«Una frase se puede hacer viral en un instante; un insulto, en algo alentado; un desprecio, en una respuesta coral de personas que se consideran ajenas a la culpa, pues solo aplauden y ríen las gracias»
La semana pasada, en La Sexta, un nuevo programa copó miles de comentarios en los medios de comunicación y redes sociales. ‘Conspiranoicos‘, capitaneado por Jokin Castellón, destapaba las vergüenzas de las personas dedicadas a generar opinión a través del insulto, de los mensajes de odio, de las mentiras.
Los bulos, las noticias falsas, son una amenaza para la sociedad. Parece mentira como, en la era de la información, vivimos bajo la desinformación. Una frase se puede hacer viral en un instante; un insulto, en algo alentado; un desprecio, en una respuesta coral de personas que se consideran ajenas a la culpa, pues solo aplauden y ríen las gracias. A la velocidad de los flujos de desinformación, a los algoritmos que vuelan, a las redes asociales les gustan mucho esos mensajes que propagan el odio. Son como la gasolina ante el fuego. Ellas, las redes, tan imparciales, tan democratizadoras, facilitan la interacción, los ‘retuiteos’, los likes, haciendo que el dios algoritmo premie contenidos de odio e insultos, de bulos y falsedades. Ellas se relamen entre pulgares hacia arriba sabiendo que respondemos más rápido a lo que nos indigna, a lo que saca nuestros instintos primarios, que a aquello que nos aporta, que nos hace más racionales. No debemos pasar por alto la inteligencia de las redes sociales, observadoras de todo, jugadoras de datos y emociones. Disfrutan alimentando nuestro ego, construyendo, basándose en las pantallas, un yo de efímero brillo. Disfrutan y se enriquecen, y con ello hacen disfrutar a muchos y enriquecer a unos pocos.
Las personas que se basan en el odio, que sus mensajes están repletos de insultos, se vanaglorian de sus seguidores, likes e interactuaciones. Cuentan el número de ‘amigos’ que les pueden leer, relamiéndose en su pantalla, metiéndose en un callejón sin salida, convirtiéndose en una pescadilla que se muerde la cola, caminando en un laberinto sin luz ni vino tinto. Una vez entrado en la adrenalina superficial, no pueden bajar su nivel hormonal, ya que perderán lo que les enriquece: la sencillez de un like. Raro es que los mensajes de desprestigio y odio vayan con un razonamiento, con un argumento, con una idea desarrollada. Van con un ‘mamarracho’ que es más sencillo, van con un ‘vividor’, con una ‘ignorante’, pues es complejo desarrollar una opinión y es más rápido lograr los fáciles aplausos agarrado a un texto repleto de infamias. Para él, para ella, son más alentadores los comentarios rezumando odio que un argumento que permita la reflexión.
Lo dije una vez, y lo repito: estoy a favor de la discrepancia, no del insulto. No hay verdades universales, pero sí hay falsedades. Debemos luchar contra la mentira y el bulo en nuestra cercanía, en nuestra realidad. No debemos propagar los mensajes de odio, ni tampoco de noticias falsas, pues en cuanto el algoritmo cuenta el like, ya es tarde para la rectificación. Con el ‘Me gusta’ la llama se ha encendido, ayuda a las personas a reafirmar creencias, el algoritmo sonríe, la mentira está en marcha. En nuestras redes sociales hay personas, oradores del despropósito, cuyos muros están repletos de mentiras, y sus likes las disfrazan de veracidad. Hay personas, predicadores en púlpitos ficticios, cuya autoestima se construye con los ‘Me gusta’ recogidos con bocoyes de insultos. Acogiéndose a la libertad de expresión se lanzan despropósitos, como si la libertad, esa palabra tan manoseada, permitiera la agresión al prójimo. ¿Desde cuándo nos amparamos en los derechos de todos para eliminar los de otros?
