
«Vivió y trabajó Peñespardes en Alemania y allí se enamoró de Mónika. Regresó a su barrio, estudió, fue profesor, portero en la Fábrica de Tabacos y hostelero. Parco en palabras y generoso en corazón, se fue ganando el cariño de los playos a lo largo de los años»

Se murió esta semana Peñespardes, en el mes de abril que vio nacer a Oscar Fernández en un refugio antiaéreo mientras bombardeaba Gijón la Legión Cóndor en 1937. Oscar, sin tilde, en la pronunciación más asturiana, desde Bajovilla a Cimavilla.
El apodo de Peñespardes le venía de familia, de su origen por parte de madre y abuela al sur de Pajares. De Peñas Pardas trocó en Peñespardes en cuanto su madre conoció y se casó con un pescador de Tazones afincado en Cimavilla. Su amigo Tini Areces quedaba de cuando en vez con Oscar, en un café de Begoña, para pasear memoria y tiempo entre azucarillos y pastas: «Cuéntame otra vez lo de tu nacimiento en el refugio». «Yo no me acuerdo Tini, a mí me lo contaron, asistió como matrona ocasional de mi madre Enriqueta, Concha ‘La Guapa’, la madre de Rambal, y no me pudieron inscribir en el Registro hasta dos días después de mi nacimiento. Los amigos de Franco, esos alemanes tan cabrones, no dejaban de bombardear Gijón».
Vivió y trabajó Peñespardes en Alemania y allí se enamoró de Mónika. Regresó a su barrio, estudió, fue profesor, portero en la Fábrica de Tabacos y hostelero. Parco en palabras y generoso en corazón, se fue ganando el cariño de los playos a lo largo de los años. Alejandro Nafría conoció a Peñespardes gracias a Anina Hood y Oscar se convirtió en esencia y presencia en el documental ‘Cigarreres’. Sigue conservando el director una de esas preguntas con respuesta que se quedan prendidas en el recuerdo: «¿Cómo fue tu último día en Tabacalera?». «Bueno, triste, pero ya se iba uno haciendo a la idea».
Sofía Álvarez, de La Tinta del Mar, no puede olvidarse de uno de sus mejores parroquianos. Tomaba Ribeiro y si había tortilla siempre pedía pinchu. Las bromas con Casimiro y El Zagalu eran diarias. «¿Yes pulpo o calamar?». Y se reían con la boca abierta. Podía con ellos la nostalgia cuando se acordaban de aquellas paladas de oricios al lado de San Pedro por cuatro duros. Y de repente Sofía sorprendía a los ancianos-niños con un plato de oricios fresquinos que ellos degustaban con la ilusión del que recibe ese regalo esperado en la mañana de Reyes.
Paseaba Oscar todos los lunes muy temprano, subiendo hasta La Talaya, y desde allí contemplaba ese hueso sin tuétano que un día fue su lugar de trabajo. La Tabacalera más yerma y silenciosa le traía los días de ese pasado en Polaroid: una turba de guajes jugaba a la pelota desde Santa Catalina, caía a veces el despellejado cuero dentro de la fábrica y ejercía de recogepelotas el bueno de Oscar, sin tilde, que devolvía balones y sonrisas a esa infancia que sería futuro del barrio alto. Un barrio que llora todavía hoy a un gran paisano que respondía al apelativo de Peñespardes.
Efectivamente, qué buen paisanu y qué genuino. Mis condolencias para su familia.