«El raciocinio, la mente crítica y filosófica que nos hace plantearnos los grandes por qué y para qué del mundo, no está de moda. Todo se plantea en términos absolutos, todo o nada, conmigo o en mi contra, lo queer o lo transexcluyente»
Cada fin de año hacemos balance y propósitos para el entrante, y la Real Academia Española (RAE) propone la que será la palabra del año. Pues 2024 parece el año olímpico en que más hombres han ganado en las categorías de mejores mujeres, y la ‘Q+’, la letra y signo más famoso del universo. Todo sin que el respetable reflexione sobre ello.
El raciocinio, la mente crítica y filosófica que nos hace plantearnos los grandes por qué y para qué del mundo, no está de moda. Todo se plantea en términos absolutos, todo o nada, conmigo o en mi contra, lo queer o lo transexcluyente… «El lado correcto de la historia», dicen. Cuando los grandes avances de la humanidad, de la mano de la ciencia, se han construido sobre el método científico, la observación, que no parte de ninguna verdad absoluta, más allá de la realidad fáctica incontestable de los hechos y sus consecuencias.
El feminismo nos dice que la biología de las mujeres ha condicionado, a lo largo de la historia, su papel en la sociedad, mientras algunos, generalmente con intereses económicos, convencen a los jóvenes en desarrollo de que su sexo biológico no es importante, aspirando de ese modo a una sociedad en la que la que todos y todas podemos cambiar libremente nuestro sexo. Eso sí, manteniendo las clasificaciones en rosas o azules, porque la existencia de géneros no la cuestionan.
Basta una existencia dilatada para acreditar, sin miedo a equivocarse, que el sexo existe y que el reino animal está sexuado en macho/hembra, hombre/mujer, más allá de las orientaciones sexuales de cada quien, respetadas y admitidas como consustanciales a la vida misma. Y que el género sólo es una falacia, una construcción convencional que debemos abolir porque pretende encorsetarnos en una manera de ser femenina o masculina, rosa/azul, según criterios que unos pocos dictan, previo paso por caja (la farmacéutica vende hormonas, la cirugía vende apariencias y supuesto bienestar emocional, o la industria pornográfica vende sexo sin importar la edad).
Ni la mejor mujer es un hombre, tampoco en las competiciones deportivas, ni el gran secreto revelado será la letra ‘Q’. Escuchémonos desde el respeto y la consideración que la libertad de expresión y opinión aconseja. Abandonemos el individualismo y sus supuestas realidades identitarias absolutas, y decantémonos por la solidaridad y el bien común, verdaderos motores de progreso. Dejémonos de monsergas; todos y todas nacemos y morimos, como hombre o mujer.