En esta última entrevista, envueltos en un espacio único, creado a capricho, el propio protagonista nos habla de otro de sus sueños cumplido y de los muchos que le quedan por realizar junto con su inseparable compañera Pili Matos y su hija Brenda
Incluso llamándolo por su nombre de pila, Javier Egocheaga, sabemos rápidamente de quién estamos hablando, de Javi Savoy. Hoy respira relajado porque ha quemado una etapa de su vida, un sueño que no solo tenía pentagramas roqueros, sino también una nutrida carta gastronómica para degustar mientras se escuchaba buena, buenísima música en familia.
En esta última entrevista, envueltos en un espacio único, creado a capricho, el propio protagonista nos habla de otro de sus sueños cumplido y de los muchos que le quedan por realizar junto con su inseparable compañera Pili Matos y su hija Brenda, metida esta de lleno en el mundo del rock and roll, con el que se ha criado y que, además, le gusta a rabiar.
Aquí estamos despidiéndonos de este local.
Sí, aunque esperemos seguir dando razones por las que juntarnos a hablar.
¿Por qué este adiós a este Savoy de la calle Covadonga?
¡Bueno, este viaje ha durado once años! Era el derivado del Savoy 2 de la calle Pelayo, donde disfrutamos de tantísimos conciertos y de tanta fiesta.
Pero quería más.
Todavía tenía la ambición de hacer realidad el sueño completo, un lugar para juntar lo diurno y lo nocturno y donde sentarse a comer, bailar y, sobre todo, en el que pudieran acudir familias con los niños, con los abuelos.
Un espacio completo.
Lo conseguí, lo que pasa es que ¡claro! desgasta muchísimo el querer poder estar a todas las horas…
«Antes de la epidemia teníamos cocina desde las doce de la mañana a las doce de la noche, todos los días y con veinte personas de personal, contando cocina»
Organizar conciertos.
Con esa lección ya aprobada abrimos aquí, pero tuve que aprender a tener un restaurante. Llegamos a contar con cinco personas en la cocina.
El covid lo cambió todo.
Pues antes de la epidemia teníamos cocina desde las doce de la mañana a las doce de la noche, todos los días y con veinte personas de personal, contando cocina, así que la epidemia fue un shock.
Ya, para su sector fue…
Demoledor, por la incertidumbre del futuro y, sobre todo, por la certeza de que las cosas iban a ir en otras direcciones.
Y así es.
Ahora no hay que empujar a la gente para marchar. Ahora una noche de sábado termina a las tres y media, cuando antes a las cinco de la mañana había que empujarlos a salir, como quien dice.
Cambiaron los hábitos.
Ese público potencial que era el que salía mientras acababan los estudios y encontraban un trabajo… fundaban una familia… no sé… ese público cambió de hábitos y de noche salen como mucho el viernes y el sábado. Además, está mi edad.
¡Bueno! Usted es joven todavía.
Pero te miras un día en el espejo y ¡jolín, cumpliste sesenta!
Mire el lado bueno. Ya puede hacer la tarjeta dorada de Renfe.
(Se ríe) Es que ya no soy un niño y cuando el año pasado cumplí los cincuenta y nueve pensé: “Cuando cumpla los sesenta tengo que afrontar aceptarlos con muchísimo menos en la maleta”.
«Tengo a la niña de mis ojos que es el Savoy de Dindurra, donde ya estoy llevando recuerdos y donde podré seguir charlando con la gente…»
Con menos responsabilidad.
Menos familias a mi cargo y poder vivir un poco más tranquilo. Además, ya sabe, tengo a la niña de mis ojos que es el Savoy de Dindurra, donde ya estoy llevando recuerdos y donde podré seguir charlando con la gente…
Pero mucho más relajado. Lo entiendo perfectamente.
Y sin organizar un festival durante todo el año, porque la gente organiza festivales, pero de una semana. Nosotros estamos en ello los trescientos sesenta y cinco días, porque aquí mínimo había conciertos cuatro días a la semana y sin pagar entrada, así que había que buscar gente interesante siempre.
¿Va a llevar a alguien de aquí con usted al otro local?
Sí, sí, me quedo con la persona que más tiempo lleva conmigo, con Esteban, que, por cierto, cumplimos años el mismo día, el 28 de septiembre, y seguramente que acabaremos nuestros días laborales juntos. Además, estará el otro chico que lleva también mucho tiempo conmigo.
Después de explicar todas estas razones, ¿qué les diría a todos aquellos que se echaron las manos a la cabeza cuando se enteraron de que cerraba este local?
Nosotros de alguna manera ejercemos como si estuviéramos en urgencias, que está siempre abierto, y que cuando se acuerdan dicen: ¡ah vamos al Savoy! Y ya le digo, mis razones no son económicas porque ya conseguí mi sueño, el tener un espacio completo y, sobre todo, con música en directo.
«Mis razones no son económicas porque ya conseguí mi sueño, el tener un espacio completo y, sobre todo, con música en directo»
Yo creo que seguirá organizando cosas, Javi.
Sí, seguro que sí, pero sin tener ese compromiso semanal.
Y además con continuidad porque su hija Brenda, que se sube siempre a cantar, tiene mucho carácter roquero.
Lo lleva en el ADN, sí.
¿Y usted?
Bueno, yo llevo veinte años tocando con los Paramétricos, el grupo que fundé después de Lucas y los Patosos, y ayer hicimos un buen pase nosotros y muchos grupos más, que despidieron el local.
¿Qué piensan esos grupos de no volver a tocar más aquí?
La mayor parte de los músicos de Asturias no viven de ella, exceptuando dos o tres. Es cierto que les va a faltar un sitio donde tocar y yo espero que en alguno de los locales que quedan en Gijón, por ejemplo, en el Tizón, se siga escuchando música en directo. Y mire, el rock siempre sobrevive, aunque sea una cuestión de minorías.
«El rock siempre sobrevive, aunque sea una cuestión de minorías»
Hablaba yo con algunos de los entrevistados de este último año que los jóvenes, aquí en Gijón, no tienen donde ir, no hay discotecas.
Tienen otra forma de quedar y no salen todos los días; para ellos no es religión y para nosotros lo era.
Hay móviles.
Eso es, se sienten conectados por los medios, tienen esa sensación de estar en conversación perpetua… antes, para acabar teniendo una relación había que cortejar, lo que era quedar para salir, bailar, no sé…
¡Uy! Es un auténtico roquero, y muy antiguo ¡eh!
Soy romántico, una especie, por cierto, en extinción (se ríe) porque para encontrar ahora roqueros de menos de treinta años… está difícil, pero hay esperanza.
Siempre la habrá. En el caso que nos afecta a los gijoneses, la esperanza nuestra ahora cambia de la calle Covadonga a Dindurra.
Allí la espero, al igual que a todos mis clientes.
Menos mal que no es un hasta siempre.