Debemos ser prudentes en nuestra manera de interactuar en las redes, pues, sin saberlo, podemos estar ayudando a construir la visión de muchas personas sobre lo que digamos. Lo mismo ocurre con la interactuación de los mensajes. No tener la calma para la lectura y la corroboración de datos, no basarnos en la reflexión, puede conllevar que las mentiras, las calumnias, los bulos sean convertidos, entre todos y entre todas, en verdad. No nos damos cuenta, pero estamos ayudando a crecer a personas que se enriquecen con nuestros likes y se empequeñecen en el argumento. Estamos construyendo autoestimas fáciles en el efímero brillo de una pantalla, estamos generando sentimientos en donde la mentira no se castiga, sino que se retuitea. Estamos construyendo patrañas sin verdad.
El programa ‘Conspiranoicos’ es necesario, sumamente necesario. La televisión es el mayor canal de comunicación existente. Llega a la práctica totalidad de hogares de nuestro país y es altavoz de mensajes y opiniones. Que un trabajo de investigación, en horario de prime time, haya puesto de manifiesto, de manera tan clara, lo que muchas veces no vemos, es un paso muy importante para que abramos los ojos ante lo que está a nuestro alrededor. Está claro que para que los bulos y las personas que se nutren de ellos crezcan es porque se han hecho cosas mal, sin duda, pero la desilusión no debe permitirnos la pasividad. No podemos dejarnos llevar por la facilidad de la inmediatez ante noticias falsas, por los bulos que llenan de odio nuestros móviles. Debemos poner pie en pared para volver a la senda del raciocinio en donde la verdad impere. Una verdad que no es única, tiene matices, opiniones, puntos de vista diferentes, pero no es mentira, y si alguien considera que lo es, argumentémoslo. Tenemos gran cantidad de medios, grupos editoriales o independientes, para poder corroborar, poder confirmar lo leído. Dejarnos llevar por información no veraz, mensajes manipulados que tienen como finalidad engañar y falsear, empeora la convivencia. Mensajes fáciles, aunque los llenen de miles de palabras y de líneas con intereses personales, están condicionando nuestra sociedad de una manera inimaginable desde hace pocos años. Nuestra pasividad ante la información que recibimos permite dar pábulo a personajes que se enriquecen con canales y perfiles, personas que generan su autoconcepto con un pulgar hacia arriba.
Uno de los derechos fundamentales de cualquier democracia es la libertad de expresión. Nuestra Constitución lo tiene recogido en el Artículo 20 de la misma. La Agencia de una Unión Europea para los Derechos Fundamentales, en su Artículo 11, también defiende un pilar garantista de derechos: “Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber injerencia de autoridades públicas y sin consideración de fronteras”. Con estas dos normativas que amparan la libertad de opinar, pero también el derecho a recibir informaciones sin intereses particulares, se deberían mover las noticias que nos llegan. Pero no es así. A veces, los mensajes de falsedades e insultos se amparan en esa libertad de expresión, omitiendo el Artículo 18 de la Constitución Española que garantiza el derecho al honor. La jurisprudencia ya ha fallado en multitud de ocasiones por mensajes que traspasaban la opinión para situarla en el menosprecio o ataques a la dignidad. Hacerlo, atentar al honor, es delito sancionado en el ámbito civil. Sin embargo, el otro aspecto del que estamos hablando, la generación de noticias falsas, no tiene en nuestro país protección legal pues, ahora mismo, no está tipificado la infracción por la construcción de bulos, no ha habido sentencias condenatorias por difundir noticias repletas de mentiras.
Quiero terminar estas líneas recordando la genialidad de Jokin Castellón al señalar su pulsera arco iris. Si la imagen debe tener la fuerza de todo un mensaje, el señalamiento del presentador hacia su orientación sexual consiguió, sin una palabra, eliminar las miles de sandeces realizadas durante semanas en diferentes grupos, chats, redes. Aunque para mí le haya sobrado la peineta… Pura magia.