Desde hace días mensajes e ilustraciones decoran uno de los tocones del parque, en protesta por la falta de cuidados a la vegetación; «sería más fácil mantenerlos que cortarlos; no andamos sobrados de ‘verde’ en Gijón», claman los vecinos
Para quienes estos días cruzan la plazuela de San Miguel en cualquiera de sus cuatro direcciones, bien de forma habitual, bien con carácter fortuito, resulta imposible no desviar la mirada o incluso, los pasos hacia cierto tocón de castaño ubicado en el cuadrante suroeste del céntrico parque, a mano izquierda del acceso desde la calle Celestino Junquera, casi en la horizontal del monumento dedicado a Evaristo Fernández San Miguel. Y no porque ese muñón vegetal tenga algo de especial por sí solo; a fin de cuentas, pocos detalles lo diferencian de los otros que se pueden encontrar en distintos puntos de Gijón. No, no… Lo que sorprende a los viandantes es su decoración. Un conjunto de mensajes fúnebres escritos, algunos de ellos enmarcados a modo de lápidas, aderezados con dibujos, esquemas y gráficos, y que, pese a lo variado de su contenido, señalan todos en una misma dirección: denunciar la campaña de tala realizada por el Empresa Municipal de Servicios de Medio Ambiente Urbano (EMULSA), consecuencia directa de la falta de mantenimiento que la flora del lugar ha sufrido desde hace demasiado tiempo. Al menos, así lo entienden los autores anónimos de esta curiosa iniciativa reivindicativa. Y su mensaje, acertado o no, está calando entre vecinos y visitantes.
«Castaño de Indias (Aesculus hippocastanum); lo mataron en Gijón, plazuela de San Miguel, el 3 de septiembre de 2024» es el texto que, a modo de epitafio digno de la víctima de un fusilamiento arbitrario, sirve de inicio a una retahíla de mensajes que ha captado a más defensores que detractores. Al fin y al cabo, a pocos escapa tanto el carácter protegido del jardín histórico de la plazuela, como la imperiosa necesidad de repoblar de vegetación cuantos más rincones del planeta y de la ciudad, mejor. De ello dan fe mensajes como «Lo disfrazan de ‘políticas de renaturalización’, ‘seguridad ciudadana’, enfermedad, vejez, falta de valor… Pero es ignorancia«; un muy sentido «Ni diez árboles jóvenes podrían hacer lo que tú hacías con tus casi cien años«, en referencia directa al castaño cercenado en cuestión, caído a principios de septiembre por su deterioro y por el sobrepeso de su follaje, o el tajante «Los refugios climáticos se cuidan, no se destruyen«. Eso, por no hablar de las peticiones de los informes que avalen el estado de enfermedad de los ejemplares cortados, y de los gráficos ilustrados que explican al detalle de qué modo el arbolado juega un papel capital en la limpieza del aire y la preservación de los ecosistemas. En fin, una bofetada de conciencia en toda regla, que muchos entienden como propia… Y que está sirviendo de abono a opiniones consecuentes con ella.
«Es algo que no cabe en la cabeza; con lo fácil que sería mantener los árboles, en lugar de cortarlos cuando ya no hay remedio…», se lamenta Mikel Martínez. Aunque residente en Oviedo, hace diecisiete años que este ingeniero informático pasa la mayoría de las horas del día en Gijón, donde ejerce su profesión. Y la de San Miguel es una de las etapas del camino que hace todos los días desde la estación de autobuses hasta su puesto de trabajo. «Mires a donde mires, Gijón no anda sobrada de ‘verde’, que digamos; y, encima, ahora despojan al parque de esto. Es absurdo… Por no decir otra cosa», enfatiza. A pocos metros de él, absorta en la decoración desplegada sobre el tocón, la gijonesa Manuela Villamil se muestra un poco más comedida, aunque comparte el mensaje de Martínez. «En Gijón hacen falta más parques, aunque haya pocos niños; se está perdiendo el hábito de reunirse en exteriores, y creo que, si contásemos con más equipamientos así, y bien cuidados, esa tendencia cambiaría», reflexiona, sin quitar el ojo de unos mensajes que, admite, «llaman la atención; está muy bien pensado, si lo que se pretende era remover conciencias«. Un parecer compartido por la joven Andrea Lourido, medioambientalista confesa que, no obstante, reconoce que lo de la plazuela «duele, y no sólo por esa conciencia; es que es un lugar protegido y bonito, y es triste ver que las Administraciones pueden mutilarlo con impunidad, sólo dejando que las plantas se pudran para tener una excusa. Es inmoral».