«Que la película fuera toda ella Ana González, pura actuación mímica hablando desde la mesa de su despacho de alcaldesa que es un trono, un lugar de poder«
Ha vuelto Ana González, alcadesa de Gijón, a ocupar la pantalla del ordenador este jueves lluvioso. Ha vuelto para informar, para contar que hemos abandonado la fase 4+ que cerraba hasta hoy el perímetro urbano de la ciudad. La alcaldesa, más contenida que otras veces, viene haciendo su película de la cuarentena. Es un material de primer orden sobre nuestros defectos y virtudes y un virus que va y viene en función de nuestra movilidad y nuestra moralidad. Y yo, necesitado de contacto exterior, cada vez que veo un video de Ana González, es como si entrara en otra realidad sintiéndome corrupto. Tengo la impresión de entrar en otro universo, como si estuviera rompiendo un pacto tácito de renuncia con la realidad. Es un extrañamiento, una traición.
A veces me gusta pensar que el encadenamiento de los videos de la alcaldesa componen una película. La película interminable de un sujeto que ha pasado por sucesivos estados de ánimo que determinan los niveles de oxigeno con los que los demás respiramos y sobrevivimos. La película, más que una sucesión de imágenes, es una sucesión de ideas, o una sola idea: la imponente idea del yo.
Sería interesante anular el sonido a esta película y que Ana González fuera sólo una imagen. Que la película fuera toda ella Ana González, pura actuación mímica hablando desde la mesa de su despacho de alcaldesa que es un trono, un lugar de poder, un espacio restringido a una sola persona y una cámara desde la que poder retransmitir toda una poética. Así pues, tendríamos la oportunidad de otorgar de unidad y condensar en el tiempo toda una serie de acciones representadas por Ana González a lo largo de este año fatídico: Ana pensando, Ana riñendo, reflexionando, llorando, riendo; Ana saltando, Ana bailando, ordenando, suplicando, suscitando el afecto y el odio, la alegría y el asombro de todos los gijoneses, de todos los asturianos, de todos los españoles, de todos los humanos, en un primer plano constante, un autorretrato perpetuo y reflexivo de lo que es el poder y la condición humana.
«Experimentaríamos el conjunto de sensaciones que provoca la voz y la imagen disociadas de Ana González«
También sería interesante elaborar una grabación que reuniera todos los audios de Ana González hablando, reprendiendo, celebrando, felicitando, ironizando, lamentando, advirtiendo, suspirando. Todos los audios fundidos en un enorme muro de sonido, en claro homenaje a Phil Spector, el gran productor musical americano que mató a la actriz de serie b y camarera ocasional Lara Clarkson, metiéndole un balazo en la boca, una noche nefanda de lujuria, depresión y cocaína. Y es posible que ese muro de sonido alcanzase algún satélite orbital y se confundiera con alguna onda gravitacional, provocando la confusión de todo cuanto está ordenado en el universo y es siempre hermoso y atroz.
Después expondríamos en una sala todo el material y experimentaríamos el conjunto de sensaciones que provoca la voz y la imagen disociadas de Ana González. Propongo que se haga en Tabacalera, tal y como está ahora mismo levantado el edificio: desnudo, vacío y limpio. Imagino su presencia visual, de corte estalinista, áspera y sentimental, ocupando una estancia completamente oscura, inundada sólo por la luz de su presencia y por la que pasaríamos cada uno de los vecinos, en silenciosa procesión, respetando las distancias y con la mascarilla. Estoy seguro que cuando Tabacalera hubiera cerrado sus puertas, la película de Ana González no habría terminado. Hagan sus apuestas.