Tiene que ser motivo de orgullo para Gijón y los gijoneses, porque cada vez más personas eligen nuestra ciudad para pasar sus vacaciones. Y además, desmonta el tópico del turista rácano, que compra fiambres y agua en los supermercados y raciona su comida para varios días
A los que tuvieron la gentileza de leer mi anterior artículo les prometí que, después de desmitificar los aspectos negativos que conlleva el turismo, esta vez les hablaría de por qué debemos apreciar a los viajeros que, por las razones que sean, llegan cada vez más a Gijón. Esto se puede dividir en tres apartados: estadística, meteorología y -no menos importante- genética-.
Empecemos por las cifras, que son espectaculares. Según el informe presentado por Ángela Pumariega, vicealcaldesa y concejal de Economía, Empleo, Turismo e Innovación del Ayuntamiento de Gijón, en 2023 visitaron nuestra ciudad más de un millón y medio de personas (exactamente 1.643.000) conforme a los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística. Cada uno de estos viajeros aportaron a nuestras arcas casi 350 euros por persona (327,42 €), que dieron trabajo a más de 10.000 personas (10.694 hombres y mujeres). Repito, son datos del Instituto Nacional de Estadística, una de las instituciones más fiables en España. (Otras no lo son tanto). Esto tiene que ser motivo de orgullo para Gijón y los gijoneses, porque cada vez más personas eligen nuestra ciudad para pasar sus vacaciones. Y además, desmonta el tópico del turista rácano, que compra fiambres y agua en los supermercados y raciona su comida para varios días.
Pero si las cifras de 2023 son buenas, los datos provisionales de este año apuntan mucho más alto: Durante el primer semestre de 2024, el número de viajeros aumentó a casi 850.000 personas (849.158 exactamente) con un incremento del 18,4%. Reconozco que, al leer estas cifras, me he quedado muy sorprendido, pero confirma lo que, a pie de calle madrileña, venía observando. Verán; hace 10 o 15 años, cuando querías animar a la gente a que viniera a Gijón, su respuesta era más o menos: “Sí, ya sé que tu tierra es preciosa, pero si tengo una semana de vacaciones y llueve tres o cuatro días, mi familia me cuelga”. Eso ha cambiado tan radicalmente que ahora son los de la meseta que, cuando te ven, dicen: “¡Oye, qué maravilla Gijón! ¡Qué playas, que tiempo más bueno!” “¿Pero no os llovió?” “Ah sí, dos días; ¡Qué gozada el orbayu! Oye, no sabes cómo nos gustó bañarnos en el mar con lluvia! ¿Lo que es bañarte, salir del agua, secarte con una toalla e ir a comer a… (elijan aquí uno de sus restaurantes favoritos)? ¿Sabías que se está igual de bien fuera que dentro del mar?” Claro, uno, que es playu de Bajovilla, alucinaba como si le hubieran contado que han descubierto un nuevo planeta: “Estos no son de Madrid. Son extraterrestres que han venido a Gijón para descubrir que ir a la playa con lluvia en verano ye lo más prestosu que hay”.
Pero luego reflexioné un poco y revisé algunas cifras: En 2023 hubo siete olas de calor y dos episodios de altas temperaturas, ninguno de ellos en Asturias. Y en lo que llevamos de 2024 se han batido 114 récords de calor. Lo que corrobora las sensaciones que tenemos los que vivimos del Huerna (o de Pajares) hacia abajo: los veranos han pasado de muy calurosos a casi insoportables. En la zona que vivo, los días más tórridos han llegado a 40º a la sombra. Y eso que estoy en la sierra; en cualquier ciudad medianamente grande tienes que salir de casa con un pulverizador de agua (de hecho, hay terrazas que ya los tienen instalados) y ducharte con agua templada antes de dormir. Yo no llego a eso… porque tengo un ventilador a dos o tres centímetros de la cama.
Por eso, amigos gijoneses, lo que nos están pidiendo nuestros compatriotas es ASILO CLIMÁTICO. Así, con mayúsculas. Además, supongo que saben -y si no, para eso estamos- que en muchos municipios de Levante o Andalucía hay que madrugar para comprar garrafas de agua; A las 8 de la mañana hay colas en los supermercados, porque es probable que a las 10 no quede ni una. Claro que hay grifos, pero lo que sale de ahí es poco apetecible.
No quiero hoy dejar de hablar de genética: en el ADN de los gijoneses (y de los asturianos en general) están grabados los principales rasgos de nuestro carácter: acogedores, cordiales y muy, muy orgullosos de nuestra tierra. A la gente les sorprende mucho una situación que se repite con frecuencia. Y te la cuentan: “Oye, Bernardo, ¿Sabes lo que nos pasó? Estábamos en un chigre y los que estaban al lado se fijaron en nuestro acento de foráneos: Y uno de ellos se acercó y nos preguntó: “¿De dónde son? ¿Han probado la sidra? La que lleva gas no, la de paisano. ¿Qué no la conocen? Tan invitaos. ¡Pepe, pon una botellina a estos chavales!” “Oye, ¡Qué rica estaba! Luego pagamos nosotros una ronda y salimos ‘contentos’ del bar, aunque ellos seguían bebiendo como si fuera agua”. ¿Ye verdá o no? (Esto da pie a un estudio detallado del “Síndrome de Don Pelayo”, del que les hablaré algún día si quieren).
Porque los gijoneses tenemos una debilidad: que hablen bien de nuestra tierra nos pone extraordinariamente contentos. Tanto es así que, cuando escucho a un conocido hablar bien de Gijón -y me pasa cada vez más-, a medida que van subiendo los halagos acabo diciendo: “Oye, no sigas, que al final voy a acabar pidiéndote que te cases conmigo”. A todo esto mi pareja, Yolanda, a mi lado, se cogía un mosqueo más que curioso; ahora ya no, porque va entendiendo la coña marinera propia de la ciudad, esa por la que a la escultura gijonesa por antonomasia, la de Chillida, la hayamos llamado “El váter de King Kong”. Y así ha quedado.
Sé que me dejo varios temas, como la estrategia de promoción turística planificada por Visita Gijón/Xixón, que dirige Daniel Martínez Junquera, la desestacionalización del turismo, las despedidas de soltero o la gestión de los apartamentos de alquiler vacacional, entre otros. Hablaremos de ellos cuando ustedes quieran. Si me han leído hasta aquí, muchas gracias. Les espero.