Fundador en 1996 de la Sidrería Román, negocio vencedor, por segundo año, del Concurso ‘Explorando el pote perfecto’, este hostelero «de los de toda la vida» vive estos días rodeado de las felicitaciones de sus clientes… Y soñando con mejores tiempos para el sector
«Venga ya, Román… ¡Si Messi no se cansa de ganar! ¿Cómo te vas a cansar tú?«. Un risueño comensal, de palillo en mano y carcajada ágil, pronuncia la sentencia anterior desde una de las mesas de madera corrida que jalonan la zona bar de la Sidrería Román, situado en la céntrica calle gijonesa Marqués de Casa Valdés. El negocio, como el cliente en cuestión, emana un aire y un aroma conocido para los de la tierra, netamente asturiano, a serrín empapado en sidra, a pescados y mariscos del Cantábrico, a carnes frescas, a madera, a hogar… A chigre de los de siempre. Una expresión, «lo de siempre», que para su dueño y fundador, el aludido Román Gutiez tiene un valor especial. «El de siempre» es el concepto que impera en el establecimiento que lleva su nombre, y que fundó en 1996 tras varios años regentando un bar en La Providencia. «La de siempre» es la receta que su equipo, como él mismo, siguen para elaborar todos y cada uno de los platos de su carta, una isla de tradición en un océano de innovación culinaria. Y «el de siempre» es el pote que ofrecen a su legión de fieles. Y funciona. Es, de hecho, el mismo que este lunes era reconocido, por segundo año consecutivo, como vencedor del Concurso ‘Explorando el pote perfecto’, imponiéndose a las propuestas de locales de la talla del Hotel Silken ‘Ciudad Gijón’, o de Casa Consuelo. Un logro más en un extenso catálogo de méritos, y que ha vuelto a convertir a este restaurante en el mascarón de proa de uno de los iconos de la cocina asturiana.
«Aunque haya quien no se lo crea, esto me sigue emocionando; tantas felicitaciones, y tal…«, reconoce, humilde, Gutiez, en un aparte entre las exigencias del trabajo cotidiano, que no abandona ni a pesar del reciente triunfo, y la marea de enhorabuenas que le siguen cada vez que traspasa el umbral de su negocio. Y eso que podría haber quien creyese que debería estar inmunizado… Más allá de esos dos premios seguidos en la categoría del pote, este año también la Sidrería Román se ha alzado con el galardón al mejor compango del mundo, y en 2017 acarició el de mejor fabada, que no llegó a obtener, cierto es, pero por la mínima. En todos los casos el ‘secreto’, si es que se le puede llamar así, ha sido el mismo: un cuidado exquisito con la calidad de la materia prima, un seguimiento de las recetas de toda la vida, y una buena dosis de mimo. «No hay mucho más, la verdad. Por ejemplo, hay que elegir una buena alubia, que no se deshaga; la verdura que usamos el lunes es de un conocido mío de Villaviciosa, y estaba fresca, impresionante. Nada más, aparte de mucho cariño», detalla. La misma respuesta que, desde que se supiese su victoria, repite a cualquiera que se lo pregunta. Y no son pocos.
Pero, como apunta cierto dicho, «hay que tener cuidado con lo que se pide; quizá se consiga». Y Gutiez, felizmente consumidas ya sus dos oportunidades seguidas de optar al premio al mejor pote, deberá quedarse en el banquillo en la siguiente edición; mejor dicho, integrado en el jurado. Así lo establecen los estatutos de la competición, aunque al aludido no acaba de hacerle gracia. «Solamente el estar en la final ya es un premio grande; después compartes momentos con más compañeros durante la tarde, y eso, para mí, lo convierte en un día sensacional«, recuerda, afrontando el próximo desafío de valorar las creaciones de esos camaradas del sector hostelero como un reto que hay que encarar. Sin embargo, en su fuero interno también se mueve cierta sombra de amargura que, espera, pueda ser disipada gracias a recocimientos como este: el futuro que le augura al ámbito de la cocina tradicional asturiana. Tal como analiza, hoy por hoy «lo de la gastronomía está complicado, porque cada día hay menos gente para trabajar, y ahora todo viene precocinado; yo llevo tres años jubilado, pero aquí sigo porque, en el momento en que lo deje, este local va a morir«.
Por suerte, concluye Gutiez como nota optimista, «el cliente sí que lo valora; responde, y eso es, en gran medida, por esa apuesta que hacemos por la calidad y por lo de siempre. Porque, seamos francos… Una buena merluza a la cazuela… ¿Dónde la encuentras? No figura en ninguna parte… Casi».