«A partir de 1966 el Sporting se puso a la caza del jugador de origen español por media América, y se trajo a cuatro, todos ellos procedentes de Argentina (…). Ninguno llegó a disputar un solo minuto en partido oficial. Rotundo fracaso»
En el año 1962 los dirigentes del fútbol español acordaron cerrar las puertas a los jugadores extranjeros, y aquellos que tuvieran contratos vigentes deberían marcharse de sus clubes antes del 1 de julio de 1966. Durante siete años, hasta el verano de 1973, aquellos futbolistas foráneos no pudieron jugar en ninguna categoría de nuestro fútbol, excepción hecha, eso sí, de aquellos con orígenes españoles que pudieran ser seleccionables para el combinado nacional. El experimento fue un fracaso rotundo; falsificaciones de documentación, de pasaportes incluidos, y un escaso rendimiento deportivo hicieron que pronto se cerrara esta etapa nefasta de nuestro fútbol.
Así que el Sporting no fue menos, y a partir de 1966 se puso a la caza del jugador de origen español por media América, y se trajo a cuatro (no simultáneamente), todos ellos procedentes de Argentina. De los citados jugadores, todos con nacionalidad del mencionado país sudamericano, tres habían nacido en España (Alas, Esperante y Domínguez), un asturiano y dos gallegos, y uno oriundo, en sentido estricto, nacido en Buenos Aires, de padre pontevedrés y madre argentina (Lacrampe). El resultado fue idéntico en todos los casos: ninguno llegó a disputar un solo minuto en partido oficial. Rotundo fracaso.
El primero en llegar fue Leandro Alas, un defensa natural de Grandas de Salime que a los dos años se había marchado con su familia a Argentina. Allí, se formó junto con su hermano Julio, en la cantera del Boca Juniors, y llegó al Sporting procedente del filial “xeneize”. Las malas lenguas decían que, en realidad, el club pensaba que a quien habían fichado era a Julio, que llegó a disputar ocho partidos oficiales con el primer equipo del Boca y que tuvo una aceptable carrera en las dos principales categorías del fútbol español. Alas pasó sin pena ni gloria por el Sporting, donde lo más destacable que dejó para el recuerdo de los aficionados fue su afición por el ciclismo (se compró una carísima bicicleta Bianchi) y por los coches (adquirió un último modelo de Mercedes que quemó subiendo Pajares por dejar sin aceite su motor). En lo futbolístico, nada. Es cierto que vino con diecinueve años, pero ni su juventud sirvió para que el club viera la más mínima proyección, y sólo disputó tres partidos amistosos (el 14 de septiembre en Candás contra el equipo local, el 1 de noviembre de 1966 en Santiago contra el Compostela, y el 12 de abril de 1967 en El Molinón contra el Juventud Asturiana de Oviedo). Causó baja al acabar la temporada, ya con los veinte cumplidos, y regresó a Argentina. Tras dejar el fútbol con tan solo veintidós años, emigró a los Estados Unidos y se afincó en Miami, donde aún hoy reside.
El segundo en venir a probar suerte a Gijón fue Jorge Domínguez, un zaguero natural de la población coruñesa de Sardiñeiro que había emigrado a Argentina en su infancia, a los cinco años. Formado en los equipos inferiores del Arenal de Sandí, firmó un contrato con el Sporting en 1972 y estuvo ligado al club durante dos temporadas, la última de ellas jugando como cedido en el Langreo. No tuvo oportunidad de disputar partido oficial alguno con los roijiblancos, aunque sí tuvo protagonismo en su temporada en el Langreo, y se tuvo que conformar con disputar amistosos y el Campeonato de Reservas del Norte de España. Tras colgar las botas se estableció durante algunos años en Barcelona, y después regresó a Argentina. Con el tiempo se descubrió cómo había llegado a fichar por el conjunto asturiano: resulta que su representante, Epifanio Rojas, había presentado a la entidad sportinguista una serie de recortes de prensa donde se hablaban maravillas de un Jorge Domínguez, con el que coincidía en nombre y apellidos pero que no se trataba de él. El engaño costó al Sporting 1.250.000 pesetas en concepto de traspaso, más una importante ficha anual para el jugador y sus correspondientes salarios mensuales. Una estafa en toda regla. Domínguez, tras desvincularse del Sporting, pasó, con más pena que gloria, por la Cultural Leonesa y el Real Jaén, ambos de Tercera División, antes de colgar definitivamente las botas.
Después, ya con la veda de los extranjeros abierta a un cupo de dos por club, llegaron Lacrampe y Esperante. El primero de ellos era un defensa de padre español, natural de Pontevedra, y madre argentina; gozaba de ambas nacionalidades. Se formó en el filial del Huracán y llegó a debutar con su primer equipo. Al Sporting llegó procedente del Valencia de Venezuela, club donde había tenido una corta estancia, pero en Gijón no pudo debutar al retrasársele la documentación que daba fe de su nacionalidad española, estando las plazas de extranjeros ya ocupadas por sus compatriotas Doria y Landucci. Una vez arreglada su situación administrativa, ya muy avanzada la temporada, y reconocida su doble nacionalidad hispano-argentina, le fue imposible entrar en el equipo y tuvo que conformarse con la disputa de algunos amistosos y su participación en el Campeonato de Reservas del Norte de España. Después de abandonar el Sporting jugó en la segunda en tercer categoría del fútbol español en las filas del Sabadell y del Lleida, con un rendimiento aceptable en ambos clubes, y, tras dejar el fútbol, se estableció en esta última ciudad catalana.
El último en llegar y quien cerró la lista de esta etapa de fracasos fue el guardameta Esperante. Nació en Galicia, pero a los veinte meses emigró junto con sus padres a Argentina. Se formó en los equipos inferiores del Estudiantes, de donde fue fichado por el River Plate para su segundo equipo, donde tuvo bastante presencia en las alineaciones. De allí llegó al Sporting en abril de 1974, que escamado con los fracasos anteriores le hizo pasar una prueba en un partido amistoso disputado contra el Siero. Causó buena impresión y firmó por lo que restaba de temporada y dos cursos más. Pero ya en su primer año hizo dudar de lo acertado de su fichaje, tras una desastrosa actuación en un encuentro del Campeonato de Reservas del Norte de España disputado contra la Cultural Leonesa. En la 1974-75 sólo intervino en dos amistosos y tuvo algún problema disciplinario: se ausentó de los entrenamientos sin motivo justificado durante dos días, por lo que el club le rescindió el contrato y le buscó un destino en el Lugo, que el guardameta desestimó y fichó por el Vinaroz en el mes de febrero. Después de unos años en el Vinaroz y el Tortosa, entonces de Tercera División, regresó a Argentina, defendiendo el marco de distintos conjuntos de la categoría de plata y bronce de su fútbol.