pero nunca ser convertidas de la noche a la mañana en ideología ni ser prohibidas unilateralmente por el solo hecho de que ésta sea contraria, pues los toros tienen pitones, pero no ideología.
Urbano, quédese en la Edad Media, que claro está que está usted bien adaptado a la época. Los demás ya entendimos que dañar a un ser sintiente no tiene absolutamente nada de respetable. Y justificar el abuso y maltrato en las tradiciones es absurdo, porque POR SUPUESTO que pueden evolucionar, oiga.
Ese imbécil de nosense que se vaya atomar por el culo
Trátese, señor, que falta le hace.