Por Urbano Rubio Arconada
En un país del primer mundo los daños habrían sido mucho menores y los cadáveres hubieran sido rescatados el primer día; aquí al quinto día se anuncian medidas
Las inundaciones repentinas y mortales destruyeron puentes y cubrieron pueblos de barro arrasando todo a su paso y dejándolos sin, agua, alimentos ni electricidad. Los “tragacionistas” climáticos asumen que el fatal desenlace en Valencia es debido a los nefastos efectos del “cambio climático” producido por el ser humano. Si así fuera, lo que tendrían que hacer de urgencia es manifestarse ininterrumpidamente delante de la embajada China que contamina -por si sola- la mitad de lo que lo hace el resto del planeta, y no culpar a los pobres desindustrializados españolitos que contaminan la mitad del uno por ciento.
Los “negacionistas” del “evangelio verde” creemos que la tragedia es debido a un factor de ciclo natural de “gota fría” que periódicamente se repite y a graves errores de gobernanza que concluyeron en calamitosas consecuencias. La naturaleza hay que dominarla, y así lo aprendimos desde la civilización romana previniendo con infraestructuras para controlar las tormentas. Se tiene noticias de desastres similares en el Levante desde siglos anteriores. En otoño del 1957 ocurrió otra catástrofe que dejo a la ciudad valencia anegada: 630 litros por metro cuadrado y dos millones de toneladas de fango. Un desenlace fatídico, lo que promovió a las autoridades de entonces, la construcción del desvió del antiguo cauce de río Turia que cruzaba por mitad de la capital valenciana, así como la construcción de embalses en el río Jugar que conformaron el “Plan Sur”. Valencianos de la zona más afectada, me indican que de no ser por el monumental canal que reconduce el río Turia, las desgracias se contarían por decenas de millares. El milagro se produjo gracias a la presa de la Forata, con una capacidad máxima de 37 hectómetros cúbicos que fue capaz de frenar y de contener el monstruoso tsunami de agua que entraba entre 900 mil y 2.200 mil litros de lluvia por segundo y que almacenó 20 hectómetros cúbicos en sólo tres horas.
Si la vetusta Forata cedía, la hecatombe hubiese sido apocalíptica. Mientras, en estos últimos cincuenta años de presunta “prosperidad” y “tecnología” ¿qué se ha hecho, que obra hidráulica se llevo a cabo para mejorar la seguridad precautoria para minimizar daños del “dios de la lluvia”? El daño está hecho y los errores que realmente provocaron el caos son abundantes. El primero es haber llevado a cabo al dedillo las leyes naturalistas aprobadas por socialistas y populares en la cámara europea como la de derribar presas o la de no dragar los ríos con la excusa de promover “ríos libres” para el hábitat natural de subespecies. Las previsiones y las alertas fallaron estrepitosamente: no fue hasta cuando caían cien litros por metro cuadrado cuando las autoridades mancharon de rojo el mapa de Valencia, y hasta que chuzaba a quinientos cuando la población recibió la alarma en los móviles. Los radares meteorólogos estaban inoperativos hasta el mismo día de autos que se encendieron. A todo este esperpento se añade al derribo de azudes y otros parapetos, y por supuesto la prohibición de limpieza de cauces fluviales y muy especialmente del río torrentera Magro que lleva años lleno de tierra, rastrojos y basuras amontonadas siguiendo las órdenes de la “agenda verde” que no permite dragar, desbrozar y limpiar los cauces de los ríos con la excusa de “proteger los cauces naturales”. Así es que el río perdió su capacidad de desagüe (derrumbe de barrancos y desborde al albur de la Dana) convirtiéndose en arrasador para la población, la agricultura y las infraestructuras públicas y propiedades privadas. Una orden ecologista impuesta en todas las cuencas hidrográficas españolas y específicamente en la del Júcar, zona hoy arrasada por el agua.
Hablamos de una cuenca con más de mil kilómetros reconocidos de alto riesgo en la que siempre ha habido riadas devastadoras repetidas: una treintena en los últimos mil años. El fracaso de la gestión de las administraciones es obvio: las alarmas fallaron, la falta de inversión en infraestructuras preventivas, la ausencia de limpieza de los ríos, así como la tardanza de la orden a la intervención de las fuerzas armadas, mientras, los ciudadanos estaban abandonados con muertos, putrefacción, desesperación, saqueadores y “ratas”: un auténtico estado de guerra. En un país del primer mundo los daños habrían sido mucho menores y los cadáveres hubieran sido rescatados el primer día; aquí al quinto día se anuncian medidas: lamentable. La enseñanza a esta desgracia en la que cada vez hay más muertos, más dolor, más estulticia, es que, también cada vez aflora más gente buena, más pueblo, más nación.