Nunca pensé que me vería yo defendiendo la presunción de inocencia de un personaje político tan funesto y tóxico como Íñigo Errejón
Un tsunami feminista está azotando el ala oeste de nuestra izquierda política. Nuestro me too patrio acaba de empezar y ya se ha cobrado su primera presa: Iñigo Errejón, el perfecto aliade, ha sido fulminado políticamente y cancelado civilmente.
La actualidad ha sido eclipsada por el “escándalo Errejón” y las sucesivas comparecencias de los diferentes partidos, a cada cual más hiperbólica, nos presentan al ya expolítico (líder de Sumar, otrora líder de Más Madrid, Más País y cofundador de Podemos) como un desviado sexual, con conductas propias de un peligroso depredador, cuyas prácticas lascivas eran un secreto a voces silenciado por años en los círculos de izquierdas.
Ante este turbio e inquietante panorama, más allá del clickbait, si profundizamos en las denuncias y testimonios anónimos existentes hasta la fecha, lo que en principio parecía ser un agresor sexual reincidente, en realidad se aproximaría más a un Christian Grey versión AliExpress, cuyas dotes de conquista poco diestras darían más cringe que miedo.
Nunca pensé que me vería yo defendiendo la presunción de inocencia de un personaje político tan funesto y tóxico como Íñigo Errejón, pero hasta un individuo hipócritamente tan despreciable como él se merece un juicio justo, incluso cuando ha sido él uno de los principales impulsores y responsables, a través de este nuevo feminismo, de socavar la presunción de inocencia del varón y elevar a categoría de violencia machista cualquier tipo de interacción que intente llevar a cabo un hombre si esta finalmente le resulta desagradable a la mujer. Lo que antes las mujeres de armas tomar zanjaban con un bofetón dialéctico, cuando no físico, ahora termina en procedimientos penales con un alto coste personal y anímico para ambas partes.
Este victimismo feminista no me resulta ningún avance para las mujeres, y en este vodevil político, de haber alguna víctima, en todo caso sería Iñigo Errejón, en tanto no exista una sentencia judicial condenatoria. Quizás en su momento se merecía ese bofetón de manos de una fémina, pero no este nivel de escarnio público, aunque sea el final propio de un comunista revolucionario que es destruido por su propia ideología.
No es que me cause pena alguna el individuo, pues incluso en la consideración de víctima sigue siendo un elemento profundamente dañino para la política española, en tanto que su caso sienta un precedente muy peligroso y a su vez sirve de distracción para desplazar de la primera línea los escándalos de corrupción que asedian al gobierno de Pedro Sánchez.
Lo que sí que me causa una profunda desazón y tristeza como abogada, en mi peregrinar por los juzgados de Asturias, es la indefensión a la que se ven sometidos los denunciados en los procedimientos de violencia de género por el hecho de ser hombres, siendo una obligación moral de todos no callar ante los dislates legislativos de esta izquierda delirante que ha condenado a toda una generación de hombres y mujeres al miedo y recelo mutuos por puros intereses políticos, desprotegiendo a las mujeres frente a los verdaderos agresores y generando hombres víctimas de esta distopía feminista.
Vaya articulo en el que no se dice absolutamente nada, que defiende el juicio justo cuando ya lo tiene acusado de los siete males. Rezuma odio y satisfacción por la caida del contrario pero es que además no se aporta ninguna prueba de todos los calificativos que le apropia y que no vienen al caso, falacia de autoridad incluida.
Una maravilla de articulista, cuando deje la abogacía podría sustituir perfectamente a Anarosa.