Miguel García de la Cruz tira de repertorio modernista en este singular edificio

El primer artículo que escribí en esta sección de edificios de Gijón fue sobre la manzana situada en plaza Europa, que justo esta pasada semana se ha derribado completamente. Mucho se ha hablado de ello, y quiero aprovechar la suerte de poder escribir en mi querido miGijón para quedarme a gusto.
Sí, debía tirarse porque el riesgo de derrumbe era evidente, pero también sí, nunca debió permitirse que el edificio estuviera sesenta años abandonado, esperando a que cayera para poder levantar más viviendas de las existentes y más alturas de las existentes. Porque no es de recibo que los edificios catalogados por su valor arquitectónico, histórico o de contribución a la imagen de la ciudad, no requieran de ningún control, ni requisito, por parte de la Administración pública, más allá de esperar a que se decrete la ruina y decir que es insalvable, y que reconstruir la fachada y meterle un horrible recrecido es la solución. No. Y para muestra, un botón: a lo que quiero dedicar el artículo de esta semana es a mostrar un edificio que cumple 102 años y que, con cambios de usos e intervenciones para adaptarlo al siglo en el que vivimos, se ha conservado y sigue mostrando, con su presencia, una parte de la evolución urbana y arquitectónica de la ciudad. El edificio en cuestión está situado en la calle de Marques de San Esteban, 9, y en sus bajos está ubicado un conocido negocio de hostelería, El Bambara. Vayamos conociendo un poco su historia.
El 26 de julio de 1923 arranca esta historia; en realidad una década antes, puesto que allí estaba ubicado un pequeño bajo comercial, pero es en el citado 1923 cuando se consolidará el edificio tal y como lo conocemos actualmente. Ese día del verano gijonés, el representante de la Sociedad Editorial Asturiana, Dionisio Cifuentes Suarez, solicita al Ayuntamiento de Gijón permiso para reformar la fachada del edificio. Bueno, a decir verdad lo de «solicitar permiso para reformar la fachada» venía a ser meterle una altura más para ejecutar las labores necesarias de lo que allí se pretendía, que era tener un periódico. En el bajo iría la parte industrial de impresión y demás, y en la parte superior, oficinas y administración. Para tal labor decidieron contratar a Miguel García de la Cruz, que en aquel entonces era arquitecto municipal. Esto de ser arquitecto municipal y, a la vez, hacer de arquitecto para los particulares, son esas cosillas que pasaban en otros tiempos, si bien es cierto que con matices, pero pasaban. Las obras para albergar al conocido periódico El Noroeste comienzan, pero pronto -a los cuatro meses de su inicio- la sociedad editorial propietaria del periódico decide aumentar un piso más la altura, y dejarlo prácticamente como está hoy en día; al menos, exteriormente.
Miguel García de la Cruz tira de repertorio modernista en este singular edificio; pese a estar en un tiempo en que la estética modernista estaba ya prácticamente en decadencia, el tracista decidió mantenerla en este proyecto, quizá por mantener la estética preexistente, o quizá porque era una estética que encajaba con el uso que recibiría el edificio. Es difícil de saber el motivo, y entraríamos en el mundo de las elucubraciones, así que quedémonos con que la abigarrada decoración vegetal que aun hoy podemos disfrutar acabó viendo la luz por uno u otro motivo. Debemos fijarnos en esa decoración vegetal que rodea ventanas y cornisas, así como en la forja del segundo y tercer piso, aunque más que la forja, es la forma ondulante de las balconadas que la sostienen. Los enormes vanos de las ventanas y el espectacular remate de la cornisa superior deben también llamarnos la atención en una calle, Marques de San Esteban, donde tenemos todo el repertorio de estilos arquitectónicos que podemos contemplar en nuestra ciudad. Otro detalle más es el frontal del primer piso, que en la actualidad es un balcón liso, pero que desde su construcción hasta 1937 estaba diseñado para ubicar el nombre del periódico El Noroeste. Tras la Guerra Civil, al igual que sucedió con numerosas posesiones de negocios, industrias no afines a la dictadura imperante, pasó a manos de la Falange, aunque eso es ya otra historia que merece ser contada con profundidad.
Nuestro edificio de hoy llega al 2025 con un evidente cambio de usos, aunque, en el fondo, no tanto si pensamos que sus tres alturas están dedicadas a locales comerciales y el bajo otro tanto de lo mismo, pero sí permite observar cómo la adaptación de un singular edificio que contribuye a dar valor y continuidad al patrimonio arquitectónico gijonés puede subsistir, sin derribarlo hasta sus cimientos.