La Fundación lo ha vuelto a lograr. Como cada año, como cada edición, llena de cultura, de investigación, de ciencia, de deporte, de conciencia social cada rincón de nuestro verde triángulo con esa visión en donde los premios salen de Oviedo, para ser de toda una comunidad autónoma
Asturias es pequeña en número de habitantes, solo por delante de Cantabria, Navarra, La Rioja y las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. La novena Comunidad en superficie, ocupando el 2,13% del territorio nacional, muy lejos de Andalucía o Castilla y León. Sin embargo, los asturianos, las asturianas somos grandes en muchas cosas. Nuestro carácter: orgulloso, anclado a la raíz, noble, tradicional, inconformista, rebelde, está ligado a una forma de ver la vida acorde a nuestra geografía de contrastes y a nuestra historia. Una orografía agreste, un clima de poca luz y mucha agua, un amor y lucha con mina y el mimo hacia el campo, la industria de la siderurgia y la belleza de la mar forjaron hombres y mujeres en el ayer y crearon la sociedad el hoy. Nuestra manera de entender las relaciones: construidas poco a poco, sinceras, francas, cercanas, está muy ligada a las tareas en donde la agricultura, la ganadería, la minería, la pesca, la industria daban lugar no solo a un movimiento sindical muy presente en la vida de la región sino también a la forma de relacionarse con el resto de personas de las que, a veces, dependía tu vida, como es el caso de la mar o de la mina.
Todo esto viene debido a la semana, quince días, que Asturias ha disfrutado de los Premios Princesa y de las personas galardonadas. Es difícil que una comunidad de poco más de un millón de personas y diez mil seiscientos kilómetros cuadrados de superficie, batalle en prestigio con los Nobel de todo un país, pero lo hacemos. Lo hacemos entre, a veces, la crítica y el orgullo. Porque el asturiano es así, crítico y orgulloso al mismo tiempo. Debemos valorar lo que ocurre cada semana de finales de octubre como un privilegio, como una fortuna construida con los años de trabajo de una Fundación incansable y un equipo de personas que la forman ilusionados en su labor. Un equipo inconformista, rebelde, que busca cada año inventar y reinventarse acorde a la importancia de los galardones y a la responsabilidad que tienen como institución que, en ese momento y muchos otros, representan a nuestra comunidad autónoma dentro y fuera de este poco más del dos por ciento de todo el territorio nacional. Un equipo basado en una relación creada a través de la franqueza y el compromiso con lo que hacen y con quienes lo hacen. Un reflejo de lo que somos como comunidad autónoma y sociedad. Trabajadoras, orgullosos, rebeldes, inconformistas, críticos, asturianos, asturianas.
La Fundación lo ha vuelto a lograr. Como cada año, como cada edición, llena de cultura, de investigación, de ciencia, de deporte, de conciencia social cada rincón de nuestro verde triángulo con esa visión en donde los premios salen de Oviedo, para ser de toda una comunidad autónoma. Unos premios que llenan de orgullo nuestra Asturias. Debemos dar las gracias al equipo: patronos, presidenta, directora, trabajadores y trabajadoras de la casa, porque hacen posible la magia, hacen posible que el brillo se paladeé desde Castropol a Ribadedeva, hacen posibles los Premios. Tuve la suerte de acompañar en ese caminar varios años, no dentro de la Fundación, pero sí cerca de ellos, y siempre me maravilló la pasión y el empuje que ponen en cada planteamiento, en cada nueva idea, en cada acto. Invaden el corazón de quien está a su lado, llevándote a la misma manera de sentir, a las mismas ganas de arriesgar con la responsabilidad de formar parte en la construcción de un evento mundial.
Hay muchas cosas que quedarán en el recuerdo de la edición de este año, pero me quedo con dos discursos realizados en el Campoamor: las palabras de Marjane Satrapi y Joan Manuel Serrat. Los dos hacen un grito contra la sociedad y al mismo tiempo a favor de ella. Una sociedad construida poco a poco, día a día, año tras año por cada uno y cada una de nosotras. Parece mentira como en un mundo cada vez más egoísta, más individualizado, no nos queremos dar cuenta que la sociedad es la que permite el crecimiento de cada una las partes que la forman. La ciudadanía sin ciudadanos y ciudadanas no existe, pero son estos últimos los que tampoco pueden vivir sin la estructura que les ampara y protege. La ciudadanía nos hace ciudadanos y nos permite crecer en su cuna. Sin ella, tan solo nos podremos encontrar en el más solitario de los vacíos.
Las palabras de los dos premiados hacen un llamamiento a la sociedad, a la fuerza de la misma, al cuidado de la misma, al respeto hacia cada uno de los que configuramos esta amalgama de seres iguales por derecho. Si seguimos mirando al otro como alguien que llega, como un rival como un ajeno, siendo un igual, poco podremos hacer para construir escalones que nos permitan llegar al crecimiento. Si seguimos mirando hacia nuestro pecho, sin ponernos en los ojos de a quien miramos, si seguimos colocando por delante el “yo” al “nosotros”, poco podremos hacer para evitar la barbarie, las guerras, el abuso de poder. Si seguimos creyendo que somos más que, mejores que, sin entrar en una reflexión de las realidades que rodean, en el pasado y en el presente, al juzgado, poca capacidad de empatía tenemos en este mundo de egoísmos y de competitividad. Si ponemos un precio, un valor material a todo lo que vemos y realizamos, poco podremos disfrutar y valorar lo realmente humano.
Serrat, Satrapi tienen la enorme capacidad de transmitirlo con la sencillez de la genialidad y la contundencia de la rebeldía. Fueron ellos los que hicieron tragar saliva en el Campoamor, no a los y las invitadas, sino a cada uno de nosotros y nosotras que hemos visto reflejada en sus palabras la sociedad del hoy. Una sociedad manejada por el mercado, por un capital despiadado, por el poder económico, sin darnos cuenta que los valores, la humanidad, el cuidado propio y del otro, es la única manera de avanzar para construir una sociedad mejor.
La semana pasada, días antes de la entrega de galardones en el Teatro Campoamor, un pequeño colegio de un barrio obrero gijonés, el Colegio Público Pumarín, a través de su claustro de profesorado, instó al Consejo Escolar del Principado de Asturias a presentar la candidatura al Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2025 a los maestros y maestras de aula del mundo. Son ellos, son ellas, los hombres y mujeres que con una tiza pueden cambiar la sociedad siempre de la mano de su alumnado. Son las personas que tienen la responsabilidad de seguir luchando para contrarrestar la facilidad del ahora, del yo, del mí. Son ellos y ellas las que pueden cambiar el rumbo de una sociedad en donde la humanidad está intentando ser tapada por el capital desenfrenado. Son ellas y ellos los que deben ayudar a transmitir las banderas de los derechos y los valores. Y lo hacen, vaya si lo hacen. En cada rincón del mundo.