Lejos de los madrugones y las largas colas que marcaron la apertura del cercano Starbucks en Begoña, la franquicia de repostería, célebre por sus ‘Manolitos’, inicia una andadura que, aun siendo todavía tímida, sus clientes auguran exitosa
Manolo Bakes ya está en Gijón. No en forma de una batería de vinilos publicitarios distribuidos por la ciudad, ni de algún local todavía en obras que exhibe su inconfundible tipografía en el escaparate. Desde las ocho en punto de la mañana de este miércoles, justo a tiempo para la Noche de los Fuegos que sirve de hoy, la franquicia de repostería madrileña, conocida en toda España por sus minicruasanes ‘Manolitos’, ha abierto sus puertas al público de forma regular en su emplazamiento de la céntrica calle Menen Pérez, iniciando con ello una andadura que, prevén algunos de sus clientes, recurriendo al manido símil, será deliciosa. Y eso que, en sus primeras horas, la afluencia ha sido discreta; o, al menos, alejada de los madrugones épicos y de las colas kilométricas que, el pasado 30 de julio, marcaron la inauguración del primer Starbucks gijonés. Aun así, los leales o curiosos no han escaseado. Y las opiniones sobre el sabor de los productos, aunque plagadas de matices y condicionadas por el aprecio a las reposterías tradicionales, parecen coincidir en positivo.
«Quizás, si tuviera que elegir, me quedaría con un negocio de los de toda la vida, pero aquí el reclamo está claro: los ‘Manolitos’; si vienes aquí, es por ellos», reflexiona, risueña, Nuria Santiesteban, recién salida a las diez de la mañana del establecimiento, precisamente en el momento en que los empleados reponen las muchas bandejas que pueblan los expositores. El suyo no es el criterio de una neófita; y es que esta joven gijonesa ya tuvo ocasión de catar sus productos «en Madrid hace muchos años, antes de que fuesen Manolo Bakes». Desde entonces, eso sí, ha percibido cambios… Que condicionan su valoración final. «Sé que cambiaron la fórmula, así que no son exactamente iguales al recuerdo que tenía, pero están muy conseguidos, y siguen siendo riquísimos», concluye.
Ese recuerdo que atesora Santiesteban toma formas y sabores muy diferentes en este 2024. Desde el ‘Manolito’ básico, con la estética clásica de un cruasán, sólo que en miniatura, hasta variedades con chocolate, azúcar, frutos secos… Todo ello, acompañado de cafés, infusiones y chocolates, las bebidas imprescindibles cuando de manjares así se trata. Toño Conde, lo confiesa, es más de té que de cualquiera de las demás alternativas, y acaba de convertirse en fan del ‘Manolito’ estándar. Mientras abandona el local con una caja llena de ellos, admite que «me esperaba que fuesen como los de tantos sitios, pero no; es algo distinto». Distinto y sabroso, aunque también «denso, mucho más que los cruasanes de repostería; no son para todos los días». Eso, y su apego al tejido hostelero de Gijón, hace que su opción general esté clara. «Yo soy de La Calzada, y allí tenemos unas cuantas confiterías muy buenas; si es por mí, me quedo con ellas».
Un criterio muy similar lo manifiesta María García, clienta tempranera junto con sus hijas. Mientras las pequeñas, aún a bordo del carricoche, mordisquean un ‘Manolito’ cada una, su madre, que «ya los probé en Barcelona», no esconde que los productos de Manolo Bakes «están buenísimos, absolutamente, pero sientan un poco pesados; tienen mucha mantequilla». De hecho, su recala hoy en el negocio recién aterrizado en Asturias ha respondido a la nostalgia por su lado, y a la curiosidad por el de sus hijas. «Para las niñas, que son pequeñas, lo de los cruasancitos es un reclamo», señala, si bien, «personalmente, no soy amiga de estas franquicias, ni ellas tampoco». Un punto de vista que, eso sí, no eclipsa lo racional de su análisis de futuro: Manolo Bakes ha llegado para quedarse. «Al final, la gente consume este tipo de productos masificados, caros… Puede que la mayoría prefiramos opciones más sanas, más tradicionales o de cercanía, pero esto, como Starbucks, seduce. Y contra eso no se puede luchar».