La drástica medida, adoptada de forma unilateral y sin autorización de la Administración gestora del edificio, pretende cortar por los sano posibles fallecimientos entre los ‘sin techo’ que solían instalarse en lo alto de las escaleras, a la intemperie
‘Si la montaña no va a Mahoma… Mahoma irá a la montaña’. El refranero popular es sabio, rico, con dichos de los variados, aptos para todos los gustos y adecuados a casi cualquier situación. Y la frase inicial describe a la perfección la postura de la Corriente Sindical de Izquierda (CSI) para con la situación de la Casa Sindical de Gijón. Hartos de que ni el Ministerio de Trabajo, gestor del edificio, ni el Ayuntamiento de la ciudad, responsable de implementar políticas sociales dentro de las fronteras del municipio, hayan atajado la situación, los cuadros del sindicato han optado cortar por lo sano, y contratar unilateralmente el vallado del acceso principal al bloque, haciendo imposible sortear el obstáculo si no se cuenta con la llave correspondiente. Una acción expeditiva, cierto, cuyo objetivo no es otro que acabar con la costumbre de ciertos ‘sin techo’ de instalarse en lo alto de la escalera. No por insolidaridad, ni mucho menos, sino por la vulnerabilidad que vivir y dormir a la intemperie, y con pocos recursos, genera.
La solicitud viene de lejos. De hecho, figura en el anteproyecto de reforma del veterano inmueble, elaborado por el citado organismo nacional en 2020 y que, cinco años después, todavía no se ha ejecutado. «Llevan así todo este tiempo, y nunca han hecho nada», critica Ignacio Fuster, secretario general de la CSI. El punto de inflexión se vivió el pasado verano, en julio, tras el fallecimiento de dos de los transeúntes que dormían en lo alto de la escalinata. Según recuerda Fuster, «uno murió de una sobredosis, pero el otro, de hipotermia». Aquella tragedia terminó por convencerles. Sin buenas nuevas procedentes del Ministerio, los afiliados han decidido pasar a la acción y, con sus propios fondos, pagar la instalación, entregando una llave de la misma a todas las organizaciones con presencia en el bloque: la propia CSI, la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Aun así, Fuster aclara que esto no marca el fin de su tradicional labor solidaria para con quienes carecen de un hogar. «Hemos estado años dando cobijo, comida y ropa a esas gentes, y lo vamos a seguir haciendo; somos la única entidad sindical que lo hace, aunque no tengamos ni subvenciones, ni liberados, y no vamos a parar», clama con orgullo. Eso sí, confía en que, de algún modo, el vallado remueva conciencias… Y motive a las Administraciones a que se impliquen más y mejor.
«Personalmente, no me parece mal; las rejas no gustan a nadie, pero ahora luce mejor, y no se podía tener a la gente ahí de esa manera», reflexionaba esta mañana Joaquín Bermúdez, vecino de Laviada y habitual de la calle Sanz Crespo. Ciertamente, bien por estética, bien por humanidad, la decisión de la CSI ha sido bien acogida por los habitantes del barrio; a muchos de ellos les resulta incomprensible que hubiese quienes optasen por acomodarse allí, en vez de acudir al cercano Albergue Covadonga. «Es como los que están en el foso que hay delante de la RENFE», comenta Daniel Fernández. «Si lo hacen porque quieren, malo, pero si es porque faltan plazas en el albergue… En Gijón hay muchos bajos cerrados que el Ayuntamiento podría comprar y acondicionar para acoger a esas personas», amplía. Un punto de vista, el suyo, compartido por Andrea Vega, usuaria, junto con su perra ‘Mika’, del cercano parque canino del ‘solarón’. «Es verdad que los ‘sin techo’ no se metían con nadie, pero daba un mal verlos sin más cobijo que tres paredes…».
Por el momento, y a la espera de las posibles medidas que el Ministerio pueda llegar a adoptar (poco probables, toda vez que «el oficial mayor nos dijo que, mientras la puerta del cierre fuese de dos metros, no había problema»), el retorno a esas escenas del pasado reciente es, como mínimo, complicado. No sólo por la valla, de casi metro y medio de altura, sino también por las hileras de pupitres colocadas entre el peldaño superior de la escalera y la puerta de entrada a la Sindical. Ese último añadido, en la práctica, anula el espacio mínimo necesario para tender un colchón, un saco de dormir o cualquier otro útil que garantice la estancia. «A ver si, de esta forma, las Administraciones toman nota de que hay que actuar en la situación de esas personas», comparte Fuster, preocupado ante la posibilidad de que, en ausencia de un suficiente compromiso público, los ‘sin techo’ puedan trasladarse a otras ubicaciones exteriores en la que continúen siendo igualmente vulnerables. «Hace seis meses me reuní con Servicios Sociales del Ayuntamiento; les dije que damos 600 comidas, frente a las 150 que sirven ellos. Esa diferencia a nuestro, por sí sola, ya demuestra que algo no se está haciendo bien en esta ciudad», ahonda.