«Una alta funcionaria del Ministerio de Transportes me hizo una radiografía escueta y precisa del problema: “Esto lo ha fastidiado todo el Gobierno con su plan de billetes regalados para unos a costa de que los pague el resto”»
No hay tren en el mundo sobre el que más se haya escrito que el Transiberiano. Una línea férrea que une la Rusia europea con las orillas del Pacífico. Casi 10.000 kilómetros de vía entre Moscú y Vladivostok cuyo recorrido atraviesa mayormente la helada estepa siberiana. Cuando nieva fuerte, la vía del Transiberiano queda bloqueada. No muy diferente a lo que ocurre todos los inviernos con las vías de montaña que unen Asturias a la Meseta.
No es esa la única similitud que comparte ese Transiberiano con nuestro ‘Transasturiano’ particular. La construcción del primero comenzó en 1891 por orden del Zar Alejandro III y se inauguró, como gran epopeya tecnológica de la Rusia zarista, en 1904. Echen cuentas: quince años. Ya son cuatro menos que los diecinueve que tardó en estar operativa la variante de Pajares. Una carrera que nos ganaron los rusos ya hace más de un siglo.
Del Transiberiano se ha escrito muchísimo. Novelas, películas y hasta poemas. Pero nuestro ‘Transasturiano’ le va a la zaga. La colección de anécdotas, episodios indignantes y disgustos que acumula ya el AVE asturiano, en sólo un año de vida, da para una antología.
Una de las cosas que caracterizan a los periodistas es nuestro imán para recibir todo tipo de denuncias de la gente que nos rodea. Desde un problema de atención hospitalaria hasta una compañía telefónica que se sobrepasa con sus facturas. “Esto tienes que contarlo” o “ponlo en el periódico” son algunas de las frases que escucha habitualmente cualquier periodista de su tía, su suegro o el amigo de su primo al que le chafaron unas vacaciones de ensueño por culpa de una aerolínea. Al periodista de turno sólo le queda escuchar pacientemente el desahogo y responder con un lacónico “a ver qué se puede hacer”. De poco serviría explicar que las páginas de un periódico no están ahí para denuncias personales, más allá de algunos casos singulares.
Pero créanme cuando les digo que en este escaso año han sido decenas, y no exagero, las personas que han acudido a mí con sus quejas sobre Renfe y el ‘Transasturiano’. Billetes comprados que nunca llegan al viajero y que los empleados son incapaces de localizar, trenes que llegan con grandes retrasos que ya no son merecedores de reembolso alguno -gracias, Óscar Puente-, convoyes parados en mitad de la nada sin luz ni aire
acondicionado, bebés que pagan tarifa pese a que deberían viajar gratis. Y cómo no hablar de los precios disparados. “Tardas un poco menos que en coche y vas descansando, pero dudo que merezca la pena por el precio”, me decía un buen amigo en una de las últimas quejas que recibí, que escribía mientras su mujer quedaba atrapada en un AVE que no quería pasar de León.
La ventaja que tiene la profesión es que en ocasiones sí permite a uno indagar en el origen del problema. Y hacerlo de primera mano. Hace unas semanas, conversando con una alta funcionaria del Ministerio de Transportes -imagínense como tendrá los oídos de estas historias-, me hizo una radiografía escueta y precisa del problema de los precios y la escasez de billetes: “Esto lo ha fastidiado todo el Gobierno con su plan de billetes regalados para unos a costa de que los pague el resto”. No fue “fastidiado” la palabra que usó, pero se lo imaginan también. Sólo nos queda seguir disfrutando de nuestro ‘Transasturiano’.