«Este edificio no deja de ser una preciosidad, y un elemento a preservar por lo diferente y por lo único de su diseño dentro de la geografía urbana de nuestra ciudad»
Esta semana en nuestros edificios de Gijón vamos a hablar de uno de esos que llaman la atención, y que cuando nos fijemos en él por primera vez, ya siempre que pasemos a su lado nos hará levantar nuestra mirada. Hoy le echaremos un vistazo al inmueble que tiene su portal de acceso en la calle Cabrales 62 y hace esquina con la calle Menéndez Valdés.
Este magnífico edificio es obra de Mariano Marín de la Viña, que curiosamente es hijo del arquitecto Mariano Marín Magallón -que también desarrolló obra en Gijón- y padre de otro destacado profesional de la arquitectura, Mariano Marín Rivas. 1935 es la fecha del proyecto y del diseño del edificio, bajo encargo de Pedro Suárez Montesnava, que en ese mismo año y con ese mismo arquitecto desarrolló un edificio similar prácticamente adyacente a este, ubicado en el 1,3 y 5 de la calle Menéndez Valdés.
Sin duda, son tres las cosas que más nos llamarán la atención, a simple vista, del edificio objeto del análisis de hoy. La primera de ellas, y más evidente, es el remate en rotonda del edificio en el cruce entre las calles Cabrales y Menéndez Valdés. Si venimos paseando por esta última y nos paramos en el paso de peatones con dirección hacia la plaza del Parchís, levantando levemente la mirada apreciaremos este remate redondeado, y también el diseño de esa propia esquina que nos lleva al segundo punto, y es el estilo en el que está rematada la obra, el vistoso estilo art decó. No solo Manuel del Busto desarrolló obra muy destacada en ese estilo, sino que compañeros de profesión como Pedro Cabello (cuya mano se deja ver en un edificio muy resultón de estilo art decó, discretamente ubicado en el número 7 de Menéndez Valdés, entre nuestro edificio protagonista de hoy y su ‘hermano’ de los números 1, 3 y 5 que ya mencioné) o el propio Mariano Marín también desarrollaron algo de su obra en este estilo, si bien es cierto que con notables diferencias respecto a Manuel del Busto. Por suerte, ahí se mantienen aún los edificios para poder apreciarlas.
El tercer aspecto que nos va a llamar la atención es también muy visual, y se trata de la decoración que veremos en el espacio en vertical que existe entre las ventanas. Una decoración en tonos rosas/rojizos que se denomina ‘esgrafiado’, que no es ni más ni menos que una especie de rasgado sobre el material, que logra un efecto de profundidad y de textura muy característico, y que es uno de los pocos ejemplos de esta tipología decorativa que aun hoy podemos ver en la ciudad.
Algún secreto más de los que esconde el edificio no está a la vista, pero no deja de ser interesante, especialmente para ubicar algunas realidades del urbanismo gijonés que conviene tener presentes. Por ejemplo, su altura. Aunque hoy en día sus cuatro alturas puedan resultar poco impresionantes -máxime si se compara con algún otro de los despropósitos permitidos en el entorno- en su momento incumplía las ordenanzas vigentes. Si consultáis el expediente de obras 452/1935 en el Archivo Municipal de Gijón, os podréis sorprender con que, en ese entorno, las ordenanzas no permitían una altura mayor de 15 metros, hecho que el arquitecto municipal refleja por escrito de manera previa a la concesión de licencia, pero que luego, la corporación de aquel entonces consideró que, por razones de excepcionalidad y beneficio urbano, se debía otorgar autorización (como hizo con decenas de edificios) y acabo siendo de 18 metros. Ya me dirán ustedes qué beneficio urbano conlleva cargarse la normativa, más allá de que al meter una altura más de la proyectada inicialmente, se podrán construir más viviendas y el promotor obtendrá más beneficio. En fin, esto les sirve como justificación para este expediente, y a medida que fueron pasando las décadas la cosa va cada vez a peor. Pero esa es otra historia.
Volvamos a nuestro edificio. Además de este incremento en altura inicial, otro de los detalles que podemos entresacar al consultar los informes de la época es que, pese a ser un edificio diseñado con ascensor, resulta que no se puso. Y lo curioso es que no se puso porque, según el promotor del edificio, al ir construyéndolo ‘se quedaron sin espacio’ donde insertarlo -un auténtico inconveniente, y un ahorro más, sin duda- inconveniente que ha llevado que hasta día de hoy siga en esa misma situación.
Aun con todo, este edificio no deja de ser una preciosidad, y un elemento a preservar por lo diferente y por lo único de su diseño dentro de la geografía urbana de nuestra ciudad. Es por ello que figura en el Catálogo Urbanístico (recordad, ese documento público indispensable para entender el patrimonio arquitectónico de Gijón) con el número de ficha ED-32-P, es decir que cuenta con una protección parcial. Además de los elementos visibles, si tenéis la oportunidad y fortuna de conocerlo por dentro, merece la pena disfrutar de todo el trabajo de carpintería y de la propia escalera, maravillas gijonesas de las que cada día quedan menos ejemplos.