Vecinos de la ciudad y visitantes entienden que algunos negocios consideren la opción de efectuar un cargo a los clientes que no avisen para cancelar su reserva: «No cuesta nada llamar»
Reservar una mesa para cenar los días previos a la Noche de los Fuegos o el Día de Begoña suele ser misión casi imposible en muchos restaurantes de Gijón. Algunos cuentan con tener el comedor lleno incluso semanas antes y dejan de coger reservas desde entonces, aunque aún así muchos no bajan la guardia: saben con cierta seguridad que, muy probablemente, alguna mesa no se presente durante el servicio y tengan que «perderla». Esa situación ocurrió la semana pasada en el restaurante Abarike que lidera la chef Lara Roguez. Ella misma contó a través de sus redes cómo un comensal había comenzado a amenazarles por email después de que la aplicación de reservas que este utilizó para acudir al local le cobrase el depósito establecido por no personarse en una de las cuatro mesas que había puesto a su nombre para esos días.
Roguez cuenta que mantienen este sistema de depósito por mesa en su local porque con el tamaño reducido del negocio, una mesa vacía en una fecha clave supone una importante pérdida de dinero. La noticia ha llegado a oídos de algunos compañeros que viven con frecuencia fiascos similares y ha despertado el debate entre el tejido hostelero, clientela y visitantes a la ciudad: ¿sería positivo establecer una fianza con las reservas en los restaurantes? Y si lo fuera, ¿en qué condiciones se pondría?
De pasar un mal trago tras la barra saben mucho Elsa y Carlos Pérez. La pareja de gijoneses estuvo al mando de la que entonces se llamaba sidrería Puerto de Tarna, en la calle Luanco, durante «casi 40 años», y como antiguos hosteleros, han vivido «de todo» en relación a temas de dinero con muchos clientes; algunos convertidos incluso en amigos. Precisamente, él recuerda «una Semana Grande» en la que una mesa les dejó tirados después de encargar «una mariscada». En su carta servían muchos pescados y productos frescos del mar con previsión de cocinar para los que luego terminaban siendo ausentes, por eso lo que sobraba, como aquel plato de marisco, «iba todo a la basura».
Con su conocimiento de causa, aplauden y entienden que haya negocios que quieran cubrirse un poco las espaldas con esa cantidad retenida tras la reserva. «Nosotros no pedíamos nada, nunca nos lo planteamos porque antes las cosas eran de otra manera, ahora la gente se organiza mucho mejor», argumenta ella. Y aunque lo vean un buen paliativo, saben que más de un comensal no acostumbrado a tener que cumplir «te dirá que eres un pesetero poniendo un cobro antes del servicio por tal y por cual… «.
La medida contra los ‘plantones’ lleva implantada desde hace tiempo por hosteleros de otras comunidades españolas o ciudades como Barcelona, donde viven Marta Pérez y su marido. Para ambos la opción del depósito ya resulta familiar, sobre todo en aquellos restaurantes «de mayor calidad o que trabajan con productos muy caros», como el marisco que cocina Roguez en su local. La pareja de visita por Asturias esta semana vería con muy buenos ojos que los negocios de Gijón lo adoptasen porque justo hoy han llamado a un local para cancelar la reserva que tenían y «el dueño nos dio las gracias porque nos dijo que no es habitual que les avisen». «No cuesta nada llamar: al restaurante, al dentista… A cualquiera», zanja ella. Consideran que retener en la cuenta bancaria «unos 20 euros» a cada grupo de comensales sería más que suficiente para que la gente se controlara más.
En Granada, sin embargo, no se estila eso de pedir ‘fianza’ contra las «reservas fantasmas». Lo explican Ángel y Mari Trini, hospedados en Candás desde hace días y que están disfrutando de la mañana en Gijón. Los dos niegan rotundamente pertenecer a ese grupo de clientes que «reserva en cuatro sitios distintos y no cancela aquellos que no elige» o ser de los que «no avisan si no van» en general. También están de parte del hostelero afectado por estos descuidos y «si te pones en su piel, tiene todo el sentido del mundo que lo quieran poner». Su único ‘pero’ tiene que ver con aquellos casos en los que «te surja una incidencia de última hora y no puedas avisar». «Ahí el local tendría que devolvértelo», concluyen.
Para Manuel Ángel García y Margarita González, de Gijón, lo problemático está en los datos de la tarjeta bancaria. «La única manera de implantar esa retención es hacer el trámite en una página web y dejar en ella tus datos bancarios, y al final eso de estar todo el día dando tu número de cuenta…». Reconocen que en su caso tendrían un poco de «reparo» al principio aunque luego quizá se acostumbrarían, pero saben que «para los jóvenes no sería nada raro que lo empezaran a hacer». «Estaríamos conformes con ello aunque al final por cuatro terminamos pagando todos», zanjan.